El coste oculto de no vacunarse: las vacunas no solo previenen muertes y salvan vidas, también evitan el colapso sanitario (y ahorran miles de millones)

En plena oleada de desinformación sobre vacunas, los expertos alertan de una verdad incómoda y olvidada: vacunar es más barato que curar, y la factura de no hacerlo puede colapsar sistemas sanitarios enteros.
El coste oculto de saltarse vacunas El coste oculto de saltarse vacunas
Un repaso a los datos que demuestran cómo las vacunas no solo salvan vidas, sino que también evitan el colapso económico de los sistemas de salud. Foto: Istock

A pesar de los avances médicos del último siglo, hay una batalla que sigue librándose no en los laboratorios, sino en la opinión pública. En Estados Unidos, como en muchos otros países, el movimiento antivacunas ha ganado terreno con figuras como Robert F. Kennedy Jr. al frente. Pero mientras se cuestiona la eficacia de inmunizaciones como la del virus del papiloma humano (VPH) o la gripe, las cifras hablan claro: vacunar cuesta poco y ahorra muchísimo.

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El efecto dominó de una vacuna

Para entender el verdadero impacto económico de una vacuna, basta con un ejemplo cotidiano. Administrar una vacuna antigripal a un adulto mayor en España cuesta alrededor de entre 9,50 y 12 euros por dosis, mientras que en Estados Unidos alcanza los 100 dólares. Pero si ese mismo paciente no se vacuna y acaba con una neumonía grave en la UCI, en Estados Unidos el gasto puede superar fácilmente los 20.000 o 30.000 dólares (o más de 3.276 euros en nuestro país). En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, esta es la lógica que siguen las aseguradoras médicas y muchas empresas estadounidenses que financian campañas de vacunación en sus plantillas para reducir el absentismo en temporadas clave.

En España, un informe del Ministerio de Sanidad mostró que el coste estimado de vacunar a una persona sana a lo largo de toda su vida, siguiendo el calendario oficial de 2023, es de alrededor de 1.541,56 euros en mujeres y 1.498,18 euros en hombres. Esta inversión cubre vacunas esenciales desde la infancia hasta la vejez, incluyendo nuevas incorporaciones como la del virus del papiloma humano en varones o la del herpes zóster en mayores de 65 años. Aunque el informe no cuantifica directamente el coste de no vacunarse, ofrece datos ilustrativos: un solo ingreso hospitalario por meningitis bacteriana puede costar 9.711 euros (la dosis de la vacuna contra la meningitis tiene un coste de 106,41 euros), y uno por gripe, más de 3.276 euros. Estas cifras permiten dimensionar el potencial impacto económico de las enfermedades prevenibles por vacunación. En este contexto, el informe concluye que, pese al incremento de costes en los últimos años, la vacunación sigue siendo una de las medidas más coste-efectivas en salud pública.

Aunque la eficacia de las vacunas antigripales sea variable (en parte por las mutaciones constantes del virus), su utilidad para evitar hospitalizaciones es incuestionable. Una revisión realizada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en EE.UU. recopiló diez estudios que demostraban su capacidad para proteger a mayores, niños y embarazadas. Uno de esos estudios, publicado en 2018, mostró que en pacientes con gripe hospitalizados, recibir la vacuna reducía en un 82% la probabilidad de acabar en cuidados intensivos.

Y eso que hablamos de una de las vacunas más imperfectas. Las cifras mejoran todavía más con otras inmunizaciones más duraderas.

Vacuna contra la COVID-19: una inversión que multiplicó su valor

Un nuevo informe elaborado por la Fundación Weber en colaboración con Farmaindustria, y publicado el pasado año, reveló un dato contundente: por cada euro destinado a la vacunación frente a la COVID-19, el sistema obtuvo casi cinco euros en beneficios, gracias a la reducción de gastos médicos, hospitalarios y el impacto positivo en la economía y la productividad.

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De forma similar, un estudio publicado a finales de 2022 por investigadores de las universidades de Maryland, Yale y York estimó que el programa de vacunación contra la COVID-19 en EE.UU. evitó más de 18 millones de hospitalizaciones y 3 millones de muertes entre diciembre de 2020 y noviembre de 2022. Además, se calcula que ahorró al país más de 1,15 billones de dólares en costes médicos. Sin estas vacunas, Estados Unidos habría sufrido 1,5 veces más contagios, 3,8 veces más ingresos hospitalarios y 4 veces más muertes, lo que habría supuesto una carga insostenible para el sistema sanitario.

La vacuna contra el sarampión: barata, eficaz, imprescindible

Pocas vacunas ofrecen una rentabilidad tan clara como la del sarampión. Desarrollada en los años 60, apenas ha necesitado modificaciones desde entonces y ofrece inmunidad de por vida con solo dos dosis. Su bajo coste y alta eficacia la convierten en una inversión sanitaria indiscutible.

Pero no vacunar tiene consecuencias demoledoras. En enero de este mismo año, Texas notificó un brote de sarampión que ya ha alcanzado 762 casos a mediados de agosto, de los cuales 99 requirieron hospitalización. Dos niños murieron. La situación no solo es trágica, también costosa. Si el virus se hubiera propagado sin control por una población no inmunizada, el sistema sanitario estatal habría sufrido un colapso similar al vivido en India o Perú durante la pandemia: miles de pacientes sin camas, muertes en aparcamientos de hospitales y aseguradoras al borde de la quiebra.

Recientemente, además, hemos conocido que un niño en edad escolar de Los Ángeles falleció a causa de una rara pero devastadora secuela del sarampión: la panencefalitis esclerosante subaguda (PEES), una enfermedad cerebral progresiva y casi siempre mortal. El menor contrajo el virus siendo un bebé, antes de poder recibir la vacuna. Aunque inicialmente se recuperó, años después desarrolló esta complicación que puede aparecer entre 2 y 10 años tras la infección. La PEES afecta a uno de cada 10.000 casos, pero si el contagio ocurre en la primera infancia, el riesgo se dispara a 1 de cada 600. Una tragedia evitable con una simple vacuna. Un análisis de los brotes de sarampión ocurridos en California entre 1988 y 1991 reveló que uno de cada 1.367 niños no vacunados menores de cinco años desarrolló PEES, una complicación neurológica mortal asociada al virus. Este dato refuerza la convicción de la comunidad médica de que la vacuna no solo previene la infección inicial, sino que también protege a largo plazo frente a secuelas graves y reduce tanto la incidencia del sarampión como el impacto de otras enfermedades infecciosas.

VPH: la inversión que puede acabar con un cáncer

Otra vacuna que ha sido objeto de controversia es la del virus del papiloma humano, desarrollada para prevenir el cáncer de cuello uterino. Su coste es relativamente elevado, pero su impacto también lo es, siendo en realidad extraordinariamente rentable. En mujeres estadounidenses vacunadas desde jóvenes, la aparición de lesiones precancerosas ha caído un 80%. En Australia, donde el programa de vacunación se inició en 2007 y se amplió a los varones en 2013, se estima que el cáncer cervical podría desaparecer como problema de salud pública en 2035. Y recientemente hemos sabido que, en Dinamarca, un amplio estudio realizado en todo el país encontró que las infecciones por los tipos 16 y 18 del virus del papiloma humano (VPH), responsables de la mayoría de los cánceres de cuello uterino, prácticamente han desaparecido desde que comenzó la vacunación en 2008, ofreciendo además protección indirecta incluso a las mujeres no vacunadas

Sin embargo, esta vacuna ha sido blanco frecuente de campañas de desinformación que aseguran, sin pruebas, que aumenta el riesgo de cáncer o enfermedades autoinmunes. Estas afirmaciones han sido impulsadas por organizaciones como Children’s Health Defense, fundada por el propio Robert F. Kennedy Jr., quien ha recibido cerca de 900.000 dólares en comisiones por derivar casos legales contra Merck, el fabricante de la vacuna.

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Una vacuna silenciosa que evita millones en tratamientos: el caso de la hepatitis B

Entre las vacunas que rara vez ocupan titulares, pero que tienen un impacto sanitario y económico monumental, destaca la de la hepatitis B. Esta inmunización protege frente a un virus que ataca el hígado y puede derivar en enfermedades crónicas, cirrosis o cáncer hepático. Lo que pocas veces se menciona es que, además de salvar vidas, esta vacuna también evita gastos millonarios al sistema sanitario.

La hepatitis B crónica afecta a unos 257 millones de personas en el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España, aunque su prevalencia es baja gracias a los programas de vacunación iniciados en los años 90, los casos no vacunados o importados continúan suponiendo una carga significativa. El tratamiento de una infección crónica puede implicar años de seguimiento médico, medicación antiviral de alto coste y, en los casos más graves, trasplante hepático.

Prevenir esta enfermedad con una vacuna que cuesta entre 10 y 25 euros por dosis (según la presentación y fabricante) resulta, por tanto, una decisión de extraordinaria rentabilidad. El esquema completo incluye tres dosis, por lo que el coste total ronda los 30 a 75 euros por paciente, una cifra ínfima comparada con los miles de euros anuales que puede suponer el tratamiento de una hepatitis crónica o de un cáncer de hígado.

Además, la vacunación universal infantil ha logrado una reducción drástica de los casos de hepatitis B en la infancia, etapa en la que la infección presenta un alto riesgo de cronificación. En países con altas coberturas vacunales, como España —donde superan el 95 % en lactantes—, las estrategias combinadas de cribado prenatal y profilaxis neonatal han sido altamente eficaces para minimizar la transmisión vertical de madre a hijo. Aunque no se ha eliminado por completo, la incidencia en recién nacidos se ha reducido a niveles muy bajos, lo que repercute positivamente en la disminución de la prevalencia futura y en el ahorro sanitario a largo plazo.

Sin embargo, como ocurre con muchas vacunas silenciosas y eficaces, el éxito ha hecho que se dé por sentada. El riesgo de que los movimientos antivacunas pongan en entredicho su necesidad es bajo hoy en día, pero no inexistente. Y perder la cobertura actual podría suponer el regreso de una enfermedad que, sin hacer ruido, podría colapsar hepatologías, generar cientos de casos de cáncer evitables y desviar millones de euros de recursos públicos.

Herpes zóster: la vacuna que evita un dolor inimaginable

Entre los adultos mayores, el herpes zóster —comúnmente conocido como culebrilla— puede provocar un sufrimiento extremo. Se trata de una reactivación del virus de la varicela, que puede generar un dolor agudo persistente durante semanas. En casos severos, incluso puede provocar ceguera si afecta los nervios cercanos a los ojos.

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Las vacunas más recientes contra esta enfermedad no solo previenen este calvario, también ahorran costes asociados a consultas, tratamientos antivirales y hospitalizaciones. La historia de un paciente fallecido tras una infección ocular por herpes zóster antes de la existencia de antivirales ilustra lo que hoy se puede evitar con una sola inyección.

Vacunas clásicas, beneficios incuestionables

Otras vacunas rutinarias como la DTP (difteria, tétanos y tosferina) han sido objeto de ataques infundados por parte de los movimientos antivacunas. En páginas de pseudociencia, se sugiere que provocan asma o incluso muerte en niñas pequeñas. Pero los datos indican otra cosa: evitan enfermedades que, si reaparecieran masivamente, podrían saturar cualquier hospital moderno.

La difteria puede provocar asfixia por acumulación de tejido muerto en la garganta. La tosferina puede causar episodios de asfixia en lactantes, mientras que el tétanos provoca espasmos musculares tan severos que pueden fracturar la columna vertebral de un bebé antes de impedirle respirar. Prevenir estas tres enfermedades con una vacuna simple y probada durante décadas es, sin exagerar, una de las decisiones sanitarias más rentables jamás tomadas.

Cuando se cae una pieza, tambalea todo el sistema

Los sistemas de salud pública funcionan como castillos de naipes. Sacar una sola carta —como eliminar una vacuna clave por motivos ideológicos— puede desencadenar consecuencias desproporcionadas. Si una vacuna desaparece del mercado y reaparece la enfermedad que controlaba, las aseguradoras médicas, los presupuestos estatales y los hospitales sufrirán un golpe severo.

La ironía es que mientras las vacunas son baratas y eficaces, las enfermedades que previenen no solo matan o dejan secuelas, también generan costes descomunales. Medicamentos, pruebas diagnósticas, operaciones, ingresos hospitalarios, bajas laborales y pérdida de productividad son solo algunos de los efectos colaterales.

En resumen, el coste de vacunar es ínfimo comparado con el precio de no hacerlo. Y lo que está en juego no es solo la salud de las personas, sino la estabilidad de todo un sistema.