En una remota región del noroeste argentino, un grupo de paleontólogos ha sacado a la luz uno de los fósiles más desconcertantes de los últimos años: un pequeño dinosaurio carnívoro que vivió hace 231 millones de años y que, sorprendentemente, tenía características que los científicos solo habían observado en especies mucho más evolucionadas. El hallazgo, publicado recientemente en la revista Nature Ecology & Evolution, aporta nuevas piezas al complejo puzle de la evolución de los primeros dinosaurios y plantea preguntas que aún no tienen respuesta.
Bautizado como Anteavis crurilongus, este animal de apenas 1,2 metros de largo y unos 8 kilos de peso habitó las tierras que hoy forman parte del Parque Natural Ischigualasto, también conocido como el «Valle de la Luna», en la provincia de San Juan. En su época, el Carniense, el paisaje era muy diferente: un entorno seco, salpicado de vegetación baja, donde convivían reptiles primitivos, cinodontes y los primeros dinosaurios, aún lejos de dominar el planeta.
Lo que hace especial a Anteavis no es su antigüedad, aunque se sitúe entre los dinosaurios más antiguos jamás descubiertos, sino el hecho de que presenta una morfología sorprendentemente avanzada para su época. Sus patas largas y esbeltas, adaptadas para la carrera, así como algunos rasgos del cráneo y la cintura pélvica, se asemejan más a los de terópodos mucho más recientes, como los del Jurásico. Pero Anteavis es anterior por decenas de millones de años.
Una pieza inesperada en el árbol evolutivo
Desde que se identificaron los primeros dinosaurios en la Formación Ischigualasto a mediados del siglo XX, los científicos han tratado de entender cómo estos animales pasaron de ser criaturas discretas y poco abundantes a dominar los ecosistemas terrestres durante más de 160 millones de años. Se asumía que los primeros dinosaurios carnívoros eran formas relativamente simples, con estructuras corporales que fueron refinándose con el tiempo. Pero este fósil desmonta parte de esa narrativa.
Anteavis crurilongus se sitúa fuera del grupo de los neoterópodos, que incluye a los dinosaurios carnívoros más conocidos, como el Velociraptor o el Tyrannosaurus rex. Y sin embargo, posee rasgos que se creían exclusivos de esos linajes más modernos. Esto sugiere que algunos aspectos de la morfología “moderna” de los depredadores ya estaban presentes, de forma aislada, en etapas tempranas de la evolución de los dinosaurios.
Esta combinación inesperada de rasgos ha llevado a los investigadores a replantearse cómo fue realmente la diversificación de los dinosaurios durante el Triásico. Lejos de ser una progresión lineal y gradual, parece que la evolución pudo haber sido mucho más experimental, con diferentes grupos desarrollando adaptaciones similares en momentos distintos, antes de que algunas líneas se extinguieran y otras prosperaran.
El contexto climático, clave en la expansión de los dinosaurios
El Carniense no solo fue una etapa crucial en términos evolutivos. Fue también un período de inestabilidad climática global. Justo antes de la aparición de Anteavis, la Tierra atravesó un episodio de intensas lluvias conocido como el «evento pluvial carníaco», que transformó los ecosistemas en gran parte del supercontinente Pangea. Después de este evento, el clima se volvió más seco y estacional, lo que generó nuevas condiciones ecológicas que probablemente favorecieron a ciertos grupos animales frente a otros.
En este contexto, los dinosaurios comenzaron a diversificarse rápidamente. En la Formación Ischigualasto, los fósiles muestran una creciente presencia de pequeños herbívoros y depredadores, entre ellos Anteavis. Sin embargo, esta expansión temprana no fue sostenida. Poco después, el registro fósil en la zona muestra un vacío, una especie de “desaparición temporal” de los dinosaurios durante unos 15 millones de años. Solo en el período Noriense vuelven a aparecer con fuerza, ya con cuerpos más grandes y mayor diversidad.
Este patrón, con picos y valles en la abundancia de especies, sugiere que el éxito evolutivo de los dinosaurios estuvo muy ligado a los cambios ambientales. No fue un camino constante hacia el dominio, sino una historia marcada por adaptaciones puntuales, retrocesos y reorganizaciones del ecosistema.
Un hallazgo que obliga a mirar el pasado con nuevos ojos
El descubrimiento de Anteavis crurilongus se une a una creciente lista de fósiles que complican la imagen que la paleontología tenía de los primeros dinosaurios. Cada nuevo ejemplar aporta una capa adicional de complejidad al relato de su origen, y este caso no es la excepción. No se trata solo de un nuevo nombre en el catálogo de especies extintas, sino de una evidencia tangible de que la evolución no siempre avanza de forma ordenada y predecible.
Además, pone en valor el papel de América del Sur, y en particular de Argentina, como una de las cunas de los dinosaurios. Las condiciones geológicas únicas de la Formación Ischigualasto permiten estudiar con un nivel de detalle excepcional los primeros pasos de estos animales, justo cuando empezaban a competir por un lugar en la cadena alimentaria del planeta.
El estudio de este fósil ha requerido años de análisis, desde la excavación hasta la comparación detallada con otras especies conocidas. Y aunque aún quedan muchas preguntas abiertas —¿cuántas otras formas como Anteavis existieron y desaparecieron? ¿Qué presiones ambientales dieron lugar a su evolución?— lo que está claro es que este pequeño depredador ha puesto en aprietos algunas de las ideas más asentadas sobre la historia evolutiva de los dinosaurios.
Referencias
- Martínez, R.N., Colombi, C.E., Ezcurra, M.D. et al. A Carnian theropod with unexpectedly derived features during the first dinosaur radiation. Nat Ecol Evol (2025). DOI:10.1038/s41559-025-02868-4