Durante siglos, las enigmáticas estatuas de la Isla de Pascua han cautivado a viajeros, científicos y curiosos por igual. Talladas en roca volcánica y elevadas como guardianes de piedra frente al Pacífico, los moáis de Rapa Nui no solo representan a los ancestros de un pueblo, sino que también han encarnado uno de los grandes misterios de la arqueología: ¿cómo se movieron desde la cantera hasta sus plataformas ceremoniales, sin ruedas, sin bestias de carga y sin deforestaciones masivas?
Una nueva investigación publicada en el Journal of Archaeological Science ha arrojado luz definitiva sobre esta cuestión, y la respuesta es tan simple como extraordinaria. No fueron arrastradas, ni transportadas acostadas. Según los investigadores, las estatuas “caminaron” en sentido literal. Y lo hicieron gracias a una combinación magistral de forma, equilibrio, física básica y cooperación humana. El hallazgo, basado en modelos tridimensionales, análisis de formas, experimentos de campo y simulaciones físicas, no solo desmonta teorías previas, sino que reivindica la sofisticación técnica del pueblo rapanui.
Una hazaña de física e ingeniería antigua
El estudio, liderado por los antropólogos Carl Lipo y Terry Hunt, partió de una observación simple pero reveladora: muchas de las estatuas abandonadas en los caminos antiguos de Rapa Nui tenían características diferentes a las moáis terminadas y erigidas sobre los altares ceremoniales, conocidos como ahu. Aquellos “moáis en tránsito” mostraban un centro de gravedad más bajo, una inclinación hacia adelante de entre 6 y 15 grados, y una base en forma de D que las hacía inestables si estaban completamente verticales.
Estas diferencias, lejos de ser fallos o diseños incompletos, resultaron ser claves para su movilidad. Los investigadores sostienen que los escultores diseñaron estas formas previendo una estrategia concreta: hacerlas oscilar de lado a lado, en un movimiento pendular controlado que permitía avanzar la estatua paso a paso. Una suerte de caminar titubeante, pero eficaz.
Y la teoría no se quedó en el papel. Se construyó una réplica de moái de más de cuatro toneladas, y con tan solo 18 personas y tres cuerdas, fue posible moverla en posición vertical a lo largo de 100 metros en apenas 40 minutos. La técnica era más eficiente que arrastrarla horizontalmente y requería sorprendentemente poca mano de obra. Una vez iniciado el balanceo, la propia inercia facilitaba los pasos siguientes.

Caminos antiguos y rutas planificadas
Los caminos por los que se desplazaban las estatuas también fueron un descubrimiento revelador. Lejos de ser rutas improvisadas, estos senderos medían en promedio 4,5 metros de ancho y tenían una ligera forma cóncava, algo que favorecía la estabilidad del moái durante su oscilación lateral. Más de 60 estatuas fueron halladas a lo largo de estos caminos, muchas caídas, otras parcialmente enterradas, pero todas ellas con rasgos comunes que reforzaban la hipótesis del transporte vertical.
Además, el patrón de distribución de las estatuas “perdidas” muestra una tendencia clara: la mayoría no llegó muy lejos desde la cantera de Rano Raraku, donde eran talladas. Esto sugiere que las que caían o sufrían daños durante el trayecto no eran recogidas ni reparadas, lo cual apoya la idea de que el proceso de movimiento era exigente pero planificado con precisión. El sistema de caminos y el diseño de las estatuas estaban pensados como parte de una única tecnología integrada.
Lejos de una explicación sobrenatural, como las muchas teorías pseudocientíficas que circularon durante el siglo XX, este nuevo modelo destaca una realidad mucho más poderosa: la inteligencia práctica de un pueblo aislado que supo usar la física elemental para resolver un problema colosal.
La cultura rapanui, frecuentemente representada como víctima de un colapso ecológico o como ejemplo de decadencia interna, vuelve a situarse en el centro del ingenio humano con este descubrimiento. Los moáis caminaban, sí, pero lo hacían gracias al pensamiento estratégico, la organización social y el aprovechamiento de principios físicos básicos como el momento angular, el centro de masa y la oscilación controlada.
Este hallazgo, además, coincide con las tradiciones orales rapanui, que siempre afirmaron que las estatuas “caminaban solas”. Hoy sabemos que no se trataba de magia, sino de una técnica de transporte que, en su época, fue tan revolucionaria como eficaz.
Menos recursos, más eficacia
Una de las implicaciones más importantes del estudio es el desmantelamiento del mito de que el transporte de los moáis requería una deforestación masiva o cientos de trabajadores. Según los cálculos del equipo, dependiendo del tamaño de la estatua, se necesitaban entre 15 y 60 personas para comenzar el movimiento y apenas entre 5 y 25 para mantenerlo. Además, al moverse de pie, se evitaba el problema de levantar la estatua tras el traslado, algo extremadamente complicado dada su altura y peso.
En una isla con recursos limitados, este modelo es mucho más coherente que los anteriores. Y explica por qué los bosques no fueron talados en su totalidad, desmontando también parte de la narrativa del llamado “colapso ecológico” de Rapa Nui, una interpretación que hoy muchos arqueólogos consideran simplista o errónea.
Aunque el estudio aporta pruebas contundentes, algunos expertos señalan que no se puede descartar completamente que existieran otros métodos en paralelo. No todas las estatuas presentan el mismo grado de inclinación o base, y es posible que las técnicas de transporte hayan evolucionado con el tiempo o variado según el grupo social que las erigía.
Sin embargo, lo cierto es que la hipótesis del “caminar” no solo ha sido probada con éxito, sino que encaja con múltiples evidencias arqueológicas y etnográficas. En ese sentido, no se trata solo de una explicación alternativa, sino de una nueva forma de mirar a los moáis: no como objetos inmóviles arrastrados con sufrimiento, sino como monumentos dinámicos, movidos con inteligencia y cooperación.
La historia de los moáis no cambia por completo, pero sí se redefine. Y, con ella, también la imagen que tenemos de la civilización que los levantó.
Referencias
- Lipo, C. P., & Hunt, T. L. (2025). The walking moai hypothesis: Archaeological evidence, experimental validation, and response to critics. Journal of Archaeological Science, 183(106383), 106383. doi:10.1016/j.jas.2025.106383