La historia evolutiva de los mamíferos acaba de sumar un nuevo capítulo, y uno lleno de giros inesperados. Durante décadas, la comunidad científica ha pensado que la articulación única de la mandíbula era una de las características más definitorias y lineales en el paso de los reptiles a los mamíferos. Pero un nuevo estudio publicado en Nature ha sacudido esa idea con el análisis detallado de dos fósiles jurásicos que muestran que la evolución de la mandíbula fue mucho más experimental, y bastante más rara, de lo que nadie había sospechado.
Ambos fósiles provienen de yacimientos en China y pertenecen a dos parientes lejanos de los mamíferos: uno es un herbívoro con posibles hábitos excavadores que vivió hace unos 165 millones de años, y el otro, un pequeño insectívoro del Jurásico temprano. Aunque pertenecen a linajes distintos, ambos presentan configuraciones mandibulares completamente diferentes y, lo más sorprendente, totalmente nuevas para la ciencia.
El fósil del “cuerno” que escondía una articulación insólita
El primero de estos fósiles pertenece a Polistodon chuannanensis, un tritilodóntido que ya era conocido por la paleontología, pero que hasta ahora no había sido estudiado con la tecnología disponible en la actualidad. Utilizando escáneres de tomografía computarizada, los investigadores no solo corrigieron errores anteriores sobre su anatomía, sino que descubrieron algo inaudito: una segunda articulación en la mandíbula, completamente desarrollada, que conectaba el dentario con el hueso yugal.
Este tipo de unión no se había visto nunca antes en ningún vertebrado de cuatro patas. La mandíbula de Polistodon no se articulaba solo con el hueso escamosal, como ocurre en los mamíferos modernos, sino que también formaba una conexión con el yugal, una estructura del pómulo. Esta articulación secundaria no era decorativa: se presume que absorbía gran parte de la fuerza generada durante la masticación, lo que sugiere una adaptación específica al tipo de dieta y quizás también al estilo de vida del animal, probablemente excavador. Y por si fuera poco, el cráneo del animal presenta un relieve óseo que podría haber sostenido un cuerno o una estructura queratinosa similar, lo que lo hace aún más particular.
Este tipo de articulación no solo cambia lo que se pensaba sobre los tritilodóntidos, sino que plantea una pregunta mayor: ¿cuántas formas de mandíbula pasaron por la historia evolutiva antes de que los mamíferos modernos adoptaran la suya?
Una mandíbula torcida que señala el camino al oído
El segundo fósil es una especie completamente nueva, nombrada Camurocondylus lufengensis, y representa una pieza que faltaba en el complejo puzle de la evolución mandibular. Aunque de menor tamaño —probablemente del tamaño de una ardilla—, Camurocondylus aporta una pista crucial para entender cómo la articulación dentario-esquamosal evolucionó desde formas más primitivas.
Lo particular de este animal es la forma curvada de su cóndilo mandibular, es decir, la parte de la mandíbula que se articula con el cráneo. A diferencia de otros fósiles más avanzados, esta articulación no era bulbosa ni completamente desarrollada, pero ya se encontraba en la posición adecuada y con una orientación funcional. Es, en cierto modo, un prototipo de lo que terminaría siendo la característica mandíbula de los mamíferos modernos.
Su mandíbula parece representar una etapa intermedia entre los primeros experimentos evolutivos y la configuración que más tarde permitiría, además de masticar con precisión, desarrollar un oído medio eficiente. Porque sí: la evolución de la mandíbula está directamente conectada con la del oído. A medida que los huesos que antes servían para articular el cráneo y la mandíbula fueron quedando obsoletos, se transformaron en los diminutos huesecillos del oído que hoy permiten a los mamíferos escuchar sonidos de alta frecuencia.
Un laboratorio evolutivo mucho más caótico
La interpretación tradicional de esta transición sugería un camino claro: un tipo de articulación fue reemplazando gradualmente a otra, en un proceso relativamente lineal. Pero los fósiles de Polistodon y Camurocondylus revelan que este viaje fue todo menos directo. Lejos de seguir una única vía evolutiva, los ancestros de los mamíferos probaron múltiples soluciones al problema de cómo unir eficazmente la mandíbula al cráneo.
Algunos linajes desarrollaron articulaciones dobles. Otros, como Polistodon, crearon estructuras totalmente nuevas. Y en todos los casos, el proceso estuvo moldeado no solo por la anatomía, sino por factores como el tamaño corporal, la dieta, el comportamiento alimenticio e incluso la relación con el entorno. La evolución, como tantas veces se ha comprobado, no se limita a una estrategia: prueba muchas, a veces simultáneamente.
Una idea que cobra fuerza con estos hallazgos es la del papel de la plasticidad fenotípica en el proceso evolutivo. Este concepto, cada vez más discutido en biología evolutiva, se refiere a la capacidad de un organismo para desarrollar formas distintas de una misma estructura en respuesta a condiciones ambientales. Aplicado a la mandíbula, sugiere que muchos de estos cambios pudieron comenzar como adaptaciones puntuales y luego, al demostrar su utilidad, fueron seleccionados y fijados genéticamente.
Esta flexibilidad podría explicar por qué animales tan distintos como Polistodon y Camurocondylus, separados por millones de años y por hábitos de vida tan diferentes, llegaron a soluciones tan innovadoras para un mismo problema biomecánico.
Un rediseño que cambió la historia
Las implicaciones de estos hallazgos van más allá del interés paleontológico. La mandíbula no es solo una pieza de anatomía: fue clave para que los mamíferos dominaran nuevos tipos de alimentación, desarrollaran el oído medio y exploraran nichos ecológicos que antes eran inaccesibles. Entender cómo surgió esa estructura, y cómo pudo tomar formas tan distintas antes de consolidarse, es comprender una parte esencial de la historia evolutiva humana.
Mientras nuevos fósiles sigan saliendo de la tierra y mientras tecnologías como la tomografía digital nos permitan verlos con nuevos ojos, queda claro que la evolución de los mamíferos es una historia en continua revisión. Y que la mandíbula, ese hueso tan familiar, aún tiene mucho que contar.
Referencias
- Mao, F., Jiang, S., Liu, J. et al. Convergent evolution of diverse jaw joints in mammaliamorphs. Nature (2025). DOI: 10.1038/s41586-025-09572-0