Durante siglos, la cultura Liangzhu fue admirada por su arte en jade, sus avanzadas obras hidráulicas y su capacidad para organizar una ciudad planificada en pleno Neolítico. Situada en el delta del río Yangtsé, en lo que hoy es el este de China, esta civilización se consideraba un ejemplo temprano de urbanismo y sofisticación social en Asia oriental. Sin embargo, un reciente hallazgo publicado en Science Reports ha alterado por completo esa visión. En lugar de ofrecer únicamente símbolos de elegancia y progreso, Liangzhu ha revelado un lado mucho más perturbador: la manipulación sistemática de huesos humanos para convertirlos en objetos que, hasta hoy, no tienen explicación definitiva.
En excavaciones recientes, arqueólogos descubrieron más de medio centenar de restos humanos modificados de forma deliberada. La sorpresa no solo fue el número, sino el contexto en el que fueron hallados. Lejos de estar enterrados o depositados en lugares rituales, estos fragmentos óseos aparecieron arrojados en canales y fosos junto a restos de animales y cerámica rota, como si fueran simples residuos. Sin embargo, al examinar más de cerca esos huesos, se evidenció algo sorprendente: estaban tallados, pulidos, cortados o perforados con una intención clara. Algunos tenían forma de máscaras, otros de cuencos, y varios presentaban marcas que sugieren que fueron trabajados con herramientas específicas.
Máscaras, mandíbulas y cráneos convertidos en recipientes
El hallazgo incluye varios tipos de modificación ósea. Los más llamativos son los cráneos cortados horizontalmente para formar una especie de cuenco hecho con la parte superior del cráneo humano. También se encontraron rostros óseos partidos de forma vertical que recuerdan a máscaras, y mandíbulas inferiores aplanadas cuidadosamente, cuya función aún se desconoce. A esto se suman huesos largos que muestran señales de haber sido trabajados para convertirlos en herramientas.
Estas transformaciones no eran simples caprichos ni gestos aislados. La variedad de formas y la repetición de técnicas indican que existía una especie de “estándar de producción”. En otras palabras, se trataba de una práctica organizada, probablemente aprendida y transmitida entre generaciones. Lo más impactante es que muchos de los objetos estaban inacabados, como si se hubieran descartado tras algún error o simplemente porque dejaron de ser útiles. Esto sugiere que los huesos humanos no eran considerados materiales sagrados o únicos, sino algo mucho más cotidiano.
En las culturas del Neolítico en China, era habitual enterrar a los muertos de forma ritual. En sitios como Hemudu o Majiabang —anteriores a Liangzhu— los restos humanos se encontraban cuidadosamente depositados en tumbas comunitarias. Sin embargo, en Liangzhu esa práctica cambió radicalmente.
Una de las interpretaciones más sólidas apunta a que el crecimiento de la ciudad y el aumento de la población provocaron una transformación en la forma de ver a los muertos. En comunidades pequeñas, cada fallecido era recordado, con nombre, rostro y lazos familiares. En una ciudad como Liangzhu, con miles de habitantes y un sistema jerárquico consolidado, la muerte dejó de ser personal para volverse anónima.
La posibilidad de que estos huesos correspondieran a individuos considerados “ajenos” al grupo principal —extranjeros, marginados o personas de bajo estatus— cobra fuerza. En una sociedad urbana donde no todos los miembros se conocían entre sí, los cuerpos podían ser deshumanizados con mayor facilidad. Así, los restos de ciertos individuos se convertían en materia prima para la elaboración de objetos, sin connotaciones religiosas evidentes ni ceremonias funerarias.
¿Ritual, herramienta o simple costumbre?
Algunos elementos, como los cuencos craneales encontrados en tumbas de élite en otros yacimientos, podrían tener un valor simbólico o religioso. Pero la mayoría de los objetos trabajados no estaban en contextos rituales, ni acompañados de jade ni de otros indicadores de prestigio. Además, muchas de estas piezas se encontraron en el interior de canales, fosos y espacios que parecen haber funcionado como vertederos.
Tampoco se hallaron signos de violencia en los huesos. No hay marcas de cortes en ligamentos ni fracturas típicas de ejecuciones o sacrificios. Todo indica que los cuerpos fueron desmembrados una vez descompuestos, quizás recolectados de forma oportunista. Y aunque algunos huesos podrían haber servido como herramientas —por ejemplo, los que tienen extremos afilados o planos—, otros no parecen tener ninguna utilidad clara. Esto refuerza la idea de que la práctica tenía más que ver con una costumbre o hábito social que con un propósito funcional o religioso.
Una tradición que duró siglos y luego desapareció
El análisis por radiocarbono reveló que esta actividad se desarrolló durante un período de más de 200 años, aproximadamente entre el 4800 y el 4600 antes del presente. Curiosamente, coincide con el auge y declive de la ciudad de Liangzhu, y con momentos de crisis ambiental vinculados a la disminución de las lluvias y al deterioro de las infraestructuras hidráulicas.
Después de ese período, la práctica desapareció. Ninguna otra cultura posterior de la región —ni siquiera las dinastías históricas de China— replicó este tipo de modificación ósea. El fenómeno parece haber sido exclusivo de Liangzhu, y aunque todavía no se comprende del todo, todo apunta a que fue una respuesta cultural específica a los retos de una sociedad urbana emergente.
Liangzhu ha sido reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, y durante décadas fue vista como un ejemplo brillante de urbanismo temprano. Sus canales, presas y edificios planificados fueron considerados símbolos de progreso. Pero ahora, con el hallazgo de estos huesos trabajados, emerge una nueva dimensión, mucho más compleja y ambigua.
La ciudad no solo fue un centro de innovación tecnológica y artística, sino también un lugar donde la muerte fue gestionada de forma distinta, más pragmática y posiblemente más fría. La transformación de cadáveres en objetos útiles o decorativos muestra que la vida urbana trajo consigo nuevas formas de relacionarse con la muerte, la identidad y el cuerpo.
Quizás el mayor valor de este descubrimiento no reside en lo macabro del hallazgo, sino en la capacidad que nos ofrece para comprender cómo las sociedades humanas han evolucionado no solo en sus estructuras visibles, sino también en sus valores más profundos.
Referencias
- Sawada, J., Uzawa, K., Yoneda, M. et al. Worked human bones and the rise of urban society in the neolithic Liangzhu culture, East Asia. Sci Rep 15, 31441 (2025). doi:10.1038/s41598-025-15673-7