El papa Francisco, el que vino del fin del mundo: una vida entre la humildad y la revolución

Falleció hoy a los 88 años el papa Francisco. Su vida, marcada por gestos inesperados, tensiones internas y reformas profundas, cambió para siempre el rumbo de la Iglesia Católica.
Falleció hoy a los 88 años el papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano que revolucionó el Vaticano desde abajo Falleció hoy a los 88 años el papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano que revolucionó el Vaticano desde abajo
Falleció hoy a los 88 años el papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano que revolucionó el Vaticano desde abajo. Foto: Wikimedia/Christian Pérez

Cuando el 13 de marzo de 2013 apareció en el balcón de San Pedro un hombre de rostro serio y sotana blanca, pocos sabían que comenzaba una etapa sin precedentes en los más de dos mil años de historia de la Iglesia Católica. No era europeo, no era de la curia romana, no tenía la típica imagen de príncipe eclesiástico. Era Jorge Mario Bergoglio, un jesuita argentino con fama de austero, reservado y profundamente comprometido con los más pobres.

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Nacido en Buenos Aires en 1936, hijo de inmigrantes italianos, Francisco construyó su biografía a contracorriente. Su vida no se forjó entre mármoles vaticanos, sino entre los barrios obreros y las parroquias humildes. Antes de ser sacerdote, trabajó como técnico químico e incluso como portero de discoteca. A los 21 años, una grave infección pulmonar lo llevó al borde de la muerte y le cambió la vida para siempre. Entró en el seminario con un pulmón menos, pero con una determinación inquebrantable.

A lo largo de su carrera, primero como sacerdote y luego como arzobispo, rechazó los lujos clericales, vivió en apartamentos modestos y se movía en transporte público. Como arzobispo de Buenos Aires, era conocido por caminar por las villas miseria, celebrar misa con cartoneros y exigir a sus curas que abrieran las puertas de las iglesias para todos. Su estilo discreto y directo contrastaba con la pompa de la alta jerarquía eclesiástica. Y fue precisamente eso lo que, años después, lo llevaría al trono de Pedro.

Una elección inesperada que sorprendió al mundo

La renuncia de Benedicto XVI en 2013 dejó al Vaticano en una encrucijada. La Iglesia estaba inmersa en una crisis de credibilidad por escándalos financieros y de abusos sexuales. En ese contexto, los cardenales buscaron a alguien ajeno al corazón del poder curial. La elección recayó en Bergoglio, que ya en el cónclave de 2005 había sonado como favorito de una minoría significativa.

Su primera decisión como papa ya marcó un quiebre: eligió el nombre de Francisco. Nunca antes un papa había tomado ese nombre, y no fue casual. Lo hizo en honor a Francisco de Asís, el santo de la pobreza, de la reforma, del diálogo con los marginados y con otras religiones. Desde ese momento, Francisco construyó un pontificado profundamente simbólico, cargado de gestos que hablaban más que los discursos.

Renunció a los lujosos apartamentos pontificios y prefirió vivir en la Casa Santa Marta, una residencia más sencilla. Viajó en autos comunes, rompió protocolos, abrazó a enfermos, recibió en audiencia a quienes antes no tenían lugar en los pasillos del Vaticano. Fue el primer papa en dar entrevistas en profundidad, en expresarse sin papeles y en enfrentarse abiertamente a sectores conservadores que veían con recelo sus posturas pastorales.

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El reformador que agitó los cimientos

Francisco asumió la tarea titánica de reformar una Iglesia que parecía atrapada en sus propias estructuras. Y lo hizo desde adentro, sin romper con la tradición, pero modificando las prioridades. Su visión fue clara: una Iglesia centrada en los pobres, misionera, que no viva encerrada en sus propias normas sino que salga al encuentro del mundo.

A nivel estructural, impulsó la reforma de la Curia, el organismo administrativo central del Vaticano, que había acumulado poder y secretismo durante décadas. Simplificó organismos, dio protagonismo a las iglesias locales, reforzó los mecanismos de transparencia financiera y colocó al frente de cargos clave a perfiles alejados del típico cardenal diplomático.

Pero sus reformas más potentes fueron de tono y de contenido pastoral. Francisco no cambió los dogmas, pero sí el modo de hablar de ellos. En temas como la homosexualidad, el divorcio, el aborto o la acogida de los migrantes, introdujo una mirada mucho más humana, centrada en la persona y en las circunstancias. Para él, la misericordia no era una excepción, sino el punto de partida.

Estas posturas le granjearon duras críticas de parte de sectores ultraconservadores. En Estados Unidos, algunos obispos y medios afines llegaron a acusarlo de herejía o de confundir a los fieles. En Roma, hubo cardenales que cuestionaron abiertamente su autoridad. Pero él siguió adelante, consciente de que no había vuelta atrás.

El papa de los gestos que recorrió el mundo

Durante más de una década, Francisco convirtió el papado en una plataforma de alcance global. Viajó a decenas de países, incluyendo lugares hasta entonces impensados para un papa: Myanmar, Irak, Marruecos, Emiratos Árabes Unidos o Mongolia. Allí llevó un mensaje de fraternidad, de paz, de encuentro con culturas y religiones distintas.

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En Brasil, con millones de jóvenes en Río de Janeiro, reafirmó su apuesta por una Iglesia joven y en salida. En México, visitó las periferias más golpeadas por el narcotráfico. En África, condenó la violencia y el saqueo de recursos naturales. En Europa, interpeló a los líderes por su indiferencia hacia los refugiados que mueren en el mar.

Uno de sus gestos más impactantes fue la visita a la isla italiana de Lampedusa en 2013, al poco de ser elegido. Allí, frente a las tumbas de migrantes anónimos, denunció la “globalización de la indiferencia”. Años después, durante la pandemia de COVID-19, se mostró solo bajo la lluvia en una plaza de San Pedro vacía, rezando por el mundo entero. Aquella imagen dio la vuelta al mundo como símbolo de esperanza en medio del desastre.

Tensiones, contradicciones y resistencias

Pero no todo fue armonía. Francisco enfrentó una enorme resistencia interna, especialmente por su decisión de limitar el uso del rito tradicional en latín o por su apertura hacia los divorciados vueltos a casar y las parejas del mismo sexo. En 2023 autorizó, bajo condiciones, la bendición de parejas homosexuales, lo que desató una tormenta en algunos sectores católicos que lo acusaron de “traicionar la doctrina”.

En materia de abusos sexuales, el papa tomó medidas más severas que sus predecesores, como la obligación de denunciar y el levantamiento del secreto pontificio en estos casos. Pero aún así, muchas víctimas reclamaron falta de acción y lentitud en la aplicación de reformas más profundas. En más de una ocasión, Francisco reconoció haber cometido errores de evaluación, especialmente en los primeros años de su pontificado.

La contradicción también se reflejaba en su postura sobre las mujeres. Si bien nombró a la primera mujer al frente de un dicasterio vaticano, y amplió los roles de liderazgo femenino, no avanzó en el debate sobre la ordenación. Lo mismo ocurrió con la propuesta de ordenar hombres casados en la Amazonía, que finalmente descartó pese al apoyo de muchos obispos.

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El papa del cambio climático, los pobres y la nueva era

Uno de los legados más sólidos de Francisco fue su compromiso con el medio ambiente. En 2015, su encíclica Laudato si’ alertó sobre los efectos devastadores del cambio climático y responsabilizó a un sistema económico basado en el descarte. Fue la primera vez que un documento papal unió ecología, espiritualidad y justicia social con tanta fuerza. Su impacto trascendió lo religioso: activistas, políticos y científicos reconocieron su valor como impulso a las agendas climáticas globales.

Del mismo modo, Francisco puso el foco en los más olvidados: pueblos indígenas, migrantes, trabajadores precarizados. En su encíclica Fratelli tutti, de 2020, volvió a insistir en la necesidad de construir un mundo más fraterno, menos polarizado y más justo. Su última gran obra, Dilexit nos, publicada en 2024, fue una llamada a redescubrir el amor como centro de la vida cristiana, en un mundo saturado por el consumo y la tecnología.

Incluso en los últimos años, debilitado por problemas de salud, siguió dando señales de liderazgo. Viajó a países lejanos, celebró misas multitudinarias, convocó un sínodo mundial inédito que permitió votar a laicos y mujeres, y perfiló con claridad su deseo de una Iglesia menos jerárquica y más participativa.

Una muerte que abre un nuevo ciclo

El 21 de abril de 2025, a los 88 años, el papa Francisco murió en su residencia del Vaticano, tras una larga convalecencia. Apenas el día anterior había bendecido a los fieles en Pascua. Su muerte marca el fin de una era que sacudió las estructuras más sólidas del catolicismo y abrió preguntas sobre su futuro.

Ahora comienza el tiempo del duelo, del recuerdo y de la elección de su sucesor. Pero también empieza el proceso de evaluar su pontificado con perspectiva histórica. Lo que parece claro es que Francisco no será recordado por haber escrito tratados teológicos ni por haber reforzado la doctrina, sino por haber puesto el corazón de la Iglesia en las periferias del mundo. Por haber hecho del papado un espacio de escucha, cercanía y denuncia profética. Por haber mostrado que otra forma de ser papa era posible.

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