La evidencia científica es el cimiento sobre el que se construyen políticas públicas eficaces. O al menos, debería serlo. Sin embargo, un reciente informe del gobierno estadounidense titulado “Make America Healthy Again” (MAHA), promovido por el secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr. bajo la administración Trump, ha sido severamente cuestionado por citar estudios inexistentes, tergiversar resultados y presentar errores sistemáticos en la interpretación de datos científicos.
Según una investigación publicada por NOTUS y firmada por las periodistas Emily Kennard y Margaret Manto, el informe asegura basarse en más de 500 estudios científicos para justificar un cambio de rumbo radical en materia de salud pública. Pero cuando los autores de algunos de esos estudios fueron contactados, la sorpresa fue mayúscula: varios de esos trabajos, sencillamente, no existen.
“Ese estudio no lo escribí yo”
Uno de los casos más flagrantes es el de la epidemióloga Katherine Keyes, cuyo nombre aparece como autora principal de un supuesto estudio sobre ansiedad en adolescentes publicado en JAMA Pediatrics. “El artículo citado no es un artículo real en el que yo o mis colegas hayamos participado”, respondió Keyes al ser consultada por NOTUS. Ni el título, ni los coautores, ni el número de edición del artículo coinciden con publicaciones reales del prestigioso diario científico.
Y no es un caso aislado. En total, al menos siete de los estudios citados por el informe MAHA no existen, según pudo verificar la investigación.
Uno de ellos afirma demostrar un vínculo entre la publicidad de medicamentos en televisión y el aumento de prescripciones de antidepresivos en menores. El problema: ni el estudio ni los autores parecen haber existido jamás. Uno de los supuestos autores, el doctor Robert L. Findling, negó rotundamente haber escrito algo semejante y aseguró que su nombre fue usado sin consentimiento.
Citas rotas, enlaces que no llevan a ninguna parte y conclusiones forzadas
Además de estudios inventados, el informe MAHA incluye decenas de errores menos flagrantes pero igual de preocupantes: enlaces rotos, autores mal citados, números de edición erróneos o artículos malinterpretados.
Uno de los ejemplos más representativos es el de un estudio sobre el uso de corticosteroides en niños con asma. El informe afirma que entre el 25% y el 40% de los casos leves son sobretratados. Pero al buscar el estudio citado, lo único que aparece es el propio informe MAHA.
El médico señalado como autor principal, Harold J. Farber, explicó que sí ha trabajado temas similares, pero negó haber escrito ese estudio en particular. Incluso si el informe se estuviera basando en una investigación real suya, “sus conclusiones están sobregeneralizadas”, señaló Farber.
Estudios reales, interpretaciones falsas
No todos los problemas radican en estudios inventados. En otros casos, el informe se basa en investigaciones reales pero les atribuye conclusiones que los autores jamás plantearon.
Un ejemplo claro es un estudio citado para afirmar que la terapia psicológica es más efectiva que los medicamentos psiquiátricos. Sin embargo, una de las autoras del trabajo citado, la bioestadística australiana Joanne McKenzie, aclaró que su investigación solo comparaba antidepresivos de nueva generación con placebos. La terapia ni siquiera fue considerada: “No incluimos psicoterapia en nuestra revisión. Solo comparamos la eficacia de los antidepresivos (de nueva generación) entre sí y con un placebo”, señaló a las periodistas.
Otro caso llamativo es el de un estudio que supuestamente demuestra que las prescripciones de antipsicóticos en niños se dispararon un 800% entre 1993 y 2009. El dato real, según el propio estudio citado, es un aumento de ocho veces entre 1995 y 2005. Un matiz importante que cambia completamente la interpretación del fenómeno.
Una estrategia política con apariencia científica
El informe MAHA no es un documento académico, sino un texto político. Su objetivo declarado es identificar las causas de las enfermedades crónicas en Estados Unidos, y para ello propone una revisión radical de la relación entre salud, alimentación, tecnología y medioambiente. Se denuncian los efectos del glifosato, los colorantes alimentarios, la radiación de los teléfonos móviles e incluso la contaminación por microplásticos. Pero el hilo conductor, según sus autores, es que el sistema sanitario está “capturado por intereses corporativos” y que la medicina moderna “enferma más de lo que cura”.
El problema es que para sostener esas afirmaciones se necesita evidencia robusta. Y eso es exactamente lo que falta. Lejos de presentar “la base científica más sólida jamás reunida por el gobierno”, como asegura Robert F. Kennedy Jr., el informe parece construido sobre una arquitectura de errores, manipulaciones e invenciones.
¿Una tendencia peligrosa?
La publicación de este informe coincide con recortes presupuestarios a la ciencia, especialmente en organismos federales de investigación en salud. También ocurre en un contexto de creciente desconfianza hacia el consenso científico, alimentada desde ciertos sectores políticos y mediáticos. En ese clima, la producción de informes que parecen científicos pero carecen de sustancia se convierte en una herramienta de propaganda peligrosa.
La investigadora Mariana G. Figueiro también fue citada erróneamente en el informe. En su caso, el estudio sobre el impacto del uso de pantallas en el sueño infantil fue mal citado y peor interpretado: ni se realizó en niños, ni se publicó en la revista que el informe menciona.
“Las conclusiones del informe no son precisas y la referencia de la revista es incorrecta. No se publicó en Pediatrics. Además, el estudio no se realizó en niños, sino en estudiantes universitarios”, mencionó, recordando incluso que tenía investigaciones más relevantes que los autores podrían haber usado.
¿Qué viene ahora?
El Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) no respondió a las solicitudes de comentario sobre las irregularidades del informe. Mientras tanto, la comisión MAHA planea publicar una segunda parte en agosto titulada “Make Our Children Healthy Again Strategy”.
Los expertos advierten que este tipo de informes, aunque no académicamente válidos, pueden tener impacto real si influyen en políticas públicas o en la percepción ciudadana. Las decisiones basadas en información falsa tienen consecuencias reales.
Y es que cuando se distorsiona la ciencia para servir a una agenda política, el precio no se mide en votos, sino en salud.