La decisión, comunicada el pasado viernes por los Institutos Nacionales de Salud (NIH), dejó atónitos a investigadores de dos de los centros de investigación biomédica más prestigiosos del mundo: la Universidad de Duke y el Instituto Scripps. Estos equipos, que lideraban un programa fundamental para el desarrollo de vacunas contra el VIH, acaban de ver cómo el gobierno de Donald Trump, en su segundo mandato, ponía fin de manera abrupta a su financiación de 258 millones de dólares.
“Los consorcios para el desarrollo de vacunas contra el VIH/SIDA e inmunología fueron revisados por los líderes del NIH, quienes no apoyan que siga adelante”, confirmó un alto funcionario de la agencia al New York Times, medio que dio la primicia el 30 de mayo de 2025.
La fuente, que pidió permanecer en el anonimato, añadió que el enfoque del NIH se desplazará hacia “el uso de los enfoques actualmente disponibles para eliminar el VIH/SIDA”. Pero lo que podría parecer una simple reorientación estratégica encierra, según los expertos, un severo revés a la lucha contra una de las pandemias más persistentes del último siglo.
Una herida abierta en la investigación global
Este recorte no solo afecta a un proyecto, sino que amenaza con estancar toda una línea de investigación que ha costado décadas construir. El programa cancelado se basaba en el estudio de los anticuerpos ampliamente neutralizantes, un enfoque innovador que había demostrado ser prometedor en estudios con animales. Estos anticuerpos tienen la capacidad de bloquear múltiples variantes del VIH, un virus que ha demostrado ser especialmente hábil en evadir el sistema inmunitario.
“La pandemia del VIH nunca terminará sin una vacuna, por lo que eliminar la investigación sobre una terminará matando gente”, advirtió el inmunólogo John Moore, del Weill Cornell Medical College de Nueva York. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, en 2023 se registraron 1,3 millones de nuevas infecciones por VIH, incluyendo unos 120.000 casos en niños. Si bien las infecciones han descendido desde 2010, estos números siguen siendo alarmantes.
La cancelación llega, además, en un contexto inquietante: el mismo gobierno ha suspendido otros programas clave de prevención, incluyendo subvenciones para medicamentos como la PrEP, que previenen la infección, y ha clausurado la división de prevención del VIH en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC). En enero de este año, la administración Trump también paralizó los fondos del emblemático programa PEPFAR, que durante más de 20 años proveyó tratamientos a millones de personas en África. Aunque el Departamento de Estado ha permitido la reanudación de algunos tratamientos, los recursos para prevención no han sido restaurados.
Un precedente peligroso
Lo que hace que esta decisión sea aún más devastadora es que llega en un momento en que la ciencia se encontraba más cerca que nunca de un avance real. Aunque numerosos ensayos anteriores han fracasado —alimentando el escepticismo sobre la posibilidad misma de crear una vacuna eficaz contra el VIH—, el enfoque de Duke y Scripps no consistía en atacar directamente al virus, sino en entrenar al sistema inmunológico para producir esos anticuerpos superdotados capaces de neutralizarlo.
Los fondos otorgados en 2019, con una duración prevista de siete años, fueron clave para lanzar investigaciones a largo plazo. Si bien algunos ensayos clínicos en curso podrán seguir adelante —siempre y cuando continúe la financiación al HIV Vaccine Trials Network del NIH—, el corte al desarrollo de nuevos candidatos implica que el pipeline quedará vacío en pocos años. “Casi todo en este campo depende del trabajo que realizaban estos dos programas”, lamentó Mitchell Warren, director ejecutivo de la organización AVAC.
Además, muchos países africanos ya están reportando interrupciones graves en sus campañas de prevención. Y mientras tanto, el nuevo ente federal que supuestamente centralizaría estos esfuerzos —la denominada Administración para una América Saludable— aún no existe en la práctica.
¿Un sacrificio ideológico?
Para muchos, la eliminación de estos programas no responde a un análisis técnico sino a una decisión ideológica y política. Durante su primer mandato, Trump había respaldado algunas iniciativas para erradicar el VIH en Estados Unidos. Sin embargo, su segunda administración ha desmantelado sistemáticamente los pilares de ese compromiso.
“No se puede entender este movimiento sin ver el patrón general de recortes a la ciencia y a la salud pública”, opinó un exfuncionario del HHS (Departamento de Salud y Servicios Humanos). “Lo que estamos viendo no es una reestructuración: es un desmantelamiento”.
El impacto no se limita al VIH. Muchos de los avances tecnológicos impulsados por los consorcios ahora cancelados tenían aplicaciones en otros campos: desde el desarrollo de tratamientos para enfermedades autoinmunes hasta terapias contra el COVID o incluso sueros contra venenos de serpiente. La ciencia es interdependiente, y cuando se corta una rama del árbol, todo el ecosistema lo resiente.
Un retroceso con rostro humano
Si algo demuestra esta historia es que las decisiones políticas no son abstractas: tienen consecuencias tangibles. En este caso, pueden significar más infecciones, más muertes evitables y la prolongación de una epidemia que, con apoyo sostenido, podría estar mucho más cerca de su final.
“El NIH ha invertido durante años en tecnologías avanzadas de vacunas, y abandonarlas de esta forma es un error garrafal”, dijo Moore. “No se trata solo de ciencia. Se trata de vidas humanas”.
Mientras tanto, la comunidad científica internacional observa con creciente preocupación. La esperanza de una vacuna contra el VIH no ha muerto, pero sin el apoyo necesario, su llegada parece haberse alejado varios años más en el horizonte.