Criar hijos podría ser el secreto para un cerebro más joven: el sorprendente hallazgo que reescribe lo que creíamos sobre la edad mental (y la paternidad)

Un estudio masivo demuestra que la crianza puede fortalecer el cerebro y protegerlo del envejecimiento, desafiando una de las ideas más arraigadas sobre ser madre o padre.
Cuidar de tus hijos podría proteger tu cerebro del envejecimiento, según la ciencia Cuidar de tus hijos podría proteger tu cerebro del envejecimiento, según la ciencia
Cuidar de tus hijos podría proteger tu cerebro del envejecimiento, según la ciencia. Foto: Istock / Christian Pérez

Durante generaciones, la crianza ha estado envuelta en una narrativa agotadora: noches sin dormir, rutinas caóticas, listas infinitas de tareas y esa sensación persistente de tener la cabeza en mil cosas a la vez. “La maternidad te funde el cerebro”, se dice a menudo entre amigas. “La paternidad te deja sin neuronas”, bromean algunos padres. Pero, ¿y si hubiéramos estado entendiendo todo al revés?

Publicidad

Un grupo de científicos ha descubierto algo que podría cambiar para siempre nuestra percepción de la experiencia parental: criar hijos podría fortalecer el cerebro. Y no solo en el sentido emocional o metafórico, sino en un sentido neurológico real, medible, observable.

Este hallazgo, basado en la mayor base de neuroimágenes poblacionales jamás estudiada, muestra que el cerebro de las personas que han tenido hijos muestra patrones de funcionamiento más jóvenes, con una conectividad más fuerte entre regiones clave. Un hallazgo que resulta aún más sorprendente cuando se considera que estos beneficios parecen intensificarse con cada hijo adicional.

Un descubrimiento inesperado en un océano de datos

El estudio analizó las resonancias magnéticas funcionales de más de 37.000 adultos británicos de entre 40 y 69 años. La muestra incluía tanto mujeres como hombres, lo que permitió a los investigadores observar con claridad un patrón revelador: aquellos que habían criado hijos mostraban mayor sincronía en redes cerebrales que normalmente se deterioran con la edad.

Estas redes —especialmente las relacionadas con el movimiento, la percepción sensorial y las habilidades sociales— son fundamentales para la vida cotidiana. Son las que nos permiten interpretar gestos, planificar acciones, mantener el equilibrio emocional en situaciones complejas. Justamente las capacidades que se ponen a prueba una y otra vez durante la crianza.

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es que estos beneficios no son exclusivos de las mujeres ni están relacionados con el embarazo. Tanto madres como padres mostraban los mismos patrones de conectividad cerebral mejorada, lo que lleva a pensar que es la experiencia de cuidar —y no el hecho de gestar— lo que realmente deja huella en el cerebro.

Publicidad

Esto es crucial. Abre la puerta a pensar en el impacto neurológico de cualquier forma de cuidado sostenido: desde el acompañamiento de un hijo hasta el trabajo en educación, la mentoría, el voluntariado o incluso la crianza compartida en modelos no tradicionales de familia.

Cada hijo, un estímulo más para el cerebro

Uno de los puntos más llamativos de la investigación es que los beneficios cerebrales parecían acumularse con el número de hijos. Cuantos más hijos habían criado las personas estudiadas, mayor era la conectividad funcional de sus cerebros. Lejos de saturarse o “colapsar”, el cerebro parecía adaptarse, expandirse y fortalecerse con cada nueva experiencia de cuidado.

Esto sugiere que la crianza es, en muchos sentidos, una forma de aprendizaje constante. Cada hijo implica nuevas dinámicas, nuevas necesidades, nuevas etapas de desarrollo. Un padre o madre con varios hijos no repite la misma tarea: cada relación, cada personalidad infantil, obliga al adulto a desarrollar una flexibilidad cognitiva que difícilmente se encuentra en otros ámbitos de la vida.

Aunque el trabajo no establece una relación causal definitiva, los investigadores sugieren varias hipótesis. Una de ellas es que los padres, al estar más expuestos a estímulos sociales, físicos y emocionales, mantienen sus redes cerebrales activas y desafiadas. Otra apunta a la reorganización neuronal que implica la toma constante de decisiones, la gestión emocional y la planificación a largo plazo.

Pero hay un dato que no ha sido lo suficientemente destacado: los beneficios cerebrales eran más evidentes en redes implicadas en la empatía y la coordinación motora. Es decir, las áreas que usamos para comprender a los demás y para interactuar físicamente con nuestro entorno. Esto podría indicar que la crianza no solo estimula la mente, sino que mantiene en forma habilidades fundamentales para la autonomía en la vejez.

Publicidad

Un efecto duradero… incluso décadas después

Tal vez lo más sorprendente de todo es que estos efectos no parecen ser pasajeros. Las personas estudiadas no eran padres recientes: en muchos casos, sus hijos ya eran adultos. Y, sin embargo, los patrones cerebrales más robustos persistían. Esto sugiere que el impacto de la crianza no es solo inmediato o circunstancial. El cerebro, al parecer, no olvida lo aprendido durante los años de cuidado intenso.

Este dato podría tener implicaciones enormes para el diseño de políticas de envejecimiento activo, programas de salud mental o estrategias para prevenir el deterioro cognitivo. En una sociedad que envejece rápidamente y en la que cada vez más personas viven solas, encontrar formas de estimular el cerebro de forma natural y sostenida se vuelve una prioridad urgente.

¿Y si no tengo hijos? Buenas noticias también

Aunque el hallazgo destaca los beneficios de la crianza, no es un pasaporte exclusivo para padres y madres. Lo que parece proteger al cerebro no es la biología parental, sino el entorno de estimulación cognitiva y social que conlleva cuidar de otro ser humano.

Esto significa que otras actividades —como el voluntariado, el acompañamiento de personas mayores, el cuidado de animales o la participación en comunidades activas— podrían ofrecer beneficios similares. El secreto, al parecer, está en mantener el cerebro despierto, implicado emocionalmente y activo socialmente.

Este estudio viene a cuestionar una idea muy arraigada en la cultura popular: la de que ser madre o padre “te consume las neuronas”. Si bien es cierto que la crianza puede generar fatiga y episodios de baja concentración (algo asociado más al cansancio o al estrés que a un daño real), los efectos a largo plazo parecen ir en la dirección opuesta.

Publicidad

Lejos de atrofiarse, el cerebro parental se adapta, aprende, crece. Y esa huella, aunque invisible a simple vista, permanece activa incluso cuando los hijos ya no necesitan pañales ni cuentos antes de dormir.

Referencias:

  • E.R. Orchard, S. Chopra, L.Q.R. Ooi, P. Chen, L. An, S.D. Jamadar, B.T.T. Yeo, H.J.V. Rutherford, & A.J. Holmes, Protective role of parenthood on age-related brain function in mid- to late-life, Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 122 (9) e2411245122, DOI: 10.1073/pnas.2411245122 (2025)