Durante siglos, la imagen que teníamos del vino en la Edad del Bronce era la de una bebida exclusiva, un símbolo de estatus reservado a templos, palacios y élites gobernantes. Pero una nueva investigación arqueológica, publicada en una de las revistas más prestigiosas del sector, sugiere que esta imagen no se sostiene cuando miramos hacia el corazón de una de las ciudades más míticas de la antigüedad: Troya.
Basándose en análisis químicos realizados sobre fragmentos cerámicos excavados hace más de un siglo, un equipo multidisciplinar ha logrado demostrar que el vino no era un privilegio de reyes o aristócratas. Por primera vez, se ha hallado evidencia científica de que el vino era consumido también por las clases populares troyanas, lo que obliga a reconsiderar no solo su dieta y costumbres, sino la propia estructura social de la ciudad en el III milenio a.C.
Una copa que atraviesa la leyenda
En el Canto I de la Ilíada, el dios Hefesto levanta su copa de dos asas y se la pasa a su madre Hera. Esa imagen del banquete divino ha acompañado durante siglos la representación de los banquetes heroicos y aristocráticos del mundo griego. Curiosamente, el tipo de copa descrita por Homero coincide con una pieza real utilizada mil años antes en el territorio que hoy llamamos Turquía: el depas amphikypellon, conocido como “cáliz de dos asas”.
Más de un centenar de estas copas se han recuperado en Troya, en capas fechadas entre el 2500 y el 2000 a.C. Hasta ahora, muchos arqueólogos creían que, por su presencia en contextos palaciegos o templarios, eran utilizadas exclusivamente por las élites en rituales o celebraciones solemnes. Esa suposición tenía sentido… hasta que la ciencia dijo lo contrario.
El verdadero punto de inflexión llegó con una serie de análisis de residuos orgánicos llevados a cabo por especialistas en arqueometría. En concreto, aplicaron técnicas de cromatografía de gases y espectrometría de masas a fragmentos de vasos hallados por Heinrich Schliemann en el siglo XIX. Este proceso permitió identificar compuestos que solo aparecen durante la fermentación del zumo de uva: ácidos succínico y pirúvico. En otras palabras, la bebida contenida en aquellas copas no era zumo, sino vino fermentado.
Pero lo más revelador del estudio fue que no solo los vasos de lujo presentaban estos residuos. Vasos corrientes, encontrados en zonas periféricas de la ciudad —lejos de la acrópolis y los complejos palaciegos— mostraban la misma huella química. Esto significa que personas comunes, probablemente campesinos, artesanos o soldados, también bebían vino. No se trataba de un lujo inaccesible, sino de una bebida integrada en el día a día troyano.
La democratización del vino en la Edad del Bronce
Este hallazgo no solo nos obliga a cambiar nuestra percepción sobre el acceso al vino, sino también sobre el modo en que Troya se organizaba social y culturalmente. La idea de un vino popular, consumido en casas sencillas, contradice siglos de narrativa arqueológica que lo vinculaban exclusivamente con contextos religiosos o aristocráticos. Es posible que el vino no fuera una bebida tan escasa como se pensaba, y que su producción y consumo estuvieran más extendidos gracias a prácticas agrícolas más desarrolladas o a redes de comercio local eficientes.
Además, este tipo de copas también ha sido hallado en otras regiones del Egeo, Asia Menor y hasta Mesopotamia, lo que apunta a una cultura de consumo compartida que iba más allá de Troya. El vino, por tanto, no solo cruzaba clases sociales, sino también fronteras geográficas.
Eso sí, uno de los puntos que siguen sin resolverse es el uso simbólico del depas. Si bien las pruebas apuntan a un uso diario, su forma singular —alta, estilizada, con asas grandes y base en punta— sugiere una intencionalidad más allá de lo práctico. No se sostiene por sí sola, lo que implica que debía ser sostenida o colgada. Esto ha llevado a algunos investigadores a plantear que, aunque el vino fuera una bebida común, su forma de servirse o de compartirse mantenía un componente ritual o colectivo.
Es posible que, como sugiere la Ilíada, estas copas se pasaran de mano en mano en celebraciones comunales, donde el acto de beber no era individual, sino colectivo, con un fuerte componente social y simbólico. Un modelo de convivencia que une a la Troya histórica con la Troya mítica.
¿Era Troya una ciudad más igualitaria?
El hecho de que las clases bajas también tuvieran acceso a vino puede parecer anecdótico, pero tiene implicaciones importantes. Nos habla de una economía más diversificada, de una sociedad quizá menos jerárquica de lo que se creía y de una posible organización comunal del consumo. No es descabellado imaginar que en las afueras de la ciudad, lejos de las murallas del rey Príamo, campesinos y alfareros se reunieran al final del día para compartir vino en copas similares a las de sus gobernantes.
Además, estas prácticas podrían haber desempeñado un papel en la cohesión social, reforzando vínculos entre los habitantes de diferentes estratos. El vino, más que un lujo, era un lenguaje común.
Lo más fascinante de este descubrimiento es cómo, indirectamente, da cierto crédito a Homero. Aunque la Ilíada fue escrita casi un milenio después de los eventos que supuestamente describe, sus escenas de banquetes, copas compartidas y vino como nektar de los dioses podrían tener una base más real de lo que imaginamos. Es la confirmación de que los mitos beben, a menudo, de la historia.
Por otro lado, también reivindica la intuición de Heinrich Schliemann, un personaje controvertido y, a menudo, acusado de sensacionalismo. Él creía que esas copas eran para beber vino en celebraciones, y la ciencia, un siglo y medio después, parece darle la razón.
Referencias:
- Stephan W.E. Blum et al, The Question of Wine Consumption in Early Bronze Age Troy: Organic Residue Analysis and the Depas amphikypellon, American Journal of Archaeology (2025). DOI: 10.1086/734061