

Durante más de un año, un equipo de investigadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos se dedicó a analizar uno de los temas más controvertidos de la salud pública reciente: ¿sirven realmente las vacunas contra la COVID-19 para proteger a los niños? La respuesta, ahora con respaldo numérico, es sí. Y la diferencia es considerable.
Según el estudio publicado en el Morbidity and Mortality Weekly Report del CDC, los niños menores de 5 años que recibieron la vacuna 2024–2025 tuvieron un 76 % menos de probabilidades de terminar en urgencias o cuidados médicos de emergencia tras contagiarse. Para los niños y adolescentes de entre 5 y 17 años, el riesgo se redujo en un 56 %. Estas cifras no solo confirman la eficacia de las vacunas en un grupo considerado de bajo riesgo, sino que además lo hacen en un contexto de polémica y desinformación creciente.
La investigación se basa en más de 98.000 visitas médicas de urgencia recogidas entre agosto de 2024 y septiembre de 2025, un periodo marcado por la circulación de variantes del virus derivadas de Ómicron JN.1. Los datos fueron extraídos del sistema VISION, una red de registros médicos electrónicos que incluye hospitales y centros médicos de nueve estados. Una de las fortalezas del estudio es que los niños analizados tenían niveles diversos de inmunidad previa, ya fuera por infecciones anteriores o por vacunas anteriores, lo que permitió aislar el efecto real de la vacuna actualizada de 2024–2025.
El hallazgo es significativo no solo por la protección frente a síntomas graves, sino por el contexto político en el que se publica. La administración liderada por el secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr. ha cuestionado abiertamente la necesidad de vacunar a niños sanos. En septiembre, el comité asesor de vacunas del CDC, rediseñado por Kennedy, votó a favor de que la vacunación infantil solo se recomiende tras consulta con un profesional médico, eliminando así la recomendación universal.
En paralelo, se han difundido afirmaciones no respaldadas por datos sobre supuestos efectos adversos de las vacunas, incluidos rumores de muertes infantiles que no han sido respaldadas con evidencia científica. En este clima de escepticismo creciente y recortes dentro del propio CDC, el estudio supone una afirmación rotunda: las vacunas salvan a los niños de complicaciones médicas que podrían requerir atención urgente.
Lo más sorprendente es que, a pesar de la eficacia comprobada, la vacunación infantil sigue siendo baja. En el grupo de más de 53.000 niños y adolescentes de entre 5 y 17 años analizados, solo 26 de los que dieron positivo en COVID-19 y terminaron requiriendo atención médica de urgencia habían recibido la vacuna de la temporada 2024–2025. Una cifra que, aunque pequeña, fue suficiente para mostrar una diferencia estadísticamente significativa en la protección que ofrecía la vacuna frente a los casos más graves.os grupos.
Pero no se trata solo de números. El estudio recuerda que, durante el periodo analizado, cerca de 38.000 niños y adolescentes fueron hospitalizados por COVID-19 en Estados Unidos. Aunque se perciba como una enfermedad leve para los más pequeños, las cifras desmienten esa creencia. En los bebés de menos de seis meses, demasiado pequeños para vacunarse, la tasa de hospitalización fue la más alta: 600 por cada 100.000. Estos datos refuerzan la importancia de la vacunación durante el embarazo, que ofrece protección indirecta a los recién nacidos.
El valor del estudio también reside en su consistencia con investigaciones previas. Las cifras de eficacia son iguales o superiores a las obtenidas con las vacunas de las temporadas anteriores. Los expertos en salud pública consideran que estas conclusiones refuerzan el argumento a favor de mantener una campaña activa de vacunación infantil. No es solo una medida preventiva, es una estrategia que evita saturar las urgencias y protege a los más vulnerables.
Paradójicamente, el informe llega en un momento en que el propio CDC ha sufrido recortes presupuestarios, despidos de personal clave y cuestionamientos internos. Algunos departamentos, como la Oficina de Ciencia —encargada de publicar el informe semanal MMWR—, estuvieron a punto de desaparecer durante la paralización gubernamental de octubre. Aunque esos despidos fueron posteriormente bloqueados por una orden judicial, reflejan el ambiente de tensión que vive la agencia responsable de velar por la salud pública en EE. UU.
En este escenario de incertidumbre institucional y ruido político, los científicos que aún trabajan en el CDC han logrado hacer algo fundamental: demostrar con datos que la ciencia sigue funcionando, incluso cuando se tambalean las estructuras que deberían protegerla. El informe no solo aporta evidencia sólida sobre las vacunas, también funciona como un testimonio del papel crucial de la investigación científica frente al escepticismo y la desinformación.
El problema, como reconocen algunos expertos, no es la falta de datos, sino la pérdida de confianza pública. Y esto es especialmente preocupante cuando afecta a decisiones que tienen impacto directo en la vida de los niños. La publicación del estudio, en este sentido, es más que una simple estadística médica: es un intento por recuperar el terreno perdido en la conversación pública sobre la salud.
Es posible que las cifras no cambien de inmediato la percepción de los más escépticos. Pero ofrecen a los pediatras, investigadores y responsables de salud pública una base sólida desde la que explicar, de nuevo, por qué vacunar a los niños sigue siendo una de las herramientas más eficaces para mantenerlos seguros (y protegidos).
Los datos hablan claro. Solo falta que sepamos escucharlos.