El mayor estudio sobre COVID-19 en niños demuestra que la infección aumenta el riesgo de miocarditis, trombos e inflamaciones durante más de un año, mientras la vacuna es mucho más segura

El mayor estudio del mundo sobre COVID-19 y vacunación infantil, publicado en The Lancet, confirma que la infección multiplica los riesgos cardiovasculares e inflamatorios frente a una vacuna segura y de efectos pasajeros.
El mayor estudio sobre COVID-19 en niños revela que la infección es mucho más peligrosa y duradera que la vacuna, incluso más de un año después de pasar la enfermedad El mayor estudio sobre COVID-19 en niños revela que la infección es mucho más peligrosa y duradera que la vacuna, incluso más de un año después de pasar la enfermedad

Durante la pandemia, la palabra “riesgo” se convirtió en una constante en la conversación pública. Riesgo de contagiarse. Riesgo de hospitalización. Riesgo de efectos adversos. Entre los adultos, los datos pronto fueron claros, pero entre los niños —ese grupo aparentemente inmune a lo peor del virus— las dudas persistieron. ¿Qué era más peligroso para ellos: pasar la infección o recibir la vacuna?

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Cinco años después del inicio de la crisis sanitaria, una investigación monumental acaba de ofrecer la respuesta más completa hasta la fecha. Publicado en The Lancet Child & Adolescent Health, el estudio analizó los historiales médicos de casi 14 millones de niños y jóvenes en Inglaterra, convirtiéndose en la mayor investigación mundial sobre los efectos vasculares e inflamatorios asociados tanto a la infección por SARS-CoV-2 como a la vacunación.

El estudio más ambicioso hasta la fecha

El trabajo, liderado por el British Heart Foundation Data Science Centre y la Universidad de Cambridge, siguió los registros sanitarios de todos los menores de 18 años registrados en la sanidad pública inglesa entre 2020 y 2022. Con una muestra de esta magnitud, los investigadores pudieron trazar con una precisión inédita los riesgos a corto y largo plazo de sufrir enfermedades como miocarditis, trombos, trombocitopenia o síndromes inflamatorios multisistémicos (PIMS o MIS-C), tanto tras pasar el COVID-19 como después de recibir la vacuna BNT162b2 de Pfizer-BioNTech.

La conclusión, a pesar de su complejidad técnica, es inequívoca: la infección con el coronavirus multiplica por mucho los riesgos.

Durante la primera semana tras el diagnóstico, los menores infectados presentaron un riesgo casi cinco veces mayor de trombos venosos y más de tres veces superior de miocarditis o pericarditis en comparación con quienes no habían tenido COVID-19. En el caso de los síndromes inflamatorios sistémicos, el riesgo se disparó hasta catorce veces.

Y lo más preocupante: esas complicaciones no desaparecieron enseguida. Algunas, como la trombocitopenia o la miocarditis, se mantuvieron elevadas incluso más de un año después de la infección.

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Cuando el corazón se inflama

Entre las complicaciones analizadas, una ha acaparado especial atención desde los primeros meses de la vacunación infantil: la miocarditis, una inflamación del músculo cardíaco que puede provocar dolor torácico, arritmias o dificultad para respirar. Los primeros reportes de casos tras la vacunación con vacunas de ARN mensajero en adolescentes y adultos jóvenes generaron preocupación, especialmente entre padres y médicos.

El nuevo estudio británico confirma que existe un aumento del riesgo de miocarditis o pericarditis después de la primera dosis de la vacuna, pero ese incremento fue temporal y cuantitativamente muy pequeño. Los investigadores observaron que el mayor número de casos se concentró en las primeras cuatro semanas tras la vacunación y que no se detectaron señales de riesgo más allá de ese periodo.

En términos absolutos, los números son reveladores: tras la vacunación, se registraron 0,85 casos adicionales por cada 100.000 personas en los seis meses posteriores, mientras que tras la infección el exceso fue de 2,24 por cada 100.000. Es decir, la infección provocó casi tres veces más casos de miocarditis que la vacuna, y además con cuadros más duraderos.

El riesgo de complicaciones graves tras la infección por SARS-CoV-2 supera con creces al asociado a la vacunación.

Un riesgo persistente, pero evitable

El análisis también evidenció algo que preocupa a los pediatras desde hace tiempo: el efecto prolongado del virus sobre el sistema vascular e inmunitario de los más jóvenes. Aunque la mayoría de los niños cursan la infección de forma leve, un pequeño porcentaje desarrolla cuadros inflamatorios graves, como el síndrome inflamatorio multisistémico pediátrico (PIMS o MIS-C), una reacción descontrolada del sistema inmune que puede afectar al corazón, los pulmones, el hígado o los riñones.

En Inglaterra, el número de hospitalizaciones por PIMS ha disminuido desde las primeras olas, pero sigue siendo una de las principales causas de ingreso grave por COVID-19 en menores. El estudio de The Lancet muestra que, pese a la menor incidencia en la era ómicron, el riesgo de estas complicaciones sigue existiendo y puede prolongarse durante meses, incluso cuando la infección inicial fue leve o asintomática.

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Lo que la vacunación sí cambia

En contraste, los investigadores no encontraron evidencia de riesgos prolongados tras la vacunación. Los pocos efectos adversos detectados fueron raros, pasajeros y autolimitados. Y aunque el estudio no se centraba en la eficacia vacunal, los autores subrayan que la inmunización reduce drásticamente las probabilidades de hospitalización, inflamación grave o complicaciones cardiovasculares.

Esto tiene una implicación directa: los beneficios de vacunar a niños y adolescentes superan con creces los riesgos. La vacunación no solo protege de las formas severas de la enfermedad, sino también de sus secuelas más silenciosas —esas inflamaciones o trombos que pueden aparecer semanas o meses después—.

Uno de los puntos fuertes del trabajo es su magnitud y su metodología. Al integrar los registros de atención primaria, hospitalaria, emergencias, laboratorio y mortalidad del sistema nacional de salud inglés (NHS), los autores lograron un retrato epidemiológico de una población entera, algo poco común incluso en estudios sobre adultos.

Se trata, en palabras del propio equipo, de una “instantánea nacional” de la salud cardiovascular e inflamatoria de los menores durante la pandemia. Con 13,9 millones de historias clínicas analizadas y un seguimiento de hasta quince meses, los resultados ofrecen un nivel de fiabilidad sin precedentes.

Las vacunas frente a la COVID-19 en niños muestran un perfil de seguridad sólido, con eventos adversos extremadamente raros.

Más allá del debate de la pandemia

En un momento en que la conversación pública sobre la vacunación infantil ha estado marcada por la desconfianza y la desinformación, el estudio ofrece una base sólida para la toma de decisiones. Los datos no dejan lugar a equívocos: la vacuna puede tener efectos secundarios leves y temporales, pero el virus es mucho más dañino y persistente.

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El hallazgo llega además en un contexto en el que los casos de COVID-19 continúan registrándose entre niños y adolescentes, y en el que la fatiga social ha reducido la percepción del riesgo. Sin embargo, la evidencia científica vuelve a recordar que la inmunización no solo protege a los más vulnerables, sino que previene complicaciones a largo plazo que el propio sistema sanitario empieza a conocer mejor.

Los autores insisten en que, aunque el estudio ofrece una imagen completa del riesgo inmediato y a largo plazo, todavía hay preguntas abiertas. Una de ellas es cómo evoluciona este riesgo tras segundas o terceras dosis, o frente a nuevas variantes del virus.

Aun así, los resultados apoyan de forma contundente las políticas de vacunación infantil y adolescente adoptadas en Reino Unido y otros países. No se trata solo de prevenir hospitalizaciones, sino de evitar los efectos silenciosos del COVID-19 sobre el sistema vascular e inmunitario de una generación.

En resumen, el mayor estudio jamás realizado sobre COVID-19 en menores vuelve a inclinar la balanza: el verdadero riesgo está en la infección, no en la vacuna.

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