A fines de los años noventa, el interior de Australia seguía siendo un vasto territorio apenas alterado por la modernidad. En las proximidades del remoto pueblo de Marree, un paisaje árido y silencioso parecía inmune al paso del tiempo. Sin embargo, el 26 de junio de 1998, un piloto de avioneta divisó desde el aire algo totalmente desconcertante: una figura humana gigantesca, trazada con asombrosa precisión sobre la superficie del desierto.
Tenía forma de cazador aborigen, portaba un arma ceremonial —probablemente un búmeran— y estaba completamente desnudo. Su cuerpo medía más de 4 kilómetros de altura, y su contorno, si uno lo recorriera completo, alcanzaría los 28 kilómetros. El hallazgo era tan colosal que solo podía verse desde el aire. Nadie en tierra lo había notado.
Lo apodaron el “Marree Man”, y desde ese momento se convirtió en uno de los enigmas más intrigantes de la arqueología contemporánea. Su origen, su autoría, incluso su propósito, siguen envueltos en el más profundo anonimato. Ni una cámara captó el momento de su creación, ni un ser humano se presentó a firmarlo.
Una aparición repentina y demasiado precisa
Lo más desconcertante del Marree Man no es solo su tamaño, sino la rapidez con la que fue ejecutado. Las imágenes satelitales disponibles en ese entonces muestran que entre el 27 de mayo y el 12 de junio de 1998, en apenas dos semanas, la figura fue trazada en la meseta de Finniss Springs, al borde del desierto de Australia del Sur.
Las líneas tenían unos 25 centímetros de profundidad y fueron trazadas con tal exactitud que muchos expertos coinciden en que se necesitaron herramientas de nivel industrial, probablemente maquinaria de construcción pesada y tecnología de posicionamiento GPS, algo bastante exclusivo en aquella época y aún más raro en zonas tan remotas.
Este dato refuerza la idea de que quienes lo hicieron eran profesionales con acceso a recursos considerables. ¿Artistas? ¿Militares? ¿Mineros? Todas las opciones siguen abiertas, aunque ninguna con pruebas contundentes.
Las teorías se multiplican
Una de las pistas más insólitas llegó poco después de que se descubriera la figura. En las semanas siguientes, varios hoteles, negocios locales y medios de comunicación empezaron a recibir faxes anónimos que describían el Marree Man con detalle, como si su autor quisiera atraer atención sin revelar su identidad. El lenguaje de estos mensajes incluía términos propios del inglés estadounidense, lo que llevó a especular con la participación de personal militar norteamericano destinado en la base cercana de Woomera.
Al mismo tiempo, en el lugar donde se trazó la figura se encontró una placa enterrada, con una bandera de EE.UU. y un símbolo olímpico grabado, lo que reforzó la hipótesis de una acción con intenciones turísticas o incluso políticas. Se hablaba, en uno de los mensajes, de un “regalo para el Estado de Australia del Sur” con vistas a los Juegos Olímpicos de Sídney 2000.
Otra teoría apunta al excéntrico artista Bardius Goldberg, residente en Alice Springs, quien habría hablado con amigos y conocidos de un “gran proyecto” antes de morir, aunque nunca se atribuyó la autoría. Su estilo, sus antecedentes artísticos e incluso el momento en que recibió una suma de dinero antes de la creación del geoglifo coinciden con algunos aspectos del misterio. Pero nada ha podido confirmarse de forma definitiva.
También se especuló con una participación del sector minero, ya que compañías presentes en la zona durante la década de 1990 trabajaban en la perforación de pozos para el suministro de agua. Varios testigos afirmaron haber visto maquinaria pesada y luces extrañas sobre la meseta durante aquellas semanas.
El arte que desaparece… y vuelve a la vida
A pesar del revuelo inicial, el clima del desierto comenzó a borrar lentamente la figura. Para 2013, el Marree Man era poco más que una sombra desdibujada, casi invisible incluso para los satélites. Pero lejos de ser olvidado, su historia tomó un nuevo giro.
En 2016, un grupo de empresarios y residentes locales decidió restaurar la figura con el objetivo de reactivar el turismo. Con ayuda de planos antiguos, coordenadas GPS y una máquina niveladora, trabajaron durante varios días para rehacer el contorno original. Añadieron además surcos especiales que ayudan a retener el agua de lluvia, con la esperanza de que con el tiempo la vegetación delimite de forma natural la silueta.
Y aquí es donde la historia da otro giro misterioso. En medio del proceso, el equipo de restauración recibió un correo electrónico anónimo con un archivo que contenía coordenadas detalladas del contorno original. La precisión del archivo era tan milimétrica —con un margen de error inferior a 20 centímetros— que solo podía haber sido generado con los datos técnicos utilizados en la creación original del geoglifo.
Una vez más, el autor se manifestaba… pero solo a medias.
¿Una broma artística o una pieza arqueológica del futuro?
Hoy, el Marree Man vuelve a verse con claridad desde el cielo. Aviones turísticos sobrevuelan la zona con regularidad, y el pueblo de Marree, de apenas 150 habitantes, ha logrado atraer visitantes de todo el mundo. La figura, que muchos consideran el geoglifo más grande del planeta, ha sido comparada con los gigantes grabados en los paisajes de Dorset o Sussex, en el Reino Unido.
Sin embargo, hay una diferencia clave: el Marree Man fue creado en plena era de los satélites, de la vigilancia global, del internet… y aun así, nadie ha podido demostrar cómo se hizo.
Más allá de las teorías y los archivos ocultos, lo que permanece es el misterio. Un misterio que parece cuidadosamente diseñado para resistir al tiempo, para vivir en las conversaciones y en la imaginación, más que en los documentos oficiales. Y quizás ahí reside su verdadero valor: en ser una de las pocas creaciones humanas del siglo XX cuya historia aún no ha sido contada del todo.