En un momento en que las políticas sanitarias en Estados Unidos se preparan para dar un giro con la posible eliminación de las recomendaciones universales de vacunación contra la COVID-19 para niños y embarazadas, la ciencia mantiene una posición firme y unificada: vacunarse salva vidas, incluso antes de nacer.
La pandemia ha dejado claro que el virus no afecta a todos por igual. La edad, las condiciones de salud previas y el estado inmunitario marcan diferencias sustanciales en los desenlaces. Entre los grupos más sensibles a la infección, destacan dos: los niños pequeños y las mujeres embarazadas. Y es precisamente en ellos donde las vacunas han demostrado su mayor valor, no solo previniendo complicaciones graves, sino generando beneficios que se extienden más allá del individuo vacunado.
COVID-19 en el embarazo: riesgos ignorados
Desde los primeros meses de la pandemia, se identificó que una infección por SARS-CoV-2 durante el embarazo podía conllevar mayores riesgos que en la población general, especialmente de ingreso en las unidades de cuidados intensivos (UCI), ventilación invasiva, preeclampsia y muerte. La evidencia acumulada lo confirma: la probabilidad de ingresar en cuidados intensivos es cinco veces mayor, y el riesgo de fallecer por complicaciones relacionadas con la COVID-19 se multiplica por 22 en mujeres embarazadas. A esto se suma un incremento de complicaciones obstétricas y riesgos para el feto, como la preeclampsia, el parto prematuro, el bajo peso al nacer y, en casos extremos, la muerte fetal o neonatal.
Estos datos fueron recopilados a lo largo de cientos de estudios realizados en todo el mundo, y reflejaron patrones consistentes: los desenlaces más graves se concentraban entre las mujeres no vacunadas. En uno de los estudios más amplios analizados recientemente, se determinó que el 90% de las hospitalizaciones por COVID-19 durante el embarazo ocurrieron en mujeres no vacunadas, y el 98% de los ingresos a cuidados intensivos también correspondieron a ese grupo.
Vacunación durante el embarazo: seguridad comprobada
Pese a la contundencia de los datos sobre el riesgo de infección, la vacunación durante el embarazo aún genera dudas en algunos sectores de la población. Sin embargo, la investigación ha despejado gran parte del terreno: múltiples metaanálisis han confirmado que vacunarse contra la COVID-19 durante el embarazo no aumenta el riesgo de aborto espontáneo, complicaciones obstétricas ni problemas neonatales. Tampoco se ha observado mayor incidencia de hemorragias posparto, desprendimientos de placenta ni necesidad de ingreso en unidades neonatales.
Por el contrario, los datos apuntan a que la vacunación mejora ciertos indicadores de salud perinatal, como la reducción del riesgo de mortinato y un mayor peso al nacer. Algunos estudios incluso observaron mejores puntuaciones en el test de Apgar, una medida rápida del estado de salud del recién nacido al momento del parto.
Anticuerpos maternos: inmunidad que se hereda
Uno de los hallazgos más reveladores ha sido la capacidad de la vacuna para transferir protección al bebé antes de nacer. Investigaciones recientes han demostrado la presencia de anticuerpos IgG contra el SARS-CoV-2 en la sangre del cordón umbilical de bebés nacidos de madres vacunadas, especialmente si la inmunización ocurrió durante el tercer trimestre. Estos anticuerpos se transfieren a través de la placenta de la madre al feto.
Pero la presencia de anticuerpos no solo es un dato de laboratorio: se ha comprobado que estos persisten en el bebé durante meses. En un estudio, el 57% de los bebés nacidos de madres vacunadas todavía tenían niveles detectables de anticuerpos seis meses después del nacimiento.
Más aún, estos anticuerpos son funcionales. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) publicó en su Morbidity and Mortality Weekly Report un estudio que mostraba una reducción del 61% en el riesgo de hospitalización por COVID-19 en bebés menores de seis meses cuyas madres habían sido vacunadas con una dosis de ARNm durante el embarazo.
En Ontario, un análisis más específico reveló que dos dosis administradas durante el embarazo ofrecían una efectividad del 97% frente a la hospitalización infantil por la variante Delta, y del 53% frente a Ómicron. La protección, aunque decreciente con el tiempo, era especialmente alta durante las primeras ocho semanas de vida.
El bebé no es el único beneficiado
Mientras los beneficios para el feto y el recién nacido se consolidan, la protección para la madre sigue siendo uno de los pilares más sólidos de la estrategia vacunal. En un contexto donde el sistema inmunitario se adapta para proteger la gestación, la infección por SARS-CoV-2 puede generar un impacto desproporcionado en mujeres embarazadas, y la vacuna ha demostrado reducir significativamente la necesidad de oxigenoterapia, ventilación mecánica y hospitalización en cuidados críticos.
La Organización Mundial de la Salud, consciente de esta doble protección, ha recomendado la administración de un refuerzo de la vacuna contra el COVID-19 en el embarazo si han pasado más de seis meses desde la última dosis. El objetivo es garantizar una cobertura óptima, tanto para la madre como para el bebé.
¿Y los niños? Riesgo bajo, pero real
Aunque muchos argumentan que los niños presentan cuadros leves de COVID-19, esta afirmación no refleja completamente la realidad. Si bien es cierto que en promedio tienen menos complicaciones que los adultos, eso no significa que estén exentos de riesgos. Durante los primeros años de la pandemia, la COVID-19 fue una de las diez principales causas de muerte en la población pediátrica de Estados Unidos. De hecho, un número pequeño —pero bastante real— de niños tienden a contraer una enfermedad moderada o grave. Básicamente podríamos reducirlo en algo muy simple: el riesgo nunca es cero.
Especialmente los niños menores de seis meses, que de hecho aún no pueden vacunarse, presentan un riesgo mucho mayor de sufrir consecuencias graves asociadas con las infecciones por COVID-19, incluyendo hospitalizaciones y muerte.
Según datos recientes y provisionales de los CDC, entre septiembre de 2023 y agosto de 2024 se registraron al menos 152 muertes infantiles por COVID-19. Además, alrededor del 40% de los niños hospitalizados no tenían condiciones de salud previas, lo que desmiente la idea de que solo los menores con enfermedades preexistentes están en riesgo.
También se han documentado casos de síndrome inflamatorio multisistémico pediátrico (MIS-C), una complicación grave que puede requerir ingreso en cuidados intensivos. Por otro lado, se han reportado secuelas a largo plazo, conocidas como “long COVID”, incluso en menores que inicialmente presentaron síntomas leves.
Vacunación pediátrica: riesgos mínimos, protección clara
En contraste con los riesgos de la enfermedad, los efectos adversos graves de la vacunación infantil son sumamente raros. Miocarditis y pericarditis han sido identificadas como posibles reacciones secundarias, particularmente en adolescentes varones tras la segunda dosis, pero la incidencia es baja y los casos suelen ser leves.
Durante las campañas de vacunación de 2022 a 2025, los sistemas de vigilancia en EE. UU. como el Vaccine Safety Datalink y el VAERS no detectaron aumentos significativos de riesgo en menores de cinco años. Tampoco se ha observado mayor incidencia de accidentes cerebrovasculares o trastornos neurológicos como encefalitis o parálisis facial.
Los estudios más recientes comparan directamente el riesgo de complicaciones por la vacuna con los provocados por la infección. En todos los casos, el virus representa un peligro mayor que la inmunización. Además, investigaciones publicadas en Annals of Internal Medicine y eClinicalMedicine han confirmado que la vacuna reduce significativamente el riesgo de hospitalización, ingreso en UCI y desarrollo de COVID persistente en niños y adolescentes.
De hecho, un estudio reciente, realizado entre 2021 y 2023 en 4 estados de EE.UU., muestra que los niños vacunados tienen menos probabilidades de sufrir síntomas persistentes, especialmente los respiratorios. Entre los menores que desarrollaron long COVID, el 68% tenía problemas respiratorios. En casos raros, puede causar síntomas graves como embolia pulmonar aguda, miocarditis, miocardiopatía, insuficiencia renal y diabetes tipo 1. Los investigadores encontraron que la vacuna no solo reduce el riesgo de infectarse: también prepara al cuerpo para defenderse mejor si se contagia. Esto frena los síntomas y evita que se agraven. Aun con la infección previa, la vacunación disminuye el riesgo de síntomas múltiples en un 73%. Por tanto, de acuerdo a los autores, aunque los casos pediátricos suelen ser leves, la vacunación es la mejor forma de evitar complicaciones como la COVID persistente en los niños.
La decisión de no vacunar tiene consecuencias
Las palabras del actual secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., que ha calificado las vacunas pediátricas como “un riesgo profundo”, contrastan con la evidencia científica. Kennedy ha cuestionado públicamente la necesidad de vacunar a niños y embarazadas, y su departamento planea retirar las recomendaciones universales del CDC para estos grupos, lo que podría reducir el acceso a la inmunización y su cobertura por seguros médicos.
Estas decisiones no son neutrales. En salud pública, omitir una recomendación puede generar confusión, disminuir la confianza del público y dejar desprotegidos a quienes más necesitan el respaldo de la ciencia.
La comunidad médica, en cambio, se mantiene firme. Pediatras, epidemiólogos y obstetras respaldan una vacunación basada en evidencia, centrada en el riesgo-beneficio y alejada de discursos ideológicos. Su mensaje es claro: vacunar a embarazadas y niños no solo es seguro, es necesario.