La ansiedad, una respuesta de supervivencia que puede salirse de control

Descubre qué sucede en nuestro cuerpo y cerebro cuando nos sentimos ansiosos y qué factores influyen en su aparición.
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El sexto sentido que nos alerta del peligro y nos puede jugar malas pasadas. Foto: Istock

La ansiedad es una emoción que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida, pero que puede convertirse en un problema cuando se vuelve excesiva, difícil de controlar o se siente sin una causa específica. ¿Qué sucede en nuestro organismo cuando nos sentimos ansiosos y qué factores influyen en su aparición?

La ansiedad es una respuesta de alerta ante situaciones que percibimos como amenazantes o peligrosas, ya sean externas o internas. Su función es prepararnos para afrontar el posible riesgo, activando nuestro sistema nervioso y liberando hormonas como la adrenalina y el cortisol. Estas sustancias provocan cambios fisiológicos, como el aumento del ritmo cardíaco, la respiración y la tensión muscular, que nos ayudan a estar más atentos y reaccionar con rapidez.

Sin embargo, cuando la ansiedad se dispara sin una razón objetiva, se mantiene en el tiempo o interfiere en nuestro funcionamiento diario, puede ser indicativa de un trastorno de ansiedad. Estas condiciones incluyen una variedad de problemas, como las fobias, el trastorno de ansiedad social o el trastorno de ansiedad generalizada, y su efecto en la vida de las personas puede ser incapacitante.

Alrededor del 4 por ciento de la población mundial tiene un trastorno de ansiedad y hasta un tercio lo tendrá en algún momento de su vida.

¿Qué ocurre en el cerebro cuando nos sentimos ansiosos?

Los científicos llevan décadas tratando de averiguar qué procesos cerebrales están implicados en la ansiedad, pero aún no tienen una respuesta definitiva. Una de las áreas que ha recibido más atención es la amígdala, ya que se encarga de procesar los recuerdos relacionados con el miedo y de detectar el peligro y generar respuestas emocionales involuntarias.

Cuando la amígdala capta una posible amenaza externa, envía señales a la corteza prefrontal, la región del cerebro que se ocupa de funciones complejas como la regulación emocional. Entonces, dos secciones de esta región intervienen: o bien la corteza prefrontal dorsomedial le dice a la amígdala que preste atención a estas señales, o bien la corteza prefrontal ventromedial las atenúa. Se cree que, en un trastorno de ansiedad, este proceso normalmente útil se desajusta, de modo que se experimenta ansiedad en momentos inapropiados o con demasiada intensidad.

Pero las amenazas que desencadenan la ansiedad no solo provienen de fuentes externas. Por ejemplo, también puede ocurrir un cambio en el interior de nuestro cuerpo y que tengamos una percepción de amenaza. Esto se debe a algo llamado interocepción.

A menudo referida como nuestro sexto sentido, la interocepción es la forma en que nuestro cerebro controla lo que ocurre dentro del cuerpo, monitorizando de forma subconsciente cosas como la tensión muscular y los niveles de dióxido de carbono en la sangre.

De hecho, como señalan muchos expertos, en bastantes ocasiones la ansiedad es una mala interpretación de una señal fisiológica. Tomar conciencia de un cambio en el ritmo cardíaco, por ejemplo, podría inducir ansiedad al hacernos pensar que estamos sufriendo un ataque al corazón.

La evidencia de que una mayor conciencia interoceptiva puede contribuir a los sentimientos de ansiedad se obtuvo cuando se administró 0,5 microgramos del fármaco isoproterenol a 24 mujeres con trastorno de ansiedad generalizada (TAG) para aumentar su ritmo cardíaco. Experimentaron cambios mayores en la respuesta de sus cerebros al latido del corazón, que se considera una medida de la interocepción cardíaca, que 24 controles sin la condición. Antes de tomar isoproterenol, las mujeres con TAG también tenían una medida más alta de interocepción cardíaca que el grupo de control.

¿Dónde empieza el desencadenante de la ansiedad, en el cerebro o en el cuerpo?

Lo cierto es que, al menos por el momento, los expertos no conocen la respuesta. Algunos dirían que los dos ocurren simultáneamente. Está lo suficientemente cerca en el tiempo como para que, a todos los efectos, no importe. Sea como fuere, lo que parece claro es que ambas partes juegan un papel en la ansiedad.

Y es que, si lo piensas en términos evolutivos, tener este bucle de retroalimentación es probablemente útil, porque significa que somos capaces de adaptarnos y de, además, actualizar nuestras propias percepciones.

¿Por qué evolucionó la ansiedad?

Dado que sentir ansiedad es una parte universal de ser humano, debe haber evolucionado por alguna razón. La idea más establecida es que fue para ayudarnos a estar atentos al peligro, en particular para evitar a los depredadores que habrían cazado a nuestros antepasados. Al sentir ansiedad por la posibilidad de encontrarse con un gran felino, por ejemplo, nuestros antepasados ​​podrían haber adaptado su comportamiento, como viajar en grupo, para aumentar su probabilidad de supervivencia y tener descendencia.

Esto sugiere que la ansiedad puede ser sentida por todos los animales presa. Sin embargo, es difícil saber si un animal se siente o no ansioso. No en vano, en los humanos, la única forma de saberlo con seguridad es preguntar; algo que, evidentemente, no podemos hacercon los animales.

En este caso, podemos ver si su comportamiento se parece al de un humano que se siente ansioso. Los ratones, los chimpancés, los perros y los caballos, entre otros, se cree que exhiben comportamientos relacionados con la ansiedad.

Sin embargo, otros expertos creen que hay un segundo aspecto en la evolución de la ansiedad en los humanos. Sugieren que otra forma de ansiedad evolucionó a partir de nuestra respuesta al miedo de los depredadores: una ansiedad social relacionada con la cohesión y la lealtad del grupo, dejándonos con dos tipos generales de ansiedad.

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