El juicio que encendió una ciudad: las raíces del estallido de Los Ángeles en 1992

Un vídeo grabado por casualidad encendió la mayor revuelta urbana en Estados Unidos desde los años 60.
Caos y destrucción marcaron uno de los episodios más tensos de la historia reciente de Los Ángeles Caos y destrucción marcaron uno de los episodios más tensos de la historia reciente de Los Ángeles
Caos y destrucción marcaron uno de los episodios más tensos de la historia reciente de Los Ángeles. Foto: Wikimedia

La imagen es inolvidable. Un hombre negro, tendido en el suelo, es golpeado repetidamente por varios policías blancos mientras otros observan sin intervenir. No es una escena de ficción ni un recuerdo lejano del pasado segregacionista: ocurrió en 1991, en Los Ángeles, y fue grabado por un vecino que jamás imaginó que su cámara doméstica se convertiría en una prueba histórica. El nombre del hombre agredido era Rodney King, y su caso se convirtió en el detonante de una tormenta social que llevaba décadas gestándose.

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La absolución de los agentes implicados en la brutal paliza a King, pese a la evidencia audiovisual que circuló en todos los telediarios, generó una onda expansiva de indignación que superó cualquier predicción. Durante seis días, entre finales de abril y principios de mayo de 1992, la ciudad de Los Ángeles se convirtió en un campo de batalla urbano. El coste fue brutal: 63 muertos, más de 2.000 heridos, miles de negocios arrasados y un daño económico cercano a los mil millones de dólares.

Pero reducir aquel episodio a un estallido espontáneo por una única causa sería ignorar las profundas raíces históricas, raciales, económicas y políticas que lo alimentaron. Para entender lo que ocurrió en Los Ángeles en 1992, hay que remontarse mucho más atrás.

Décadas de tensión racial contenida

Los Ángeles llevaba años acumulando tensiones raciales, especialmente entre la comunidad afroamericana y las fuerzas del orden. Aunque la ciudad proyectaba al mundo una imagen cosmopolita, progresista y soleada, en sus barrios periféricos se vivía otra realidad: desempleo endémico, pobreza estructural, violencia callejera y un sistema policial percibido como opresor.

En barrios como South Central, el racismo institucional no era una idea abstracta, sino una experiencia diaria. Los controles policiales arbitrarios, los registros abusivos y las detenciones injustificadas formaban parte del paisaje cotidiano. Para muchas familias afroamericanas y latinas, los agentes del orden no representaban la seguridad, sino el miedo.

La policía de Los Ángeles, durante los años 80 y principios de los 90, era conocida por su estilo agresivo y militarizado. Dirigida por el controvertido jefe Daryl Gates, el LAPD se había ganado una reputación de brutalidad impune, especialmente en los vecindarios más vulnerables. Fue en ese contexto donde la paliza a Rodney King se convirtió en el símbolo de algo mucho más profundo que una simple actuación policial desproporcionada.

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El juicio que encendió la chispa

Rodney King, un hombre con antecedentes por robo y conducción bajo los efectos del alcohol, protagonizó una persecución policial que terminó en su violenta detención. A pesar de estar desarmado y ya reducido, fue golpeado con saña mientras era grabado por un testigo. El vídeo, de menos de dos minutos, se convirtió en una bomba mediática. Por primera vez, había una evidencia irrefutable de lo que muchas comunidades venían denunciando desde hacía años.

Sin embargo, el juicio se trasladó a Simi Valley, un suburbio de mayoría blanca, alejado de los barrios afectados. El jurado, compuesto por ciudadanos que en su mayoría no compartían las experiencias de las víctimas del racismo policial, decidió absolver a los cuatro agentes implicados. La decisión fue anunciada el 29 de abril de 1992, poco después de las 3 de la tarde. A las pocas horas, la ciudad ardía.

La violencia comenzó en la intersección de Florence y Normandie, epicentro simbólico del malestar acumulado. Motoristas fueron agredidos, tiendas saqueadas y vehículos incendiados. Las autoridades tardaron horas en reaccionar. La policía, superada por la situación, se retiró de muchos puntos, dejando a los ciudadanos a su suerte.

El caos toma la ciudad

La falta de respuesta inmediata agravó la situación. Durante las primeras 48 horas, Los Ángeles vivió un vacío de poder. En algunos barrios, la población se organizó para protegerse; en otros, reinó el caos absoluto. Las imágenes de saqueos, incendios y enfrentamientos dieron la vuelta al mundo, reflejando una sociedad rota y desbordada.

Una de las escenas más impactantes fue la del camionero Reginald Denny, un hombre blanco que fue sacado de su vehículo y golpeado brutalmente por un grupo de jóvenes. La escena fue retransmitida en directo desde un helicóptero y se convirtió en el reverso exacto de la paliza a Rodney King: un símbolo de cómo la violencia, una vez desatada, no distingue víctimas ni culpables.

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El 1 de mayo, ante la magnitud de la crisis, el presidente George H. W. Bush ordenó el despliegue de la Guardia Nacional y el ejército. Más de 10.000 soldados patrullaron las calles, en un operativo que recordaba más a una zona de guerra que a una ciudad estadounidense. A partir de ese momento, la violencia comenzó a menguar.

Las heridas que aún siguen abiertas

Una vez controlada la situación, llegaron las cifras: más de 3.000 edificios destruidos, 60 muertos, más de 7.000 detenidos. Pero el impacto real no podía medirse solo en números. La confianza entre comunidades y autoridades quedó severamente dañada, y la brecha social se hizo más visible que nunca.

Años después, Rodney King sería indemnizado, pero seguiría arrastrando problemas personales hasta su trágica muerte en 2012. Los policías implicados en la paliza serían juzgados de nuevo en un tribunal federal, con condenas menores para dos de ellos. El jefe de policía Daryl Gates dimitió meses después de los disturbios. Pero ninguna de esas acciones logró cerrar del todo las heridas.

El legado de los disturbios de 1992 es complejo. Para muchos, representaron una revuelta legítima contra décadas de abuso; para otros, una catástrofe que destruyó a la propia comunidad que decía defender. Lo cierto es que supusieron un antes y un después en la conversación nacional sobre racismo, justicia y violencia policial.

Años después, con nuevos casos de brutalidad policial registrados en vídeo —desde Ferguson hasta Minneapolis—, las imágenes de 1992 resuenan con fuerza renovada. Aquella explosión de rabia, aparentemente espontánea, fue en realidad el eco acumulado de una historia larga, dolorosa y todavía inconclusa.

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