

Durante casi un año, miles de esporas de musgo flotaron en el vacío del espacio, golpeadas por la radiación cósmica, el frío extremo y sin una gota de aire. Lo que parecía una condena segura resultó ser una hazaña biológica que está reescribiendo nuestra comprensión de la vida en condiciones extremas.
En marzo de 2022, un experimento inusual comenzó a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS). Los astronautas colocaron 20.000 esporas del musgo Physcomitrium patens en el exterior de la estación, sin más protección que sus propias estructuras naturales. Durante 283 días, estas diminutas cápsulas de vida quedaron expuestas al vacío espacial, las fluctuaciones térmicas brutales y la radiación ultravioleta. Cualquiera habría apostado que no volverían. Pero lo hicieron.
Al regresar a la Tierra en una cápsula de SpaceX en enero de 2023, las muestras fueron examinadas por un equipo de científicos liderado por Tomomichi Fujita, de la Universidad de Hokkaido. Y contra todo pronóstico, más del 80 % de las esporas volvieron a germinar. Habían sobrevivido a un paseo espacial de nueve meses. Y no solo eso: se desarrollaron en plantas sanas, como si nada hubiera pasado.
Este experimento marca un antes y un después en la biología espacial. Aunque ya se había demostrado en el laboratorio que ciertas especies de musgo soportan condiciones extremas, esta es la primera vez que un organismo vegetal sobrevive a una exposición directa y prolongada en el entorno espacial real.
Un legado de adaptación extrema
Physcomitrium patens no es un musgo cualquiera. Es uno de los modelos más estudiados por la ciencia debido a su sencillez genética y a su papel en la historia evolutiva: forma parte del linaje vegetal que colonizó la tierra hace unos 500 millones de años, cuando los océanos empezaron a ceder terreno a los primeros paisajes terrestres.
Ese salto evolutivo no fue sencillo. La Tierra de entonces era un entorno hostil: sin capa de ozono, con alta radiación UV, sequías y temperaturas extremas. Para sobrevivir, las plantas primitivas desarrollaron estrategias extremas de resistencia. Entre ellas, las esporas: estructuras mínimas, protegidas por múltiples capas celulares, capaces de entrar en letargo durante años y resistir condiciones adversas.
Este mismo mecanismo parece ser la clave del éxito espacial de P. patens. En los ensayos previos al lanzamiento, los investigadores ya habían sometido a diferentes fases del musgo a condiciones simuladas de espacio: vacío, frío de -80 °C, calor de 55 °C, deshidratación, rayos UV… Todos los tejidos murieron menos las esporas, que resistieron incluso la radiación ultravioleta extrema sin perder su capacidad de germinación.

En el espacio, las esporas recibieron una dosis combinada de amenazas: microgravedad, vacío casi total, radiación solar directa y temperaturas que oscilaban violentamente entre extremos. Aun así, al volver a la Tierra, los científicos comprobaron que habían sobrevivido en un porcentaje sorprendentemente alto.
Incluso en el grupo más castigado —el que no estaba protegido por filtros UV— la tasa de germinación fue del 86 %. Las esporas que permanecieron a oscuras o con protección frente a la luz ultravioleta alcanzaron tasas del 95 al 97 %, prácticamente idénticas al grupo de control terrestre.
Este resultado sugiere que las capas celulares externas de la espora actúan como una especie de cápsula protectora natural. Un “traje espacial” biológico que podría haberse desarrollado como adaptación a los antiguos entornos terrestres, pero que, curiosamente, también les permite sobrevivir más allá de la Tierra.
El musgo que puede viajar por el espacio (y colonizar otros mundos)
Uno de los aspectos más fascinantes de este hallazgo es su implicación para la astrobiología. Si una espora terrestre puede soportar las condiciones espaciales durante meses —y potencialmente años—, entonces no es descabellado imaginar mecanismos naturales de transporte de vida entre planetas. Un meteorito cargado con esporas podría, en teoría, sembrar vida en otro lugar. O al menos, resistir el viaje.
Además, los musgos podrían ser herramientas valiosas para misiones espaciales a largo plazo. Su capacidad para producir oxígeno, filtrar contaminantes y sobrevivir sin apenas recursos los convierte en candidatos ideales para sistemas de soporte vital en bases lunares o marcianas.
Este experimento refuerza la idea de que la vida, una vez surgida, es mucho más resistente de lo que creemos. Las esporas de Physcomitrium patens no solo sobrevivieron: volvieron activas, listas para crecer. Y lo hicieron tras haber estado en un entorno en el que ningún ser humano podría sobrevivir ni unos segundos sin protección.
Y ahora, ¿qué sigue?
El siguiente paso lógico sería comprobar si estas esporas también pueden germinar en el espacio, no solo al regresar a la Tierra. ¿Pueden completar su ciclo de vida en microgravedad? ¿Producir nuevas esporas? ¿Reproducirse sin ayuda? Las respuestas a estas preguntas podrían cambiar la forma en que entendemos la capacidad de adaptación de la vida.
También queda por estudiar si el estrés sufrido dejó secuelas invisibles: mutaciones genéticas, alteraciones en su metabolismo o cambios epigenéticos que puedan afectar a futuras generaciones. ¿Son estas plantas exactamente iguales a sus progenitoras o han cambiado tras su odisea espacial?
Por ahora, lo que está claro es que P. patens ha protagonizado uno de los experimentos más fascinantes de la biología moderna. Y ha demostrado que, en algunos casos, la ciencia ficción se queda corta.
El estudio ha sido publicado en iScience.