Encuentran en Bélgica un esqueleto de ocho personas de épocas distintas en una sola tumba

Un esqueleto descubierto en Bélgica resulta ser una amalgama de huesos de ocho personas de épocas distintas, revelando un ritual funerario único en la historia.
Los investigadores analizaron el ADN de los huesos Los investigadores analizaron el ADN de los huesos
Los investigadores analizaron el ADN de los huesos destacados en esta imagen. Fuente: Veselka B, Reich D, Capuzzo G, et al

En 1970, arqueólogos en Bélgica desenterraron lo que parecía ser una tumba romana común en Pommerœul, cerca de la frontera con Francia. Entre 76 enterramientos de cremación del período romano, hallaron un esqueleto enterrado en posición fetal. Inicialmente interpretado como una inhumación de época romana, este cuerpo planteaba varias incógnitas. Décadas después, con las herramientas actuales de datación por radiocarbono y análisis de ADN antiguo, los investigadores han revelado algo extraordinario: este esqueleto no pertenece a una sola persona, sino a los restos de al menos ocho individuos, separados por miles de años.

En el estudio publicado en Antiquity, el equipo liderado por Barbara Veselka, de la Universidad Libre de Bruselas, muestra cómo este descubrimiento podría cambiar nuestra comprensión sobre los rituales de entierro y el simbolismo funerario en Europa.

El misterio de la posición fetal y el pin romano

El hallazgo de este esqueleto en una posición fetal fue intrigante desde el principio, ya que esta postura es común en enterramientos prehistóricos pero rara en el contexto romano. No obstante, la presencia de un pin óseo junto al cráneo hizo que los arqueólogos lo interpretaran como un entierro de época romana. Aunque no todos los detalles coincidían, fue esta pieza de ajuar funerario la que guió la interpretación inicial.

Sin embargo, décadas después, el equipo de Veselka sometió los huesos a pruebas de ADN y datación por radiocarbono, descubriendo que no solo el cráneo era de época romana, sino que el resto de los huesos pertenecían a individuos de distintas edades y tiempos. El miembro más antiguo de este “cuerpo ensamblado” data de hace más de 4.000 años, situándolo en el Neolítico, y el más reciente es el cráneo, que corresponde a una mujer romana de entre el siglo III y IV de nuestra era. La estructura era en realidad un mosaico humano, compuesto de partes de distintas personas y períodos, ensamblado en un cuerpo que pretendía pasar por uno solo.

¿Quiénes eran los “contribuyentes” de este esqueleto?

El análisis detallado revela que los huesos de este esqueleto representan un mínimo de ocho individuos, tanto hombres como mujeres, y de edades que van desde niños hasta adultos. Uno de los descubrimientos más llamativos fue la columna vertebral, que incluía vértebras de diferentes etapas de desarrollo, algunas pertenecientes a un adolescente y otras a un adulto.

“Comencé a pensar que algo muy extraño estaba ocurriendo”, comentó Barbara Veselka en una entrevista para New Scientist. De hecho, algo fuera de lo común estaba ocurriendo. Aunque ensamblajes de este tipo se han registrado antes en Europa en otros contextos prehistóricos, este caso se destaca porque abarca períodos de tiempo que van desde el Neolítico hasta la época romana.

La complejidad y cuidado en la selección de huesos y en su disposición sugieren que quien realizó este ensamblaje tenía un profundo conocimiento de la anatomía humana, y probablemente una intención ritual o simbólica.

¿Por qué ensamblar un “individuo” compuesto?

El ensamblaje de esqueletos de múltiples personas es extremadamente raro y tiende a indicar prácticas rituales o funerarias complejas. Existen dos teorías principales sobre cómo y por qué se creó este “individuo” compuesto. La primera es que los habitantes romanos de la región, al enterrar a sus propios muertos, pudieron haber encontrado una tumba neolítica anterior y accidentalmente alteraron los restos. Si el esqueleto que encontraron estaba incompleto, quizá decidieron “completarlo” añadiendo un cráneo romano para que el entierro mantuviera su integridad espiritual. Otra posibilidad es que los romanos, ya sea por superstición o como una forma de rendir homenaje a los antiguos habitantes, intencionadamente combinaron huesos neolíticos con un cráneo romano.

Barbara Veselka y su equipo no descartan ninguna de estas posibilidades, pero enfatizan que, cualquiera que sea el caso, la presencia de este “individuo” fue intencionada. El cráneo romano, cuyo ADN se alinea con otros restos de la región, podría indicar una conexión genealógica o simbólica entre los pueblos de distintas épocas. Quizá, en la mente de los antiguos romanos, al ensamblar este cuerpo, estaban fortaleciendo sus lazos con las raíces más antiguas de la tierra que habitaban, reclamándola de alguna forma.

La tumba se encontraba en Pommerœul, junto a un río. Las investigaciones arqueológicas han mostrado que las culturas antiguas a menudo realizaban enterramientos y rituales junto a cuerpos de agua, ya que estos se consideraban lugares de poder espiritual y conexión con el más allá.

En este sentido, la elección de Pommerœul para la inhumación puede tener un significado profundo, especialmente en una zona en la que confluyen distintos períodos históricos y culturas.

Jane Holmstrom, bioarqueóloga de Macalester College que no participó en el estudio, sugiere que el lugar podría haber sido un sitio de reclamación simbólica de la tierra. Así como los romanos enterraron a sus muertos en esta zona, los grupos neolíticos podrían haber usado el entierro colectivo para “marcar” el territorio. “La mezcla de restos sugiere que el terreno fue disputado y reclamado a través del acto de enterrar a los muertos, un fenómeno que se observa en distintas culturas alrededor del mundo”, afirma Holmstrom.

Entre las pruebas realizadas, el equipo encontró que el ADN del cráneo romano coincidía en cierta medida con restos de un cementerio romano cercano, lo que sugiere que esta mujer romana podría haber sido familiar de otros individuos enterrados en la región, incluso de la misma generación o grupo familiar. Esta conexión genética añade una dimensión a la teoría de que el cuerpo ensamblado podría ser un intento de los romanos de fusionar su identidad con la de los habitantes originales de la región.

El análisis genético no solo desvela las posibles conexiones familiares entre los restos, sino también el increíble lapso de tiempo que separa a los diferentes individuos que forman el “cuerpo”. El ADN de los huesos neolíticos muestra una mezcla de influencias genéticas de los cazadores-recolectores europeos y de las primeras poblaciones agrícolas de la región. La mujer romana, en cambio, tenía ancestros de estepa, una característica genética que comenzó a expandirse en Europa hacia el final de la Edad del Bronce.

El enigma sin resolver

Aunque los científicos han podido datar y analizar cada hueso, el motivo por el cual se ensambló este cuerpo compuesto sigue siendo un misterio. Este descubrimiento plantea interrogantes fascinantes sobre cómo las diferentes culturas a lo largo de los siglos interactuaban con sus muertos y con el legado de sus antepasados. El entierro en Pommerœul nos recuerda que los rituales funerarios no solo eran actos de despedida, sino también expresiones de identidad cultural y conexiones con el pasado.

Este descubrimiento no es solo un avance en arqueología, sino un testimonio de cómo los antiguos europeos se conectaban con sus antepasados y el territorio que habitaban. ¿Era este cuerpo compuesto una forma de venerar a los muertos, de reclamar la tierra o de mantener vivas las memorias ancestrales? Lo que está claro es que cada hueso tiene su historia, y cada hallazgo nos acerca un poco más a desvelar los misterios de nuestro pasado compartido.

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