Hallan la clave que sugiere que tus recuerdos más antiguos no se perdieron del todo cuando eras un bebé

Un innovador estudio ha revelado que los bebés pueden guardar recuerdos antes de lo que pensábamos: ahora los científicos se preguntan si estos siguen ahí, ocultos en el tiempo.
Puede que no los recuerdes, pero tus recuerdos de bebé no habrían desaparecido del todo Puede que no los recuerdes, pero tus recuerdos de bebé no habrían desaparecido del todo
Puede que no los recuerdes, pero tus recuerdos de bebé no habrían desaparecido del todo. Foto: Istock

Durante décadas, la neurociencia ha convivido con un enigma fascinante: ¿por qué no recordamos nada de nuestros primeros años de vida, cuando más aprendemos? El fenómeno, conocido como “amnesia infantil”, ha sido una especie de punto ciego en la comprensión de la memoria humana. Ahora, una serie de estudios pioneros acaba de abrir una grieta en ese muro del olvido: los bebés sí forman recuerdos específicos desde muy temprano, y el problema podría no estar en su creación, sino en nuestra incapacidad para recuperarlos años después.

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Un grupo de investigadores ha logrado, por primera vez, observar en tiempo real cómo se forman estos recuerdos en cerebros tan jóvenes como los de bebés de un año. Gracias a avanzadas técnicas de resonancia magnética funcional adaptadas para bebés despiertos, los científicos han podido registrar actividad intensa en una zona del cerebro clave para la memoria: el hipocampo. El hallazgo, publicado en Science, no solo contradice una de las creencias más arraigadas sobre el desarrollo infantil, sino que también reconfigura nuestra comprensión de la memoria humana desde su origen.

Memorias que no se pierden, solo se “esconden”

El equipo mostró a los bebés imágenes simples —un juguete, un paisaje, una cara— y luego, minutos después, las volvieron a presentar junto con otras nuevas del mismo tipo. Aunque los bebés no pueden decir si recuerdan o no, su mirada lo hace por ellos: una atención más prolongada hacia una imagen ya vista indica que la reconocen. La sorpresa vino cuando los escáneres cerebrales revelaron que esa respuesta estaba vinculada a una actividad marcada en la parte posterior del hipocampo, la misma región asociada a los recuerdos episódicos en adultos.

La conclusión es inquietante: incluso antes de aprender a hablar, los bebés ya están almacenando recuerdos de eventos concretos en el tiempo y el espacio. Pero si estos recuerdos existen, ¿por qué desaparecen? La respuesta apunta más a un problema de acceso que de almacenamiento. Es posible que esas memorias sigan en algún lugar de nuestra mente, encapsuladas bajo capas de nuevas experiencias, esperando los “términos de búsqueda” correctos que nunca llegarán.

Un giro en la teoría de la amnesia infantil

La visión clásica de la “amnesia infantil” sostenía que el hipocampo de un bebé no estaba lo suficientemente desarrollado como para crear recuerdos duraderos. Sin embargo, los nuevos resultados contradicen esa premisa: aunque aún en formación, el hipocampo ya cumple funciones sofisticadas de codificación de la memoria. Es decir, no está inactivo, como se pensaba, sino plenamente operativo, aunque de forma distinta a la adulta.

Además, el estudio sugiere que el desarrollo de la memoria no es un interruptor que se activa de golpe, sino un proceso gradual en el que distintas áreas del cerebro maduran en tiempos distintos. La parte posterior del hipocampo —la más implicada en la memoria episódica— parece activarse en torno al primer año de vida, mientras que otras regiones como la corteza orbitofrontal, que ayuda a decidir si una información es relevante, lo hacen más tarde.

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La memoria emocional de los primeros vínculos

Más allá de la pura neurología, los hallazgos también tienen implicaciones profundas para la psicología del desarrollo y la crianza. Aunque los bebés no recuerden conscientemente cuando los abrazaron o les cantaron una canción, sí pueden estar almacenando esas experiencias a nivel emocional. Estas memorias tempranas, aunque invisibles en la adultez, podrían ser la base de cómo nos relacionamos con el mundo: con seguridad, con ansiedad, con confianza o con miedo.

El tipo de interacciones que un bebé tiene con sus cuidadores, la repetición de rutinas y la consistencia en el trato parecen dejar una huella silenciosa en su arquitectura cerebral. La seguridad afectiva que se forma en estos primeros años podría ser, en efecto, una memoria en sí misma: no verbal, no explícita, pero profundamente influyente en la vida futura.

Los investigadores apuntan que, aunque no recordemos la mayoría de las experiencias tempranas, aprendemos enormemente de ellas. De hecho, en esos años se construyen las bases del lenguaje, el reconocimiento facial, la motricidad e incluso la estructura básica de nuestras emociones.

Este aparente contraste entre lo que aprendemos y lo que olvidamos podría explicarse por la forma en que el cerebro reorganiza sus circuitos a medida que crecemos. Las conexiones sinápticas que ayudaron a formar esos primeros recuerdos pueden debilitarse o cambiar con el tiempo, haciendo que el acceso a esas memorias sea cada vez más difícil. Pero eso no significa que no hayan existido ni que no hayan dejado su marca.

El futuro: ¿podremos algún día recuperar los recuerdos de la infancia?

El siguiente paso para los investigadores es seguir a estos bebés durante años, mostrando videos grabados desde su perspectiva cuando eran más pequeños. ¿Serán capaces de distinguir entre sus propias experiencias y las de otros niños? ¿A qué edad dejarán de recordar lo que vivieron antes? Las respuestas podrían revolucionar nuestra comprensión no solo de la memoria, sino del yo mismo: de dónde empieza la conciencia y cómo se construye nuestra identidad.

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Este campo de investigación está también empezando a entrelazarse con descubrimientos en animales. Estudios en ratones muestran que, incluso cuando los recuerdos tempranos parecen haber desaparecido, pueden ser “reactivados” mediante estimulación cerebral directa. ¿Podría algún día ser posible algo similar en humanos? La sola posibilidad abre un territorio casi de ciencia ficción, pero no del todo descartable.

Lo invisible que moldea nuestra vida

Lo que esta investigación nos dice, en última instancia, es que nuestras primeras experiencias no son efímeras ni irrelevantes. Aunque no podamos recordarlas, están ahí, en lo más profundo de nuestro ser, moldeando quiénes somos, cómo sentimos y cómo actuamos. La memoria no es solo lo que recordamos; también es lo que nos configura sin que lo sepamos.

Y ahora sabemos que esa configuración comienza mucho antes de lo que creíamos.

Referencias:

  • Yates, T. S., et al. (2025) Hippocampal encoding of memories in human infants. ScienceDOI:10.1126/science.adt7570

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