Se acabó el mito del aluminio en las vacunas infantiles: el mayor estudio con más de 1.2 millones de niños desmonta 24 años de bulos antivacunas

Un análisis de más de un millón de niños desmonta uno de los grandes mitos sobre las vacunas, el autismo, el asma y enfermedades crónicas.
Un ingrediente polémico de las vacunas infantiles queda exonerado tras analizar los datos de más de un millón de niños Un ingrediente polémico de las vacunas infantiles queda exonerado tras analizar los datos de más de un millón de niños
Un ingrediente polémico de las vacunas infantiles queda exonerado tras analizar los datos de más de un millón de niños. Foto: Istock

Durante años ha sido el blanco de teorías conspirativas, de rumores virales y de miedos infundados: el aluminio, ese adyuvante presente en muchas vacunas infantiles, ha sido acusado de estar detrás del autismo, el asma, el TDAH o enfermedades autoinmunes. Ahora, un estudio colosal que ha seguido durante 24 años la salud de más de 1,2 millones de niños ha arrojado un resultado inesperado para algunos, pero contundente para la comunidad científica: no hay ninguna evidencia de que este componente cause daño.

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Realizado por investigadores del Statens Serum Institut de Dinamarca y publicado en Annals of Internal Medicine, el estudio se ha convertido en el más completo hasta la fecha sobre este tema. Y lo que revela desmonta por completo uno de los argumentos estrella del movimiento antivacunas: la supuesta toxicidad del aluminio contenido en las vacunas.

Una investigación que aprovecha el paso del tiempo

La clave del estudio no está solo en el número de participantes, sino en cómo se ha diseñado. Durante más de dos décadas, el calendario vacunal danés ha ido cambiando: se han introducido nuevas vacunas, se han sustituido otras, y algunas han contenido más o menos aluminio. Esta variación natural permitió a los científicos observar los efectos de distintos niveles de exposición al aluminio sin que los grupos fueran elegidos arbitrariamente.

Todos los niños del estudio recibieron al menos una vacuna antes de los dos años de edad. Algunos acumularon una exposición baja al aluminio (menos de 1,5 miligramos), otros una exposición media, y otros más de 3 miligramos. Esto ofreció una escala perfecta para investigar si existía una relación entre la cantidad de aluminio administrado y la aparición de alguna enfermedad crónica.

El veredicto: ni autismo ni enfermedades alérgicas

Los investigadores cruzaron los datos de vacunación con registros médicos para evaluar la aparición de 50 enfermedades crónicas diferentes. Entre ellas, 36 enfermedades autoinmunes, 9 atópicas (como el asma o la dermatitis), y 5 trastornos del neurodesarrollo (como el autismo y el TDAH). El resultado fue categórico: no se observó ningún aumento de riesgo en relación con el nivel de aluminio recibido.

De hecho, en algunos casos, como el autismo o el TDAH, los datos sugieren incluso una ligera disminución del riesgo en los niños que recibieron más aluminio, aunque los investigadores insisten en que esto no implica un efecto protector, sino la ausencia de una correlación negativa.

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Un adyuvante necesario, y seguro

El aluminio se usa en vacunas desde hace más de 90 años. Su función es mejorar la respuesta inmunológica, permitiendo que el organismo desarrolle defensas más efectivas con dosis más bajas de antígeno. Está presente en vacunas tan comunes como las de la hepatitis B, el tétanos o la difteria.

Lo que muchas personas ignoran es que la cantidad de aluminio contenida en una vacuna es ínfima comparada con la que ingerimos diariamente sin darnos cuenta. En los seis primeros meses de vida, un bebé alimentado con leche materna puede ingerir unos 7 mg de aluminio; si toma fórmula, la cifra puede superar los 30 mg. Las vacunas, en cambio, aportan unos 4,4 mg en ese mismo periodo. Y aun así, el cuerpo lo elimina eficazmente sin que se acumule en órganos vitales.

Una respuesta a la desinformación

La publicación de este estudio llega en un momento particularmente delicado, cuando los movimientos antivacunas siguen creciendo en redes sociales y algunos políticos cuestionan la seguridad de las vacunas pese al consenso científico. La sospecha sobre el aluminio ha sido una de las banderas de estos grupos, que lo han relacionado con daños cerebrales, autismo o trastornos inmunitarios sin pruebas científicas sólidas.

Este nuevo estudio no solo desmonta esas afirmaciones, sino que aporta el nivel de evidencia que muchas personas estaban esperando: un análisis masivo, bien controlado y basado en datos reales de millones de personas. A diferencia de los estudios previos —muchos de ellos con muestras pequeñas o con metodologías cuestionables— este trabajo pone el foco en lo que la ciencia puede hacer cuando se le da tiempo y recursos.

¿Y si aún quedan dudas?

Es cierto que ningún estudio puede descartar al 100 % todos los riesgos. Los autores admiten que no se pueden descartar efectos muy raros que solo afectarían a una fracción mínima de la población. Pero sí se puede afirmar que no hay ninguna relación entre el aluminio y un aumento significativo de enfermedades crónicas comunes.

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Además, los investigadores ajustaron los resultados para tener en cuenta factores como el nivel económico de las familias, la salud previa de las madres, el número de visitas médicas de cada niño, y otras variables que podrían haber distorsionado los resultados.

Los adyuvantes como el aluminio han sido fundamentales para que las vacunas actuales sean tan eficaces. Gracias a ellos, es posible reducir la cantidad de antígeno necesario, minimizar efectos secundarios y ofrecer una protección más duradera. La alternativa sería usar vacunas menos eficaces, que requerirían más dosis y que podrían generar menos inmunidad.

En un contexto global donde enfermedades como el sarampión o la tos ferina están resurgiendo por la disminución en las tasas de vacunación, confirmar la seguridad de estos ingredientes es más importante que nunca.

El desafío de comunicar ciencia en tiempos de desconfianza

Uno de los grandes retos actuales no es solo desarrollar ciencia sólida, sino lograr que esa ciencia llegue a la población con claridad. Frente al aluvión de teorías sin base, estudios como este se convierten en faros de información fiable. Pero su impacto depende de que los medios, los profesionales sanitarios y los responsables públicos los comuniquen con eficacia.

El reto no es menor: muchas personas confían más en un vídeo viral que en un artículo científico. Por eso, contar esta historia importa. Porque detrás de cifras, tablas y gráficos, hay una verdad sencilla y poderosa: las vacunas salvan vidas. Y lo hacen de forma segura.

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