El monte Santa Elena es un volcán activo situado en el estado de Washington, Estados Unidos, que forma parte de la cordillera de las Cascadas. Tiene una altura de 2.549 metros sobre el nivel del mar y una forma cónica simétrica que le ha valido el apodo de “el monte Fuji de América”. Sin embargo, esta belleza natural esconde un poder destructivo que se manifestó con toda su fuerza el 18 de mayo de 1980, cuando el volcán entró en erupción tras más de un siglo de inactividad.
La erupción del monte Santa Elena fue una de las más catastróficas del siglo XX, con un índice de explosividad volcánica (IEV) de 5, lo que significa que expulsó alrededor de 1,2 km³ de material. La explosión fue la mayor ocurrida en Estados Unidos, superando en volumen y en daños a la del pico Lassen en California (1915). La erupción causó la muerte de 57 personas, la destrucción de cientos de casas, puentes y carreteras, y la alteración del ecosistema y el paisaje de la zona.
Los antecedentes de la erupción
El monte Santa Elena había estado dormido desde 1842, cuando se registró su última erupción. Sin embargo, a principios de 1980, empezaron a detectarse signos de actividad sísmica y magmática bajo la montaña. El 20 de marzo, se produjo el primer terremoto perceptible por los humanos, seguido por una serie de temblores cada vez más frecuentes e intensos. El 27 de marzo, se observó una pequeña explosión que abrió un cráter en la cumbre del volcán y liberó una nube de ceniza y vapor. A partir de entonces, se sucedieron varias explosiones menores que fueron ensanchando el cráter y creando una protuberancia en el flanco norte del volcán.
Los geólogos y las autoridades se dieron cuenta del peligro potencial que representaba el monte Santa Elena y establecieron una zona de exclusión alrededor del volcán. Sin embargo, algunos habitantes y visitantes no quisieron abandonar sus casas o sus actividades recreativas en la zona, confiando en que la erupción no sería tan grave o en que podrían escapar a tiempo. Entre ellos se encontraba Harry Truman, un anciano dueño de un albergue junto al lago Spirit, que se negó a evacuar y se convirtió en una figura mediática por su desafío al volcán.
El día fatídico
El 18 de mayo de 1980, a las 8:32 a.m., un terremoto de magnitud 5,1 sacudió el monte Santa Elena y provocó el colapso del flanco norte del volcán. Unos 2,8 km³ de roca se deslizaron por la ladera a una velocidad superior a los 200 km/h, formando uno de los mayores deslizamientos de tierra documentados en la historia. El deslizamiento arrasó con todo lo que encontró a su paso, incluyendo el lago Spirit y el albergue de Harry Truman, que murió junto con otras 56 personas.
El deslizamiento también liberó la presión que contenía el magma acumulado bajo el volcán, lo que desencadenó una violenta explosión lateral que lanzó una nube ardiente de gas, ceniza y roca pulverizada hacia el norte. La nube alcanzó una temperatura de unos 300 °C y una velocidad de unos 1.000 km/h, devastando un área de unos 600 km². La explosión arrancó los árboles como si fueran cerillas y carbonizó a los animales y las personas que no habían podido huir. Entre las víctimas se encontraba David Johnston, un geólogo que estaba observando el volcán desde un puesto a unos 10 km al norte y que pronunció sus últimas palabras por radio: “Vancouver, Vancouver, aquí es el”. Su cuerpo nunca fue encontrado.
La explosión lateral fue seguida por una erupción vertical que elevó una columna de ceniza y gas a más de 24 km de altura. La ceniza se dispersó por el viento y cayó sobre varios estados y provincias de Estados Unidos y Canadá, oscureciendo el cielo y afectando al tráfico aéreo, la agricultura y la salud de las personas. La erupción también generó flujos piroclásticos que descendieron por las laderas del volcán a gran velocidad, arrastrando bloques de lava solidificada. Algunos de estos flujos alcanzaron el río Toutle y lo convirtieron en un torrente de lodo que inundó las zonas bajas y causó daños en las infraestructuras.
La erupción del monte Santa Elena duró unas nueve horas, pero sus efectos se prolongaron durante días, semanas y meses. El volcán siguió emitiendo ceniza y vapor durante mucho tiempo y tuvo varias erupciones menores hasta 1986. El paisaje quedó irreconocible, con un enorme cráter en forma de herradura en el lugar donde antes había una cumbre nevada. La vegetación y la fauna fueron casi aniquiladas, dejando un escenario desolado y gris.
Las consecuencias de la erupción
La erupción del monte Santa Elena fue un desastre natural que tuvo graves consecuencias humanas, económicas y ecológicas. Se estima que el costo total de los daños materiales fue de unos 1.000 millones de dólares, incluyendo la pérdida de viviendas, negocios, carreteras, puentes, represas, líneas eléctricas y plantaciones forestales. Además, la erupción causó la muerte de 57 personas y la desaparición de otras 200 que nunca fueron identificadas. Muchas otras personas sufrieron problemas respiratorios, oculares y cutáneos por la exposición a la ceniza volcánica.
La erupción también tuvo un impacto ecológico enorme, ya que alteró el hábitat de miles de especies animales y vegetales. Se calcula que unos 7.000 alces, ciervos y osos negros murieron por la erupción, así como millones de peces, aves e insectos. La vegetación fue arrancada o quemada por la explosión y los flujos piroclásticos, dejando el suelo desnudo y erosionado. El lago Spirit quedó cubierto por una capa de escombros y ceniza que elevó su nivel y redujo su oxígeno. El río Toutle se llenó de sedimentos que alteraron su caudal y su temperatura.
La erupción causó la muerte de 57 personas y la desaparición de otras 200 que nunca fueron identificadas. Además, unos 7.000 alces, ciervos y osos negros murieron por la erupción, así como millones de peces, aves e insectos.
Sin embargo, la erupción también tuvo un lado positivo, ya que permitió avanzar en el conocimiento científico sobre los volcanes y sus efectos. La erupción del monte Santa Elena fue la primera en ser estudiada con detalle por los vulcanólogos, que pudieron observar los fenómenos geológicos que se produjeron antes, durante y después de la erupción. La erupción también sirvió para mejorar los sistemas de monitoreo y alerta volcánica, así como para concienciar a la población sobre los riesgos y las medidas de prevención ante una posible erupción.
Además, la erupción del monte Santa Elena fue una oportunidad para presenciar el proceso de recuperación ecológica de un ecosistema devastado por una catástrofe natural. A pesar de la magnitud de la erupción, algunas formas de vida lograron sobrevivir o regresar al área afectada poco después. Los científicos han documentado cómo las plantas y los animales han ido colonizando gradualmente el terreno volcánico, creando nuevos nichos ecológicos y aumentando la biodiversidad. El monte Santa Elena se ha convertido así en un laboratorio natural para estudiar la resiliencia de la naturaleza.
El legado de la erupción
La erupción del monte Santa Elena en 1980 fue un acontecimiento histórico que marcó un antes y un después en la historia de la vulcanología y en la memoria colectiva de Estados Unidos. La erupción demostró el poder de la naturaleza y la vulnerabilidad de la civilización ante los fenómenos geológicos. La erupción también inspiró a numerosos artistas, escritores y cineastas que plasmaron en sus obras la belleza y el horror de la erupción. Y llegó a convertirse en un símbolo de la fuerza y la fragilidad de la vida.
Referencias bibliográficas:
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