

En el pequeño pueblo de Senon, en la región francesa de la Meuse, un equipo de arqueólogos del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (Inrap) ha revelado uno de los hallazgos monetarios más intrigantes de los últimos años. Durante la excavación de una parcela de apenas 1.500 metros cuadrados, realizada con motivo de la ampliación de una vivienda moderna, salieron a la luz tres grandes ánforas llenas de monedas romanas, cuidadosamente enterradas en el suelo de una antigua casa de la época imperial.
Más allá del impacto visual de ver miles de monedas emergiendo del subsuelo, lo que verdaderamente convierte este hallazgo en algo extraordinario no es su volumen –aunque supera con creces las 40.000 piezas–, sino el contexto arqueológico intacto en el que fueron depositadas. Es precisamente esa preservación lo que permitirá a los investigadores reconstruir con inusitada precisión la historia de su enterramiento, su uso cotidiano y su eventual olvido.
Un barrio residencial en el corazón de una ciudad romana
Senon fue en la Antigüedad una de las principales aglomeraciones de los Médiomatriques, un pueblo galo cuyo centro estaba en Metz, conocida en tiempos romanos como Divodurum Mediomatricorum. Aunque se sabía desde hace tiempo de la existencia de restos galorromanos en la zona, nunca se había excavado un área residencial tan extensa ni tan bien conservada.
Las estructuras reveladas permiten identificar un barrio urbano activo entre el siglo I y el IV d.C., con calles empedradas, viviendas de buena factura, sistemas de calefacción por suelo (hipocausto), sótanos de almacenaje, talleres domésticos y grandes patios traseros. Todo indica que sus habitantes formaban parte de una clase media acomodada, probablemente artesanos o comerciantes, instalados en el mismo centro neurálgico de la ciudad, no lejos de las termas, el teatro y los templos.
El barrio experimentó diversas transformaciones a lo largo de los siglos, con casas que se expanden, jardines que se convierten en patios, y reutilización de materiales procedentes de edificios públicos abandonados. Pero es en la etapa final de ocupación, en el tránsito entre los siglos III y IV, cuando se produce uno de los fenómenos más enigmáticos: el enterramiento de las tres grandes ánforas monetarias.

Un sistema de ahorro doméstico sorprendentemente sofisticado
Los recipientes, de gran tamaño y fabricados en cerámica, fueron hallados dentro de las estancias de una vivienda aparentemente normal. Estaban insertados en fosas bien excavadas, perfectamente verticales, y en al menos dos casos, contaban con un sistema de calzado mediante piedras para mantenerlos estables. No fueron ocultados de forma apresurada ni improvisada, sino integrados cuidadosamente en el suelo de la casa, con los cuellos a ras del pavimento. El acceso a ellos era directo, lo que sugiere un uso frecuente.
Lejos de ser “tesoros” escondidos durante un conflicto, estos depósitos parecen haber funcionado como una suerte de hucha familiar o caja fuerte de época tardía. Las monedas fueron depositadas de forma gradual y, en algunos casos, incluso después de haber colocado la vasija en la fosa, como indican las piezas encontradas entre la pared del ánfora y la tierra circundante. Todo apunta a que los habitantes de la casa accedían a ellas periódicamente para añadir o retirar dinero.
Los arqueólogos estiman que entre las dos ánforas completas podrían haberse acumulado más de 40.000 monedas de cobre y bronce. El contenido de la tercera vasija es un misterio: fue saqueada en la Antigüedad, aunque quedaron tres monedas sueltas en el fondo de su fosa.
Las monedas están siendo ahora analizadas por numismáticos del Inrap, pero ya se ha confirmado que muchas de ellas pertenecen a los años entre el 280 y el 310 d.C., un periodo marcado por la inestabilidad política del Imperio Romano. Entre las efigies identificadas destacan las de los emperadores Victorino, Tétrico I y Tétrico II, figuras del efímero Imperio Galo que se separó de Roma durante quince años y que fue reintegrado en tiempos de Aureliano.
Esta información no solo ayuda a datar los depósitos, sino que plantea interrogantes sobre la situación económica de sus propietarios. ¿Estaban ahorrando frente a la incertidumbre? ¿O formaban parte de una administración o taller que requería manejar grandes cantidades de monedas?
Algunas teorías sugieren que podría tratarse de fondos operativos de un pequeño banco local, de una tesorería doméstica compartida por varios vecinos o incluso de una caja común ligada a alguna institución religiosa o gremial. Aunque estas hipótesis aún están siendo valoradas, lo cierto es que los depósitos no parecen haber sido fruto del pánico o el caos: fueron enterrados con método y previsión.

Además, el análisis estratigráfico del sitio ha revelado que el barrio sufrió al menos dos incendios importantes: el primero a comienzos del siglo IV, y el segundo hacia mediados de esa misma centuria. Este último parece haber sido definitivo. La zona quedó entonces abandonada y no volvió a ser ocupada, ni siquiera durante la Edad Media. La existencia de niveles de destrucción por fuego, junto con el hecho de que las monedas no fueron recuperadas, sugiere que sus propietarios perecieron o se vieron forzados a huir, dejando atrás sus ahorros.
Durante siglos, el terreno quedó convertido en jardines y huertos, hasta que en tiempos recientes, el avance de la urbanización obligó a realizar excavaciones preventivas. Fue entonces, y casi por azar, cuando las ánforas volvieron a ver la luz después de más de 1.700 años.
El valor científico del hallazgo va más allá de las monedas: gracias al contexto arqueológico completo –estructura de las casas, posición exacta de las ánforas, estratigrafía intacta–, los arqueólogos pueden reconstruir con un nivel de detalle inusual cómo era la vida doméstica en una ciudad romana de provincia en plena crisis del Imperio.
Un hallazgo excepcional en su contexto, no por su cantidad
Aunque se conocen una treintena de depósitos monetarios en la región de la Meuse, pocos están tan bien documentados como el de Senon. No es la cantidad lo que lo convierte en un descubrimiento destacado, sino el hecho de que pueda estudiarse en su contexto original, sin alteraciones ni saqueos recientes.
Este aspecto es clave en la lucha contra el expolio arqueológico. Cuando un depósito es retirado sin control del subsuelo, se pierden datos esenciales: qué uso tenía, cómo se accedía a él, en qué momento se dejó de utilizar. En cambio, el caso de Senon permite comprender la lógica social, económica y doméstica detrás del acto de ahorrar, y aporta una perspectiva poco habitual sobre la vida cotidiana en tiempos de crisis.
Las próximas fases del estudio permitirán datar con mayor precisión cada lote de monedas, analizar la procedencia de las cerámicas y proponer interpretaciones más afinadas sobre el papel que jugaban estos depósitos en la economía familiar del Bajo Imperio romano.