Abraham Lincoln nació el 12 de febrero de 1809 en una cabaña de madera en Kentucky, en una familia de granjeros pobres. Desde niño mostró una gran curiosidad e inteligencia, y aprendió a leer y escribir por su cuenta. A lo largo de su vida, trabajó como leñador, navegante, tendero, topógrafo y abogado. Se interesó por la política y se afilió al Partido Republicano, que defendía la abolición de la esclavitud. En 1860, fue elegido presidente de los Estados Unidos, en medio de una gran división entre el norte y el sur del país.
Su elección provocó la secesión de once estados del sur, que formaron los Estados Confederados de América, con un gobierno propio y una constitución que protegía la esclavitud. Lincoln se negó a reconocer la independencia de los estados rebeldes, y declaró que haría todo lo posible por preservar la Unión. Así comenzó la guerra civil estadounidense, que duró cuatro años y causó más de 600.000 muertos.
Durante la guerra, Lincoln tuvo que enfrentarse a numerosos problemas y desafíos, tanto militares como políticos. Tuvo que lidiar con la incompetencia y la desobediencia de algunos de sus generales, con las críticas y las conspiraciones de sus opositores, con las presiones de los abolicionistas y los esclavistas, y con las dificultades económicas y sociales de un país en guerra. Además, tuvo que soportar el dolor de perder a dos de sus cuatro hijos, y la inestabilidad emocional de su esposa, Mary Todd.
A pesar de todo, Lincoln demostró una gran capacidad de liderazgo, una firme determinación, una profunda humanidad y un agudo sentido del humor. Su discurso más famoso, el de Gettysburg, pronunciado en 1863 en el cementerio donde se enterraron a los caídos en una de las batallas más sangrientas de la guerra, es considerado una obra maestra de la oratoria y una declaración de principios de la democracia estadounidense. En ese mismo año, Lincoln emitió la Proclamación de Emancipación, que declaraba libres a todos los esclavos de los estados rebeldes. Esta medida no solo tenía un valor moral, sino también estratégico, ya que debilitaba la economía y la moral del sur, y permitía el reclutamiento de soldados negros para el ejército de la Unión.
En 1864, Lincoln fue reelegido para un segundo mandato, con el apoyo de la mayoría de los estados del norte y de los soldados. Su objetivo era poner fin a la guerra y restaurar la Unión, pero también garantizar los derechos de los afroamericanos y promover la reconciliación entre el norte y el sur. En su discurso de investidura, pronunciado el 4 de marzo de 1865, Lincoln expresó su deseo de “curar las heridas de la nación” con “malicia hacia nadie” y “caridad para todos”.
Un mes después, el 9 de abril, el general Robert E. Lee, comandante del ejército confederado, se rindió ante el general Ulysses S. Grant, comandante del ejército de la Unión, en la localidad de Appomattox Court House, en Virginia. La guerra había terminado, y Lincoln había cumplido su promesa de salvar la Unión y abolir la esclavitud.
Un asesino fanático
John Wilkes Booth nació el 10 de mayo de 1838 en una granja de Maryland, en una familia de actores. Su padre, Junius Brutus Booth, era un famoso actor inglés que había emigrado a Estados Unidos, y que tenía el mismo nombre que uno de los asesinos de Julio César. Su hermano, Edwin Booth, también era actor, y llegó a ser considerado el mejor intérprete de Hamlet del siglo XIX. John siguió la tradición familiar, y se convirtió en un actor exitoso y popular, especialmente en los estados del sur. Era guapo, atlético y carismático, y el público lo adoraba.
Pero Booth no solo era un actor, sino también un fanático político. Aunque había nacido en un estado fronterizo entre el norte y el sur, Booth se sentía identificado con la causa de los estados confederados, y era partidario de la esclavitud. Incluso participó en la milicia que ejecutó al abolicionista John Brown en 1859, tras su intento de iniciar una rebelión de esclavos. Booth odiaba a Lincoln, al que consideraba un tirano y un traidor, y culpaba de todos los males del sur. Sin embargo, le había prometido a su madre que no se uniría al ejército confederado, y se dedicó a su carrera teatral.
Pero a medida que la guerra avanzaba, y el norte iba ganando terreno, Booth se sentía más frustrado y más decidido a hacer algo por su causa. En 1864, empezó a planear el secuestro de Lincoln, con la ayuda de varios cómplices.
Su idea era capturar al presidente y llevarlo a Richmond, la capital de los confederados, para intercambiarlo por prisioneros de guerra o presionar para que se reconociera la independencia del sur. Sin embargo, el plan fracasó por un cambio de planes de última hora de Lincoln, que no acudió al lugar donde Booth lo esperaba.
Booth no se rindió, y siguió buscando la oportunidad de atentar contra Lincoln. Cuando se enteró de que el presidente iba a asistir a una obra de teatro en el Teatro Ford de Washington el 14 de abril de 1865, decidió que esa sería su ocasión. Pero esta vez, no se conformaría con secuestrarlo, sino que lo mataría, junto con el vicepresidente, el secretario de Estado y el general Grant. Booth creía que estos asesinatos crearían un vacío de poder y hundirían al gobierno de los Estados Unidos, y que el sur lo aclamaría como un héroe.
Una noche trágica
El 14 de abril de 1865, Booth se enteró de que Lincoln y su esposa, Mary, iban a asistir esa noche a una obra de teatro en el Teatro Ford de Washington D.C. Booth conocía bien el teatro, ya que había actuado allí varias veces, y sabía cómo acceder al palco presidencial. Además, contaba con la ventaja de que el general Grant, que también estaba invitado, declinó la oferta y no acudió a la función. Así, Booth vio la oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan, y convocó a sus cómplices para que hicieran lo mismo con sus respectivos objetivos.
La obra que se representaba era “Nuestro primo americano”, una comedia sobre un americano rústico que visita a sus parientes aristócratas en Inglaterra. Lincoln y su esposa llegaron tarde al teatro, y se sentaron en el palco junto con el oficial Henry Rathbone y su prometida, Clara Harris. La obra les hizo reír a carcajadas, y no se percataron de la presencia de Booth, que se acercó sigilosamente al palco, aprovechando que no había nadie vigilando la entrada.
Sobre las diez y cuarto de la noche, Booth entró en el palco, se colocó detrás de Lincoln, y le disparó en la cabeza con un revólver. Acto seguido, hirió a Rathbone con un cuchillo, y saltó al escenario, gritando “¡Sic semper tyrannis!”, el lema del estado de Virginia, que significa “Así siempre a los tiranos”. Luego, escapó por una puerta lateral, y huyó en un caballo que le estaba esperando.
El público, al principio, pensó que el disparo y el salto de Booth formaban parte de la obra, pero pronto se dieron cuenta de la gravedad de la situación, al oír el grito de Mary Lincoln y ver la sangre que manaba de la cabeza de su esposo. Un médico que estaba entre los espectadores, Charles Leale, corrió al palco y examinó al presidente, que estaba inconsciente y apenas respiraba. Leale y otros soldados trasladaron a Lincoln a una casa de huéspedes que había frente al teatro, donde le atendieron varios médicos más.
Sin embargo, no había nada que hacer: la bala había penetrado en el cráneo de Lincoln, y había causado un daño irreparable. A las siete y veintidós minutos de la mañana del 15 de abril, Lincoln falleció, rodeado de su familia, sus amigos y sus colaboradores. El fiscal general, Edwin Stanton, pronunció entonces las famosas palabras: “Ahora pertenece a la eternidad”.
Una persecución infructuosa
Mientras el país entero se conmocionaba por la noticia del asesinato de su presidente, Booth y sus cómplices intentaban escapar de la justicia. El plan de Booth era huir a los estados del sur, donde esperaba encontrar refugio y apoyo.
Sin embargo, se encontró con que su acción no había sido bien recibida ni siquiera por los partidarios de la Confederación, que lo consideraban un criminal y un traidor. Booth no podía creer que su gesto no fuera aplaudido como una hazaña patriótica, sino condenado como un acto de barbarie.
Booth se había lesionado una pierna al saltar al escenario, y tuvo que buscar ayuda médica en Maryland, donde un doctor le curó la herida. Sin embargo, este gesto le costó caro al doctor, que fue acusado de conspiración y encarcelado durante cuatro años.
Booth continuó su huida, acompañado de uno de sus cómplices, David Herold, que había participado en el intento de asesinato del secretario de Estado, William Seward, junto con otro conspirador. Seward resultó gravemente herido, pero sobrevivió al ataque. El vicepresidente Johnson, por su parte, se salvó porque el asesino que le había asignado Booth se arrepintió a última hora y no cumplió con su cometido.
Booth y Herold se escondieron durante varios días en un bosque de Virginia, donde Booth escribió en su diario que se sentía incomprendido y traicionado por su propio bando. El 26 de abril, un grupo de soldados federales dio con su paradero, y los rodeó en una granja cerca del río Rappahannock. Herold se rindió, pero Booth se negó a entregarse, y los soldados le prendieron fuego al granero donde se ocultaba. Entonces, se oyó un disparo, y Booth cayó muerto. No se sabe si se suicidó o si fue abatido por un soldado, pero el caso es que su vida terminó allí, a los veintiséis años.
Ocho de los conspiradores que participaron en el complot fueron juzgados por una comisión militar, y cuatro de ellos fueron ahorcados, incluyendo a Herold. Los demás recibieron penas de prisión, de las cuales algunos salieron antes de tiempo. La guerra civil, por cierto, terminó oficialmente el 26 de mayo de 1865, solo once días después de la muerte de Booth.
El funeral de Lincoln
Tras la autopsia, el cuerpo de Lincoln fue embalsamado y vestido con un traje negro. Se le colocó en un ataúd de caoba forrado de satén blanco, y se le expuso en la Sala Este de la Casa Blanca durante tres días. Miles de personas acudieron a rendirle homenaje, formando largas colas que se extendían por varias manzanas.
El 19 de abril, se celebró una ceremonia fúnebre en la Casa Blanca, a la que asistieron el nuevo presidente, Andrew Johnson, y otros miembros del gobierno, así como familiares y amigos de Lincoln. Después, el ataúd fue trasladado en una carroza fúnebre tirada por seis caballos negros hasta el Capitolio, donde se le volvió a exponer al público.
Dos días más tarde, el 21 de abril, el ataúd fue colocado en un tren especial que lo llevaría a Springfield, Illinois, la ciudad donde Lincoln había vivido antes de ser presidente. El tren recorrió más de 2.000 kilómetros, haciendo paradas en varias ciudades como Baltimore, Filadelfia, Nueva York, Cleveland, Chicago y otras, donde se celebraron servicios religiosos y se permitió a la gente ver el cuerpo de Lincoln. Se calcula que unos siete millones de personas vieron el ataúd durante el viaje, y que unos 40 millones participaron en los actos conmemorativos.
El 3 de mayo, el tren llegó a Springfield, donde se celebró el último funeral. El 4 de mayo, el cuerpo de Lincoln fue enterrado en el cementerio de Oak Ridge, junto al de su hijo Willie, que había muerto en 1862. Más tarde, se construyó un monumento sobre su tumba, que se convirtió en un lugar de peregrinación para los admiradores de Lincoln.
Un legado imperecedero
Abraham Lincoln es considerado como uno de los presidentes más importantes y admirados de la historia de los Estados Unidos. Su liderazgo durante la guerra civil, su defensa de la Unión y la democracia, y su proclamación de la emancipación de los esclavos le valieron el respeto y el reconocimiento de millones de personas, tanto en su país como en el extranjero.
Su asesinato le convirtió en un mártir por la causa de la libertad y la igualdad, y su figura ha inspirado a generaciones de estadounidenses. Su rostro aparece en el billete de cinco dólares, en la moneda de un centavo, y en el monte Rushmore, junto a otros tres presidentes emblemáticos: George Washington, Thomas Jefferson y Theodore Roosevelt.
De hecho, su vida y su obra han sido objeto de numerosos libros, películas, documentales y obras de arte. Su discurso de Gettysburg, en el que expresó su visión de una nación “concebida en la libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales”, es uno de los más célebres de la historia. Su frase “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” se ha convertido en un lema de la democracia.
Su nombre ha sido invocado por líderes políticos, activistas sociales y personalidades de la cultura como un ejemplo de integridad, coraje y sabiduría. Su influencia se extiende más allá de las fronteras de los Estados Unidos, y su memoria es honrada en todo el mundo. Abraham Lincoln fue, sin duda, un hombre que cambió la historia.