Arqueólogos descubren pruebas de que los neandertales hacían fuego hace 400.000 años, reescribiendo uno de los grandes hitos de la humanidad

Un pequeño yacimiento en Reino Unido ha revelado pruebas inesperadas de que los neandertales dominaban el fuego hace más de 400.000 años, mucho antes de lo que se creía.
Arqueólogos hallan la prueba más antigua de que los humanos fabricaban fuego con herramientasArqueólogos hallan la prueba más antigua de que los humanos fabricaban fuego con herramientas
Arqueólogos hallan la prueba más antigua de que los humanos fabricaban fuego con herramientas

Durante décadas, la historia del fuego ha sido uno de esos grandes relatos fundacionales de la humanidad envueltos en más preguntas que respuestas. Sabíamos que, en algún momento remoto, nuestros antepasados dejaron de depender de los incendios naturales y aprendieron a dominar las llamas. Lo que no estaba claro era cuándo, cómo y, sobre todo, quién dio ese paso decisivo. Ahora, un modesto yacimiento del este de Inglaterra, aparentemente anodino, ha obligado a reescribir uno de los capítulos más importantes de la prehistoria humana. Y lo ha hecho con pruebas pequeñas, casi invisibles, pero extraordinariamente elocuentes.

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En Barnham, una antigua gravera de Suffolk convertida en yacimiento arqueológico, los investigadores han hallado evidencias sólidas de que grupos humanos fabricaban fuego de forma deliberada hace más de 400.000 años, publicado en un estudio reciente en Nature. No se trata de simples restos de hogueras cuya procedencia siempre puede ponerse en duda, sino de un conjunto coherente de indicios que apuntan a un conocimiento técnico avanzado: sedimentos sometidos a calentamientos repetidos, herramientas de sílex deformadas por altas temperaturas y, sobre todo, fragmentos de pirita, un mineral clave para producir chispas al golpearlo contra el pedernal.

La importancia de este hallazgo no radica únicamente en su antigüedad, que adelanta en más de 350.000 años la evidencia directa más antigua conocida hasta ahora de fabricación de fuego. Su verdadero peso histórico está en lo que implica desde el punto de vista cognitivo, social y cultural. Encender una hoguera no es un acto instintivo ni casual. Requiere planificación, conocimiento de materiales, memoria técnica y una comprensión básica de causa y efecto. En otras palabras, exige una mente capaz de pensar más allá del presente inmediato.

Los investigadores trabajan en las excavaciones del yacimiento de Barnham, en el Reino Unido
Los investigadores trabajan en las excavaciones del yacimiento de Barnham en el Reino Unido

Barnham no es un yacimiento descubierto ayer. Ya a comienzos del siglo XX se sabía que la zona había sido ocupada por grupos humanos durante el Paleolítico inferior, gracias a la aparición de hachas de mano y otros útiles de piedra. Sin embargo, las excavaciones sistemáticas iniciadas en 2013 han permitido contextualizar el lugar con una precisión inédita. Hace más de 400.000 años, el paisaje era muy distinto: un entorno boscoso con depresiones húmedas que funcionaban como puntos de agua estacionales, ideales para la fauna y, por tanto, para los grupos humanos que dependían de ella.

En uno de los sectores del yacimiento apareció una concentración especialmente reveladora. El suelo presentaba una coloración rojiza característica de la exposición prolongada al calor, acompañada de varias herramientas de sílex fracturadas de manera compatible con choques térmicos. Los análisis geoquímicos descartaron rápidamente que se tratase de un incendio natural. Las temperaturas alcanzadas, la distribución del calor y la repetición del fenómeno en el mismo punto indicaban un uso controlado y reiterado del fuego.

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El elemento que terminó de inclinar la balanza fue la pirita. Este mineral, conocido popularmente como “oro de los necios”, no aparece de forma natural en el entorno inmediato de Barnham. Su presencia, en forma de pequeños fragmentos, solo se explica si fue transportado intencionadamente hasta el lugar. En contextos prehistóricos, la pirita es un componente bien conocido de los kits de encendido: al golpearla con sílex produce chispas capaces de prender yesca vegetal, como hongos secos o fibras vegetales.

La combinación de todos estos indicios dibuja una escena clara. No estamos ante humanos que simplemente mantenían brasas tomadas de un rayo lejano, sino ante grupos capaces de generar fuego cuando lo necesitaban. Este matiz cambia por completo nuestra visión de la vida cotidiana en el Paleolítico medio temprano. Tener acceso permanente al fuego significa poder cocinar alimentos de forma sistemática, mejorar su digestibilidad, aumentar el aporte energético y, a largo plazo, favorecer el desarrollo cerebral. Significa también calor en climas fríos, protección frente a depredadores, luz durante la noche y un espacio social alrededor del cual se refuerzan los vínculos del grupo.

¿Quiénes eran esos humanos capaces de semejante hazaña tecnológica? En Barnham no se han conservado restos óseos, algo habitual en yacimientos tan antiguos donde las condiciones del suelo acaban disolviendo los huesos. Sin embargo, la respuesta se encuentra a pocos kilómetros. En Swanscombe, otro yacimiento británico de cronología similar, aparecieron restos craneales atribuidos a neandertales primitivos. Todo apunta a que fueron estos grupos, y no nuestra propia especie, los protagonistas de este avance crucial.

Este dato resulta especialmente significativo porque rompe con una idea muy arraigada: la de que los grandes saltos tecnológicos y culturales fueron patrimonio exclusivo de Homo sapiens. La evidencia de Barnham muestra que los neandertales —o sus antecesores inmediatos— ya poseían capacidades cognitivas complejas mucho antes de que nuestra especie apareciera en África. Sus cerebros, de hecho, eran tan grandes como los nuestros, y su comportamiento dista mucho de la caricatura del humano tosco y limitado que durante décadas ha dominado el imaginario popular.

El dominio del fuego también tuvo consecuencias geográficas. Hace 400.000 años, Gran Bretaña no era una isla, sino una prolongación del continente europeo a través de la masa terrestre conocida como Doggerland. Aun así, el clima era frío y variable. La capacidad de producir fuego habría facilitado la expansión de estos grupos hacia latitudes más septentrionales, permitiéndoles colonizar territorios que, de otro modo, habrían sido extremadamente hostiles.

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El hallazgo de Barnham no niega que otros grupos humanos utilizaran el fuego mucho antes. Existen indicios de uso del fuego en África y Oriente Próximo con más de un millón de años de antigüedad. Pero en esos casos siempre planea la duda: ¿fuego controlado o fuego oportunista? ¿Una hoguera mantenida durante días o simplemente restos de un incendio natural aprovechado temporalmente? La diferencia es sutil, pero fundamental. Fabricar fuego implica independencia del entorno, una auténtica revolución tecnológica.

Una hacha de mano fracturada por el calor, una de las dos localizadas junto al hogar de hace unos 400.000 años
Una hacha de mano fracturada por el calor una de las dos localizadas junto al hogar de hace unos 400000 años

No todos los especialistas son igualmente entusiastas. Algunos arqueólogos piden cautela y recuerdan que un solo yacimiento no basta para afirmar que la fabricación de fuego fuese una práctica común. Podría tratarse de una habilidad rara, limitada a ciertos grupos o momentos concretos. Sin embargo, incluso en ese escenario, el descubrimiento sigue siendo extraordinario. Indica que la tecnología existía y que el conocimiento necesario para desarrollarla ya estaba presente.

Lo más interesante quizá sea lo que queda por venir. Las técnicas analíticas aplicadas en Barnham abren la puerta a revisar otros yacimientos antiguos con una mirada nueva. Es posible que las pruebas hayan estado siempre ahí, ocultas a simple vista, esperando a ser interpretadas con las herramientas adecuadas. Si aparecen más casos similares, nuestra comprensión del origen del fuego —y, con él, de la propia humanidad— podría cambiar de forma radical.

Porque, al final, el fuego no es solo una herramienta. Es un símbolo. Marca el momento en que los humanos empezaron a modificar el mundo de manera consciente, a crear espacios artificiales en medio de la naturaleza, a reunirse en torno a una luz común. En un rincón de Inglaterra, hace más de 400.000 años, alguien golpeó una piedra contra otra y encendió algo más que una hoguera. Encendió una de las chispas decisivas de nuestra historia.

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