Hay descubrimientos científicos que nos acercan al pasado, y otros que, sin quererlo, nos enfrentan al futuro. El hallazgo reciente de un grupo de investigadores que ha logrado revivir microbios congelados desde la última glaciación pertenece, sin duda, a ambas categorías. Pero lo que ha sucedido después inquieta a la comunidad científica: estos antiguos organismos han comenzado a modificar su entorno liberando dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero.
La escena parece sacada de una novela de ciencia ficción: un túnel excavado en las entrañas heladas de Alaska, bacterias dormidas desde hace decenas de milenios y un laboratorio donde, al subir apenas unos grados la temperatura, todo empieza a cambiar. Pero es exactamente lo que ha ocurrido en el Túnel de Investigación del Permafrost, una instalación real ubicada en las cercanías de Fairbanks, Alaska, donde el suelo ha estado congelado desde épocas en las que los mamuts y los bisontes eran los verdaderos reyes del norte.
Y aunque parezca un experimento inocente, lo que han descubierto los científicos es mucho más que una curiosidad geobiológica: podría ser una de las piezas clave para entender el futuro del cambio climático.
Microbios que despiertan con el calor
La investigación, publicada en la revista Journal of Geophysical Research: Biogeosciences, parte de una premisa tan sencilla como inquietante: ¿qué ocurre con los microorganismos atrapados en el permafrost cuando las temperaturas suben?
Para responder a esa pregunta, el equipo extrajo núcleos de suelo congelado con una antigüedad de hasta 40.000 años. En condiciones controladas, simularon lo que podría ser un verano típico del Ártico dentro de unas pocas décadas: temperaturas moderadas, pero sostenidas en el tiempo. Durante los primeros días, apenas hubo reacción. Pero tras varios meses, el silencio microbiano se rompió. Y no de forma discreta.
Las bacterias comenzaron a alimentarse del material orgánico enterrado con ellas desde el Pleistoceno, generando estructuras visibles y emitiendo gases como dióxido de carbono y metano. Lo hicieron con la eficiencia de los organismos modernos, formando biopelículas, creciendo y organizándose.
Lo preocupante no es que lo hagan en un laboratorio. Lo preocupante es que podrían hacerlo en el mundo real.

Un proceso lento… pero imparable
Una de las claves del estudio es el tiempo de activación. No se trata de un despertar inmediato, sino de un proceso que se desencadena progresivamente. Según los investigadores, estos microbios necesitan meses de temperaturas elevadas para volver a la vida y comenzar su actividad metabólica. Pero eso ya está ocurriendo en muchas regiones del Ártico, donde los veranos se han alargado y las capas superficiales del permafrost se están deshelando cada vez más profundamente.
La implicación es clara: si las condiciones del experimento reflejan lo que está empezando a suceder en Alaska, Siberia o el norte de Canadá, es solo cuestión de tiempo que estos microorganismos empiecen a actuar a gran escala.
Y eso podría ser desastroso.
El permafrost ártico contiene el doble de carbono que la atmósfera terrestre actual. Si los microbios comienzan a descomponer esa materia orgánica atrapada, liberarán enormes cantidades de gases de efecto invernadero. Eso aceleraría aún más el calentamiento global, derritiendo más permafrost y reactivando más microbios. Un ciclo que se retroalimenta y del que podría ser difícil salir.
Un planeta que se calienta desde abajo
Hasta ahora, cuando hablábamos de cambio climático, mirábamos al cielo: a las chimeneas, los tubos de escape, los incendios. Pero este estudio sugiere que el verdadero peligro podría estar bajo nuestros pies, en capas de suelo helado que durante siglos nos han protegido de su contenido.
Porque si algo nos enseña este experimento es que el suelo ártico no está muerto, solo espera. Y su despertar podría tener efectos globales, silenciosos pero letales.
Lo más inquietante es que no se trata de un caso aislado. El estudio solo analizó muestras de un punto concreto de Alaska. Pero el permafrost cubre vastas extensiones del hemisferio norte. Nadie sabe exactamente cómo se comportarán los microbios de otras regiones, pero el precedente es claro.
Un túnel al pasado… y al futuro
El Túnel de Investigación del Permafrost no solo ofrece una ventana al pasado remoto del planeta. Hoy, también se ha convertido en un laboratorio para anticipar el futuro. Las paredes del túnel no solo conservan restos fósiles de animales extintos, también almacenan información vital sobre los mecanismos biológicos que podrían alterar nuestro clima en las próximas décadas.
La buena noticia es que ahora sabemos más. La mala, es que el tiempo corre.
No hay soluciones fáciles. Pero sí una certeza creciente: el deshielo del permafrost no es solo un fenómeno geológico, es un proceso biológico y climático. Uno que ya ha comenzado.
Referencias
- Caro, T. A., McFarlin, J. M., Maloney, A. E., Jech, S. D., Barker, A. J., Douglas, T. A., et al. (2025). Microbial resuscitation and growth rates in deep permafrost: Lipid stable isotope probing results from the permafrost research tunnel in Fox, Alaska. Journal of Geophysical Research: Biogeosciences, 130, e2025JG008759. doi:10.1029/2025JG008759