La resistencia a las vacunas, especialmente durante la pandemia de COVID-19, no fue solo un problema de acceso a la información. Muchos pensaron que la razón principal del rechazo era la desinformación, pero un nuevo estudio publicado en la revista npj Vaccines ha revelado que la clave está en algo mucho más profundo: la ignorancia deliberada y las distorsiones cognitivas. Es decir, muchas personas que se oponían a las vacunas no solo carecían de datos, sino que eligieron activamente no prestar atención a la información relevante.
Este fenómeno psicológico es más complejo de lo que parece. Se trata de un sesgo que lleva a las personas a ignorar los riesgos o beneficios según sus creencias previas. Para los investigadores del Max Planck Institute for Human Development, este comportamiento es más común en los antivacunas, y se convierte en uno de los factores más poderosos que explican la negativa a vacunarse, incluso cuando la evidencia científica es abrumadoramente favorable.
El poder de la ignorancia deliberada
La ignorancia deliberada no es algo nuevo, pero durante la pandemia de COVID-19 quedó más evidente que nunca. Este estudio examinó a más de 1.200 personas en Estados Unidos, divididas en tres grupos: antivacunas, neutrales y provacunas. Los investigadores utilizaron una metodología que permitía medir cómo los participantes inspeccionaban la información sobre las vacunas: desde su eficacia hasta los efectos secundarios, y cómo esto influía en sus decisiones de aceptarlas o rechazarlas.
El resultado fue claro: aquellos que tenían una actitud antivacunas, en su mayoría, ignoraban deliberadamente partes importantes de la información, sobre todo cuando se trataba de los efectos secundarios graves, aunque estos tuvieran una probabilidad extremadamente baja. Esta omisión voluntaria, llamada “negligencia de la probabilidad”, hizo que percibieran los riesgos de la vacuna como mucho más altos de lo que realmente eran.
Curiosamente, este comportamiento era mucho más frecuente entre los antivacunas que entre los neutrales o provacunas, quienes tendían a evaluar la información de manera más completa. Los que ignoraban por completo los datos ofrecidos mostraban una resistencia casi absoluta a cualquier tipo de vacuna, mientras que aquellos que revisaban toda la información eran significativamente más propensos a vacunarse.
Las emociones juegan un papel central
Uno de los hallazgos más importantes de la investigación fue la influencia de las emociones en la toma de decisiones. Las personas antivacunas tienden a tener una respuesta emocional mucho más fuerte a los posibles efectos secundarios de la vacuna que a los beneficios de la misma. Esta “aversión a las pérdidas”, que se refiere a la tendencia humana de dar más peso a las posibles consecuencias negativas que a las positivas, resulta ser uno de los motores más poderosos detrás del rechazo a las vacunas.
Este sesgo emocional es algo que también está presente, en menor grado, en los grupos neutrales y provacunas. Sin embargo, lo que distingue a los antivacunas es que su reacción emocional a los posibles riesgos, aunque mínimos, es tan intensa que eclipsa cualquier evaluación racional de los beneficios. La posibilidad de una reacción adversa, aunque extremadamente rara, se percibe como un peligro inminente, mientras que los beneficios, como la protección contra una enfermedad grave o la muerte, pasan a segundo plano.
La distorsión cognitiva: cuando la información se procesa mal
El estudio no solo abordó la ignorancia deliberada, sino también cómo la información que se revisa es procesada de manera incorrecta. En muchos casos, las personas que decidían inspeccionar la información sobre las vacunas lo hacían de forma distorsionada. Un ejemplo de esto es la forma en que se sobrevaloran las probabilidades de los efectos secundarios graves. Aunque estos tienen una probabilidad extremadamente baja, se perciben como mucho más comunes. Esta distorsión cognitiva lleva a una percepción errónea de los riesgos.
Además, los investigadores encontraron que esta distorsión también afecta la valoración de los beneficios. Aunque las vacunas son altamente efectivas para prevenir enfermedades graves y muertes, estas ventajas se ven opacadas por la magnificación de los posibles riesgos. Este desequilibrio en la percepción de riesgo-beneficio contribuye significativamente a la resistencia a las vacunas.
En muchos casos, las personas que decidían inspeccionar la información sobre las vacunas lo hacían de forma distorsionada.
Un problema de confianza
¿Por qué sucede esto? Para muchos, la respuesta está en la desconfianza hacia las autoridades sanitarias y científicas. Los antivacunas suelen desconfiar de la información proporcionada por el gobierno, las farmacéuticas y los profesionales médicos. Esta falta de confianza hace que ignoren los datos científicos o los interpreten a través de un filtro sesgado. El resultado es que, incluso cuando se les presenta la información de manera clara y accesible, optan por no considerarla o la distorsionan.
Los investigadores sugieren que la solución no pasa solo por ofrecer más información, sino por cambiar la forma en que esta es presentada y, sobre todo, restaurar la confianza en las instituciones. Las campañas de vacunación que logren generar un vínculo de confianza con las comunidades escépticas podrían tener un impacto mucho más significativo que aquellas que simplemente tratan de contrarrestar la desinformación.
Cómo influir en los neutrales
El grupo neutral es, quizás, el más interesante desde la perspectiva de las políticas de salud pública. Estas personas no tienen una postura fuerte ni a favor ni en contra de las vacunas, y su decisión puede estar más influenciada por la forma en que procesan la información. A diferencia de los antivacunas, los neutrales tienden a ser más receptivos a la evidencia científica y están dispuestos a considerar los beneficios de la vacunación.
Los investigadores proponen que, para este grupo, las intervenciones más efectivas deben centrarse en proporcionar información clara y accesible sobre los riesgos y beneficios de las vacunas, sin caer en el alarmismo. Utilizar herramientas interactivas que permitan visualizar las probabilidades reales de los efectos secundarios y los beneficios de las vacunas puede ayudar a corregir las percepciones distorsionadas y aumentar la tasa de aceptación.
El desafío de la aversión a los efectos secundarios
Otro de los desafíos clave identificados en el estudio es cómo abordar la fuerte aversión a los efectos secundarios. Esta aversión no solo está presente en los antivacunas, sino también en los grupos neutrales y provacunas, aunque en menor medida. La comunicación sobre las vacunas debe encontrar un equilibrio entre la transparencia total sobre los posibles efectos adversos y la contextualización adecuada de los riesgos.
Los autores del estudio sugieren que, en lugar de minimizar o ignorar los riesgos, las campañas de vacunación deberían centrarse en educar a las personas sobre la verdadera magnitud de estos riesgos y cómo se comparan con los beneficios. Además, estrategias como la “revalorización cognitiva”, que busca cambiar la forma en que las personas piensan sobre los efectos secundarios, podrían ser útiles para reducir el impacto emocional de estos temores.
El rechazo a las vacunas no es un fenómeno unidimensional, y no se resuelve simplemente con más información. Este estudio nos muestra que la ignorancia deliberada y las distorsiones cognitivas juegan un papel crucial en la decisión de vacunarse o no. Para abordar esta resistencia, es necesario comprender los mecanismos psicológicos que la sustentan y diseñar intervenciones que vayan más allá de la transmisión de datos, centrándose en restaurar la confianza en las instituciones y en cómo se procesan las emociones y la información.
Referencias utilizadas:
- Fuławka, K., Hertwig, R. & Pachur, T. COVID-19 vaccine refusal is driven by deliberate ignorance and cognitive distortions. npj Vaccines 9, 167 (2024). doi:10.1038/s41541-024-00951-8