Durante la primera oleada de la COVID-19 en 2020, los hospitales se enfrentaron a un fenómeno desconcertante. Pacientes con cáncer que, tras haber superado aparentemente la infección, desarrollaban graves síndromes inflamatorios, en algunos casos similares a enfermedades autoinmunes como el síndrome de liberación de citocinas o la enfermedad injerto contra huésped (EICH). Aunque inicialmente parecía un efecto colateral del virus, una nueva investigación acaba de demostrar que el verdadero culpable podría estar más cerca de lo que se pensaba: en el interior de sus propios intestinos.
Un equipo multidisciplinar liderado por la Universidad de Minnesota ha demostrado por primera vez, con imágenes de alta resolución y análisis moleculares, que el intestino delgado puede actuar como un reservorio persistente del virus SARS-CoV-2 en pacientes con cáncer inmunodeprimidos. Pero esta permanencia viral puede mantenerse activa durante más de un mes y medio después del último test positivo. Los resultados, publicados en la revista iScience, no solo revelan una de las posibles raíces de la «COVID persistente», sino que también abren nuevas preguntas sobre cómo este virus interactúa con otros procesos inflamatorios en personas vulnerables.
Un hallazgo inesperado: el intestino no olvida al virus
El estudio se centró en tres pacientes con cáncer que habían sido sometidos a trasplantes —de médula ósea o de órganos— y que desarrollaron cuadros inflamatorios severos tras superar la fase aguda de la COVID-19. Lo que parecía inicialmente una recuperación dio paso a complicaciones clínicas que, hasta ahora, se atribuían a efectos indirectos del virus o a consecuencias de los tratamientos agresivos.
Sin embargo, al analizar muestras de tejido intestinal tomadas antes y después de la infección, los investigadores descubrieron algo inquietante: restos del virus aún estaban presentes semanas después del diagnóstico inicial, acompañados de marcadores moleculares de inflamación activa y daño tisular. Una de las claves fue la presencia del gen SERPINA1, un marcador que se encontró elevado de forma constante en los tejidos analizados y que ya había sido relacionado con procesos inflamatorios en otros tipos de cáncer gastrointestinal.
Esto significa que, lejos de ser un huésped pasajero, el SARS-CoV-2 podría estar utilizando el sistema digestivo como escondite, provocando inflamaciones localizadas que podrían tener consecuencias más amplias en la evolución clínica de pacientes inmunocomprometidos.
COVID persistente o inflamación reactiva, una línea muy fina
Aunque el término “long COVID” se ha convertido en un cajón de sastre para una gran variedad de síntomas persistentes, este estudio sugiere que en algunos casos no se trata simplemente de secuelas del virus, sino de una actividad viral todavía presente en el cuerpo. Y esto tiene implicaciones médicas muy concretas.
Por ejemplo, en pacientes que reciben un trasplante, el sistema inmunológico se encuentra en un estado extremadamente delicado. Cualquier foco de inflamación o infección puede desencadenar reacciones en cadena. Si el intestino —una de las zonas más densamente pobladas por células inmunitarias del cuerpo— actúa como reservorio viral, podría convertirse en el epicentro de una tormenta inflamatoria con consecuencias fatales.
Uno de los aspectos más preocupantes de esta investigación es cómo podría modificar el enfoque terapéutico en pacientes oncológicos. El hallazgo de un reservorio activo en el intestino implica que algunos tratamientos inmunosupresores podrían, inadvertidamente, facilitar la persistencia viral. Del mismo modo, tratamientos intensivos como los trasplantes podrían verse comprometidos si el virus sigue activo en el organismo, aunque los test nasales ya no lo detecten.
El equipo propone evaluar marcadores específicos como SERPINA1 en el tejido gastrointestinal antes de proceder con terapias inmunosupresoras. Esto podría permitir una mayor personalización de los tratamientos y reducir riesgos de complicaciones inflamatorias graves.
Una nueva perspectiva sobre el papel del intestino en la COVID-19
Este descubrimiento se suma a una creciente lista de estudios que señalan al aparato digestivo como un protagonista inesperado en la historia del SARS-CoV-2. Ya se había documentado la presencia del virus en muestras fecales durante semanas, pero este estudio va un paso más allá, al demostrar su persistencia intracelular y su impacto inmunológico local.
En imágenes tridimensionales obtenidas mediante microscopía de alta resolución, los investigadores observaron fibrosis y acumulaciones celulares inusuales en el epitelio intestinal. También detectaron estructuras tipo nanotubos entre células infectadas, un mecanismo que algunos virus utilizan para trasladarse sin ser detectados por el sistema inmune.
La investigación, aunque limitada por el reducido número de casos estudiados, ofrece una base sólida para el desarrollo de nuevas estrategias de diagnóstico y seguimiento en pacientes con riesgo elevado. Si se confirma en cohortes más amplias, el análisis de tejidos digestivos podría convertirse en una herramienta clave para detectar infecciones persistentes, incluso cuando los métodos tradicionales den negativo.
Además, se abre la posibilidad de que otros virus —o incluso ciertos tratamientos oncológicos— estén provocando efectos secundarios no por su acción directa, sino por reactivar procesos inflamatorios latentes en tejidos aparentemente “limpios”.
¿Qué significa todo esto para el futuro?
El hallazgo de un reservorio persistente de COVID-19 en el intestino humano plantea interrogantes que van mucho más allá de la oncología. ¿Podría esto explicar ciertos casos de fatiga crónica post-COVID? ¿Qué implicaciones tiene para la vacunación y el desarrollo de inmunidad duradera? ¿Y cómo afecta esto al microbioma intestinal y su papel en la salud general?
Lo cierto es que aún quedan muchas piezas por encajar. Pero si algo demuestra esta investigación es que el virus que cambió al mundo en 2020 aún tiene secretos por revelar —y que mirar más allá del tracto respiratorio puede ser la clave para comprender sus efectos más duraderos.