En 1892, dos niños ingresaron en el hospital de aislamiento de Leicester, una ciudad industrial del centro de Inglaterra, aquejados de viruela, una de las enfermedades más temidas y mortales de la historia. Los dos habían contraído el mismo virus, pero había una diferencia crucial entre ellos: uno estaba vacunado y el otro no. La fotografía que capturó ese momento se convirtió en un símbolo del poder de la vacunación, pero también de la resistencia y la controversia que generó en una época de profundos cambios sociales, políticos y científicos.
La viruela era una enfermedad infecciosa causada por un virus que se transmitía por contacto directo o por el aire. Provocaba fiebre, dolor, erupciones y pústulas en la piel que dejaban cicatrices permanentes. En los casos más graves, podía causar ceguera, hemorragias, septicemia y muerte. Se estima que la viruela mató a unos 300 millones de personas solo en el siglo XIX, y que afectó a casi el 90% de la población mundial en algún momento de su vida.
La única forma de prevenir la viruela era la vacunación, un método descubierto en 1798 por el médico inglés Edward Jenner. Jenner observó que las personas que se infectaban de una forma leve de viruela llamada cowpox (viruela bovina), que afectaba a las vacas, quedaban inmunizadas contra la viruela humana.
Jenner comprobó su hipótesis inoculando a un niño de ocho años con material de una vaca infectada de viruela bovina, y luego exponiéndolo al virus de la viruela. El niño no desarrolló la enfermedad, lo que demostró que la vacuna funcionaba. Jenner llamó a su método vacunación, del latín vacca, que significa vaca.
La vacunación se extendió rápidamente por todo el mundo y se demostró que era efectiva para reducir los casos y las muertes por viruela. Sin embargo, también generó oposición y desconfianza por parte de algunos sectores de la sociedad, que veían en ella una amenaza para su salud, su religión o su libertad.
Algunos argumentos contra la vacunación eran sanitarios, como el temor a las reacciones adversas, las infecciones o las enfermedades derivadas del material animal. Otros eran religiosos, como el rechazo a usar sustancias de otras especies o la creencia de que la viruela era un castigo divino. Otros eran científicos, como la duda sobre la eficacia o la necesidad de la vacuna. Y otros eran políticos, como la resistencia a la imposición del Estado o la defensa de los derechos individuales.
En 1853, el gobierno británico hizo obligatoria la vacunación para todos los niños menores de tres meses, y en 1867 amplió la ley para incluir a todos los menores de 14 años, con multas y penas de cárcel para los padres que no cumplieran. Esto provocó una fuerte reacción popular, especialmente entre las clases trabajadoras, que se sentían vulneradas en sus derechos y libertades.
Se formaron asociaciones antivacunas que organizaron manifestaciones, mítines, huelgas y desobediencia civil. Algunos padres prefirieron ir a la cárcel o pagar multas antes que vacunar a sus hijos. Otros falsificaron certificados o escondieron a sus bebés. Otros buscaron alternativas a la vacunación…
Leicester, una de las ciudades que más se rebeló contra la vacunación
Una de las ciudades que más se rebeló contra la vacunación fue Leicester, donde se fundó en 1869 la Leicester Anti-Vaccination League, una de las organizaciones más influyentes del movimiento. Los antivacunas de Leicester crearon un sistema alternativo basado en el aislamiento y la cuarentena de los enfermos, la desinfección de las casas y la ropa, la limpieza de las calles y el suministro de agua potable. Afirmaban que su método era más efectivo y menos invasivo que la vacunación, y que había logrado reducir la incidencia y la mortalidad por viruela en la ciudad.
Sin embargo, los datos mostraban que la tasa de mortalidad por viruela en Leicester era mayor que en otras ciudades con mayor cobertura vacunal, y que el método de Leicester no era suficiente para contener los brotes de la enfermedad. En 1892, se produjo una epidemia de viruela en Leicester que afectó a más de 1.000 personas y causó más de 100 muertes.
El gobierno envió a un inspector médico para investigar la situación y recomendó la vacunación obligatoria de toda la población. Los antivacunas se opusieron y organizaron una gran manifestación el 23 de marzo de 1892, que reunió a miles de personas. La protesta fue pacífica, pero expresó el descontento y la indignación de los habitantes de Leicester.
Fue en ese contexto que se tomó la fotografía que se hizo famosa y que se usó como propaganda a favor de la vacunación. Su autor, el doctor Allan Warner, quizo fotografiar a varios pacientes de su hospital con la finalidad de estudiar la enfermedad. La imagen muestra a dos jóvenes, ambos de 13 años de edad, que habían ingresado en el hospital de aislamiento de Leicester con viruela. En ella podemos ver claramente las distintas etapas y variedades de la erupción de la viruela: ambos se infectaron por la misma fuente el mismo día, con la diferencia de que el niño de la derecha había sido vacunado en la infancia, y el otro no. La diferencia era evidente y dramática. La fotografía se publicó en varios periódicos y revistas médicas, y se distribuyó en forma de postal o folleto. Se convirtió en un testimonio visual del poder de la vacuna y de la irresponsabilidad de los antivacunas.
De hecho, en 1901 una serie de fotografías de Warner fueron publicadas en el Atlas of Clinical Medicine, Surgery, and Pathology, donde también se recogían otras crudas instantáneas que mostraban la diferencia crucial entre estar o no vacunado. Tal fue su importancia, que el Scottish Medical and Surgical Journal destacó el trabajo de Warner en 1906.
La fotografía también tuvo un impacto en la opinión pública y en las autoridades. Muchas personas se convencieron de la necesidad de vacunarse y acudieron a los centros de salud. El gobierno británico flexibilizó la ley de vacunación y permitió la objeción de conciencia por motivos personales. La viruela se erradicó oficialmente en 1980, gracias a la vacunación masiva y a la cooperación internacional.
La historia de la fotografía de Leicester nos muestra que la vacunación no solo es una cuestión científica, sino también social, cultural y política. Hoy en día, la vacunación es más importante que nunca para proteger nuestra salud y la de los demás. Pero también sigue generando debate y desconfianza, por lo que es necesario informar, educar y dialogar sobre sus beneficios y sus riesgos, sin caer en el dogmatismo o el negacionismo.