Los científicos llevan décadas alertando de que estamos calentando el planeta, pero ahora los datos son más inquietantes que nunca. La temperatura media global ha aumentado ya alrededor de 1,1 grados centígrados desde mediados del siglo XIX, y los efectos empiezan a sentirse con una crudeza difícil de ignorar. No hablamos solo de calor: huracanes más violentos, incendios descontrolados, inundaciones históricas, sequías prolongadas… la lista crece cada año. Pero, ¿entendemos realmente lo que está ocurriendo?
Recientes datos científicos reúnen algunas de las cifras más actualizadas y alarmantes sobre el estado del clima global. Aunque muchas ya se conocían, confirman algo cada vez más evidente: estamos cruzando umbrales peligrosos a una velocidad acelerada.
Un diagnóstico claro, pero una evolución incierta
El cambio climático actual no es solo uno más entre los muchos que ha vivido la Tierra. Lo que lo diferencia es su origen: la actividad humana. A lo largo de la historia del planeta ha habido períodos más cálidos y más fríos, pero ninguno ha estado impulsado tan claramente por la emisión masiva de gases de efecto invernadero como el actual.
Antes de que la actividad humana transformara el planeta con la Revolución Industrial, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera rondaba las 280 partes por millón. Para 2021, esa cifra había escalado hasta las 419 ppm, un aumento sin precedentes en al menos 800.000 años. Este gas, junto con el metano y otros menos conocidos como el óxido nitroso, actúa como una manta que atrapa el calor del sol. El resultado: un planeta cada vez más caliente, con un clima más extremo y menos predecible.
Pero lo preocupante no es solo que sepamos lo que ocurre. Es que, a pesar del conocimiento acumulado y de las advertencias reiteradas de la comunidad científica, las emisiones siguen creciendo. Según datos recientes, dos tercios del calentamiento observado desde 1880 se han producido desde 1975. En otras palabras: la mayor parte del daño ha ocurrido en apenas medio siglo.
¿Qué efectos está teniendo ya el cambio climático?
Las consecuencias ya son visibles y medibles. El nivel del mar ha subido entre 21 y 24 centímetros desde 1880. Puede parecer poco, pero ese aumento ha multiplicado por nueve la frecuencia de inundaciones costeras en zonas como Estados Unidos. Y eso sin contar con el derretimiento acelerado del hielo del Ártico, donde incluso el hielo más antiguo y resistente está desapareciendo a un ritmo nunca antes visto.
El océano también está pagando un precio alto. Absorbe gran parte del exceso de CO₂, lo que provoca su acidificación (de hecho, ya sabemos que desde el comienzo de la revolución industrial las aguas superficiales del océano se han vuelto un 30% más ácidas). Esto afecta directamente a corales, moluscos y microorganismos clave para la vida marina. Además, la subida de temperatura de las aguas está alterando los patrones de migración de peces y destruyendo hábitats submarinos esenciales.
En tierra firme, la situación no es mejor. Las olas de calor son más largas e intensas. Las estaciones están cambiando: la primavera llega antes (los modelos climáticos ya sugieren que las primaveras tempranas podrían ser habituales para el año 2050), pero las heladas tardías siguen ocurriendo, lo que pone en riesgo cultivos y ecosistemas. Y los incendios forestales extremos, lejos de ser eventos esporádicos, se han duplicado en todo el mundo. Además, las temporadas de incendios son cada vez más largas y destructivas.
Por otro lado, los modelos climáticos predicen que las sequías no solo se repetirán con más frecuencia, sino que también se prolongarán durante más tiempo.
El dilema del futuro: sabemos cómo frenarlo, pero no lo estamos haciendo
Detener el calentamiento global es técnicamente posible, pero políticamente complicado. El Acuerdo de París de 2015 fijó como objetivo mantener el aumento de temperatura por debajo de los 2 °C, y preferiblemente por debajo de 1,5 °C. Sin embargo, la mayoría de los países están lejos de cumplir sus compromisos. Algunos incluso se han retirado del tratado (como es el caso de Estados Unidos), o han relajado sus políticas ambientales.
Aunque se habla mucho de energías renovables, eficiencia energética y movilidad eléctrica, lo cierto es que seguimos dependiendo de los combustibles fósiles para la mayor parte de nuestra energía. Y mientras eso no cambie de forma masiva y rápida, el termómetro seguirá subiendo. También sabemos que, incluso si hoy dejáramos de emitir gases de efecto invernadero, el planeta seguiría calentándose durante décadas. El dióxido de carbono, principal responsable del efecto invernadero, puede permanecer atrapado en la atmósfera durante siglos.
Hay quien pone sus esperanzas en la tecnología de captura y almacenamiento de carbono, capaz teóricamente de extraer CO₂ del aire y enterrarlo bajo tierra. Pero esta solución, además de costosa y aún poco desarrollada, no resuelve el problema de fondo: seguimos emitiendo más de lo que podríamos capturar.
Lo que no sabemos: el lado oscuro de la ciencia climática
Aunque el consenso científico sobre el cambio climático es abrumador (tanto, que no solo hay consenso científico respecto a su origen antropogénico, sino que hay un “consenso sobre el consenso”), todavía hay muchas preguntas sin respuesta. Por ejemplo, no se sabe con exactitud cómo responderán ciertos sistemas naturales al calentamiento futuro. El deshielo del permafrost podría liberar enormes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO₂. ¿Ocurrirá? ¿Cuándo? No lo sabemos.
Tampoco está claro cómo afectará el cambio climático a la circulación oceánica global, que regula el clima del planeta. Algunos modelos sugieren que podría ralentizarse o incluso detenerse, lo que tendría consecuencias catastróficas para Europa y otras regiones.
Y luego está el factor humano. ¿Hasta qué punto cambiará el comportamiento de las sociedades ante el agravamiento del problema? ¿Se adaptarán los países más vulnerables? ¿Cómo afectará a los flujos migratorios, a los conflictos por recursos como el agua, a la economía global?
No todo está perdido: pequeñas luces en medio del caos
Aunque el panorama es sombrío, también hay motivos para la esperanza. Las energías renovables son cada vez más baratas y eficientes. Las ciudades están empezando a rediseñarse para ser más resilientes. Y cada vez hay más conciencia ciudadana sobre la urgencia del problema.
Además, la ciencia no se detiene. Cada año conocemos mejor el sistema climático, y eso permite hacer predicciones más precisas y tomar decisiones más informadas. A pesar de los retos, todavía estamos a tiempo de evitar los peores escenarios. Pero ese tiempo no será eterno.
El cambio climático no es una amenaza lejana: ya está aquí. Y cuanto más tardemos en actuar, más difícil —y costoso— será revertir sus efectos. El futuro dependerá de las decisiones que tomemos hoy.