

Durante décadas, la fecha exacta en la que los primeros humanos llegaron a Australia ha sido uno de los grandes enigmas del pasado. La travesía no fue sencilla: para alcanzar el antiguo continente de Sahul —la masa de tierra que unía lo que hoy conocemos como Australia, Nueva Guinea y Tasmania—, los primeros Homo sapiens debieron atravesar peligrosos tramos de mar abierto, un viaje imposible sin un conocimiento avanzado de navegación. Ahora, una nueva investigación genética publicada en Science Advances parece haber zanjado el debate, y lo hace con una revelación que sorprende incluso a los más escépticos: los primeros asentamientos se remontan a hace al menos 60.000 años, y se habrían producido por dos rutas migratorias distintas.
Este hallazgo no solo desafía las teorías más conservadoras que fechaban la llegada en torno a los 47.000 años, sino que además arroja nueva luz sobre las capacidades técnicas y cognitivas de nuestros antepasados. Hombres y mujeres del Paleolítico no solo cruzaron océanos sin brújula ni mapas: lo hicieron organizadamente, en grupos, y establecieron vínculos duraderos con un territorio que aún hoy guarda su huella.
Dos rutas, un mismo destino: cómo se pobló Sahul
Hasta hace poco, la llamada “teoría de la cronología corta” dominaba los modelos genéticos: situaba la llegada humana a Australia entre 47.000 y 51.000 años atrás. Por otro lado, las dataciones arqueológicas más antiguas —como las de los yacimientos de Madjedbebe, en el Territorio del Norte— apuntaban a ocupaciones humanas de hasta 65.000 años. Esta diferencia de hasta 18.000 años entre la genética y la arqueología había alimentado un debate intenso entre expertos.
El nuevo estudio, dirigido por un equipo internacional y basado en el análisis de 2.456 mitogenomas de poblaciones actuales de Australia, Nueva Guinea y Oceanía, aporta un enfoque renovado. Esta vez, los genetistas recalibraron las tasas de mutación del ADN mitocondrial, corrigiendo errores anteriores que subestimaban la antigüedad de las migraciones humanas. Los resultados son contundentes: los primeros grupos humanos llegaron a Sahul hace unos 60.000 años, y lo hicieron por al menos dos rutas distintas.
La primera de esas rutas es la del norte, que partía de Filipinas y Sulawesi, atravesando Wallacea, un archipiélago que nunca estuvo conectado por tierra. La segunda, más meridional, discurría por las actuales islas de Indonesia y Timor. Ambas implicaban travesías de más de 100 kilómetros de mar abierto, lo que convierte esta migración en uno de los primeros hitos de la navegación en la historia humana.
ADN antiguo, nuevas certezas
La clave de esta investigación ha sido el uso masivo de datos genéticos. Se analizaron no solo los marcadores de ADN mitocondrial —transmitido por vía materna—, sino también datos del cromosoma Y y del genoma completo. Los científicos reconstruyeron árboles filogenéticos y calcularon con precisión las edades de las distintas ramas genéticas presentes en las poblaciones indígenas de Australia y Nueva Guinea.
El resultado más sorprendente fue que muchas de estas líneas genéticas ancestrales divergieron entre sí hace unos 60.000 años, justo en el umbral de entrada a Sahul. Algunas ramas están presentes exclusivamente en Australia, otras en Nueva Guinea, y unas pocas en ambas regiones, lo que sugiere un rápido proceso de asentamiento tras la llegada inicial. Además, se detectaron señales genéticas de posibles contactos con otras especies humanas arcaicas, como Homo floresiensis (el famoso “hobbit”) y Homo luzonensis, aunque aún no está claro si hubo mestizaje real o solo coexistencia en el mismo espacio geográfico.
Los datos genéticos también indican que, tras esa colonización inicial, las poblaciones se mantuvieron notablemente aisladas, desarrollando una diversidad única que aún hoy se puede rastrear. Lejos de diluirse, las culturas de los primeros australianos evolucionaron de forma autónoma durante decenas de milenios, convirtiéndolos en una de las comunidades con el linaje continuo más antiguo fuera de África.

El mar no fue una barrera, sino un puente
Lo más llamativo del estudio no es solo la fecha de llegada, sino lo que implica en términos tecnológicos y sociales. La idea de que hace 60.000 años existían grupos humanos capaces de construir embarcaciones resistentes, organizar expediciones y establecer rutas marinas seguras desafía muchas de las narrativas clásicas sobre el Paleolítico.
Esta no fue una migración por accidente. No hablamos de náufragos llevados por la corriente, sino de navegantes que planificaron viajes en grupo, cargados con recursos, herramientas y un conocimiento profundo del mar. La llegada a Sahul supuso el primer gran salto oceánico en la historia de la humanidad, un logro comparable al cruce del estrecho de Bering o a la colonización de las islas del Pacífico miles de años después.
Además, la evidencia apunta a que este conocimiento náutico se transmitió y perfeccionó. Poco tiempo después de la llegada a Sahul, algunos grupos humanos ya se habían extendido hasta las islas del Pacífico Occidental, como las Salomón, mostrando una movilidad marítima mucho más intensa de lo que se creía.
Este descubrimiento tiene implicaciones profundas, no solo científicas, sino también culturales y políticas. Para muchas comunidades aborígenes, la afirmación de que han vivido en su “país” durante decenas de milenios no es una cuestión académica, sino una verdad ancestral que forma parte de su identidad.
La investigación no solo valida esa antigüedad, sino que refuerza la idea de una conexión ininterrumpida entre los pueblos indígenas y sus territorios. Más allá de los laboratorios y las dataciones, hay una historia viva que se ha transmitido de generación en generación. Y ahora, la genética empieza a contarnos la misma historia que el arte rupestre, la tradición oral y la arqueología han sostenido durante años.
Aunque el estudio es el más completo hasta la fecha, los investigadores advierten que aún queda mucho por esclarecer. El futuro pasa por encontrar más restos humanos antiguos en la región, que permitan comparar directamente ADN moderno y prehistórico. También será clave seguir investigando los yacimientos submarinos que hoy yacen ocultos bajo las aguas que una vez formaron parte de Sahul, ya que allí pudo haberse desarrollado gran parte de la vida costera de los primeros habitantes.
Lo que es seguro es que el misterio de los orígenes australianos ha dado un giro. Y lo ha hecho gracias a la ciencia, pero también a una escucha más profunda de las voces que, desde hace miles de años, han custodiado esta memoria.