El beso más antiguo de la historia: descubren que los simios lo practicaban hace más de 20 millones de años y que los neandertales también lo heredaron

Una nueva investigación sugiere que el beso tiene raíces evolutivas profundas y que nuestros ancestros lo practicaban mucho antes de que existieran los humanos modernos.
El beso podría ser mucho más antiguo que el ser humanoEl beso podría ser mucho más antiguo que el ser humano
El beso podría ser mucho más antiguo que el ser humano. Foto: Istock

El beso, ese gesto íntimo, tierno o apasionado, que aparece en poemas, películas y rituales sociales de todo el mundo, podría tener un origen mucho más antiguo de lo que jamás imaginamos. No se trata de una invención cultural reciente ni de una costumbre exclusiva de nuestra especie. Un nuevo estudio publicado en la revista científica Evolution and Human Behavior ha analizado el comportamiento de diversas especies de primates y ha llegado a una conclusión sorprendente: el beso pudo haber aparecido por primera vez hace entre 21,5 y 16,9 millones de años, en un ancestro común de los grandes simios, mucho antes de que existiera el ser humano tal como lo conocemos.

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El trabajo, liderado por la investigadora Matilda Brindle desde la Universidad de Oxford, representa la primera reconstrucción sistemática de la historia evolutiva del beso. Lejos de centrarse en definiciones puramente humanas o culturales, el equipo partió de una base biológica y comparativa, observando datos sobre contacto boca a boca no agresivo en primates afro-eurasiáticos, incluyendo gorilas, orangutanes, chimpancés y bonobos.

Y no solo eso: según el modelo evolutivo empleado por los científicos, también es muy probable que los neandertales, nuestros parientes más cercanos ya extinguidos, compartieran esta práctica afectiva, lo que añade una nueva dimensión a la relación entre ambas especies.

El misterio evolutivo del beso

El beso plantea un dilema biológico interesante. Desde el punto de vista de la evolución, no parece ofrecer ventajas obvias para la supervivencia o la reproducción. De hecho, podría suponer riesgos, como la transmisión de enfermedades. Entonces, ¿por qué tantas especies —y no solo la nuestra— lo han adoptado?

Los científicos propusieron varias hipótesis para intentar responder esta pregunta. Una de ellas sugiere que el beso podría haberse desarrollado a partir del comportamiento de alimentación entre madre e hijo, conocido como premasticación, en el que el alimento se transfiere boca a boca. Otra posibilidad es que derive del acicalamiento social, una práctica habitual entre primates que cumple funciones de cohesión grupal y resolución de conflictos.

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Pero también se considera que el beso podría haber evolucionado como una forma de evaluar a posibles parejas reproductivas. El contacto cercano permitiría detectar señales químicas, como el estado de salud o la compatibilidad genética, algo crucial en el contexto de la selección sexual.

Sea cual sea el origen exacto, lo que sí parece claro, según el estudio, es que el beso no es una invención moderna, ni un gesto universal exclusivamente humano.

Más allá de los humanos: besos entre primates

Durante su investigación, el equipo de Brindle recopiló datos observacionales de 58 especies de primates, a través de literatura científica, registros etológicos y hasta vídeos de YouTube. En muchas de estas especies se documentaron casos de contacto boca a boca entre individuos del mismo grupo, tanto en contextos afectivos como sexuales o reconciliatorios.

Chimpancés que se besan después de una pelea, bonobos que lo hacen como parte de su compleja vida social o orangutanes que utilizan este gesto entre madre e hijo. Incluso en especies como los macacos o los babuinos se han observado comportamientos similares, aunque en menor medida.

Con todos estos datos, los investigadores aplicaron un modelo estadístico evolutivo basado en árboles filogenéticos. Lo que descubrieron fue que la distribución del beso entre primates no es aleatoria ni producto de coincidencias independientes. Por el contrario, presenta un patrón que sugiere un origen común: un ancestro primate de gran tamaño que ya practicaba el beso hace más de 20 millones de años.

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El beso en los neandertales: una nueva mirada a nuestros parientes

Uno de los aspectos más llamativos del estudio es su análisis sobre los neandertales. Aunque no existen registros directos de que practicaran el beso, los datos genéticos y microbianos indican que compartían microorganismos orales con los humanos modernos. Esto sugiere intercambios de saliva, ya sea por alimentación, proximidad social o, probablemente, por besos.

Dado que humanos y neandertales convivieron durante miles de años en Eurasia, y que incluso se aparearon —como demuestra la presencia de ADN neandertal en poblaciones actuales—, es plausible pensar que este gesto íntimo también formara parte de sus relaciones.

Si esto se confirma con futuras investigaciones, el beso entre especies humanas no sería solo una imagen poética, sino un hecho respaldado por la biología.

¿Es universal el beso entre humanos?

Aunque pueda sorprender, no todas las culturas humanas practican el beso romántico o sexual. Un estudio previo documentó que solo el 46% de las sociedades analizadas lo incluían como parte de sus costumbres amorosas. Esto ha llevado a algunos expertos a argumentar que el beso podría ser más bien una invención cultural, emergente en ciertas épocas y lugares.

Sin embargo, el nuevo trabajo aporta un matiz importante: aunque su expresión cultural varíe, el gesto básico del beso tiene una base evolutiva sólida. Podría ser un comportamiento latente en nuestra especie, que se activa o reprime en función del entorno sociocultural.

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Es decir, besar no sería una invención reciente, sino una capacidad heredada de nuestros ancestros simiescos, que cada sociedad ha interpretado a su manera.

Este estudio marca solo el inicio de un campo de investigación más amplio sobre la evolución de las conductas sociales no fosilizables. Gracias al cruce entre biología, etología y estadística evolutiva, los científicos pueden empezar a reconstruir la historia de comportamientos tan aparentemente simples como el beso, pero que encierran una complejidad sorprendente.

A medida que se recopilen más datos sobre el comportamiento de primates y se afinen los modelos evolutivos, tal vez logremos comprender no solo por qué besamos, sino también cómo este gesto contribuyó a la formación de vínculos, grupos sociales y tal vez incluso civilizaciones.

Después de todo, ese beso que damos sin pensarlo podría tener detrás millones de años de historia.

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