Samhain: el festival celta con más de 2000 años de historia que marcaba el inicio del invierno y abría las puertas al más allá antes de Halloween

Antes de que existiera Halloween, los antiguos celtas ya celebraban Samhain. Consistía en una noche mágica en la que los muertos regresaban y el invierno comenzaba.
Vestigios de una tradición ancestral que marcaba el paso a lo desconocido y conectaba a los vivos con el otro mundo Vestigios de una tradición ancestral que marcaba el paso a lo desconocido y conectaba a los vivos con el otro mundo
Vestigios de una tradición ancestral que marcaba el paso a lo desconocido y conectaba a los vivos con el otro mundo. Foto: Istock

En las tierras brumosas de Irlanda, mucho antes de que las calabazas se iluminaran y los disfraces inundaran las calles, los antiguos pueblos celtas celebraban un misterioso festival marcado por el fuego, los espíritus y el fin del ciclo agrícola. Su nombre era Samhain, y aunque hoy muchos lo relacionan con Halloween, sus raíces y significado profundo van mucho más allá de lo que la festividad moderna ha sabido conservar.

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Durante siglos, Samhain marcó una frontera invisible entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre la abundancia del verano y la crudeza del invierno. Fue, en esencia, una celebración de tránsito: del clima, de la cosecha, del tiempo… y también de la vida misma.

Una fiesta al borde del invierno

Samhain, que en irlandés moderno da nombre al mes de noviembre, era uno de los cuatro grandes festivales del calendario celta junto con Imbolc, Beltane y Lughnasadh. Se celebraba al caer la noche del 31 de octubre y se prolongaba hasta el 1 de noviembre, coincidiendo con la llegada de las primeras heladas. Para las sociedades agrícolas y pastoriles de la antigua Irlanda, esta fecha no era solo un marcador estacional, sino un punto crucial de supervivencia.

La cosecha ya había sido recogida y los animales de pastoreo eran traídos de vuelta de las tierras altas. Muchos de ellos eran sacrificados, tanto para asegurar provisiones durante el duro invierno como parte de rituales sagrados. Era un momento de fe, miedo y comunión colectiva, donde los lazos con la comunidad y con los ancestros se reforzaban frente a la incertidumbre que traía la estación oscura.

Se encendían hogueras comunales —símbolos de protección y renovación— alrededor de las cuales se reunían los clanes. Los relatos orales hablan de grandes banquetes, ceremonias y la presencia de druidas que guiaban rituales destinados a honrar a los espíritus y pedir buenas cosechas futuras. Aunque gran parte de estos detalles nos llegan filtrados por fuentes medievales cristianas, lo cierto es que Samhain era el evento central del calendario celta, el auténtico corazón espiritual del año.

Una puerta abierta al otro mundo

Lo que distinguía a Samhain de otros festivales no era solo su carácter agrario, sino su profunda conexión con lo sobrenatural. Para los celtas, el 31 de octubre era una noche en la que los límites entre este mundo y el Otro se debilitaban. Esa visión de un «otro mundo» —una dimensión paralela poblada por seres inmortales y misteriosos— es central en la mitología celta.

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Durante Samhain, se creía que los espíritus podían caminar entre los vivos. No se trataba necesariamente de apariciones malévolas, sino de ancestros, seres feéricos o incluso deidades menores que cruzaban al plano humano. En esta noche especial, los humanos también podían ser arrastrados o invitados a ese otro mundo. De ahí la tradición de dejar ofrendas de comida, velas o figuras talladas para guiar y apaciguar a los visitantes del más allá.

Relatos medievales recogen episodios extraordinarios ocurridos durante Samhain: portales que se abrían, héroes que eran transportados a reinos paralelos, figuras misteriosas que aparecían entre la niebla con profecías y advertencias. Historias como “La aventura de Nera” evocan la atmósfera inquietante de una noche donde la realidad se fragmenta y lo imposible se hace tangible.

¿El Año Nuevo celta?

A menudo se ha dicho que Samhain era el Año Nuevo de los celtas, pero esta afirmación debe tomarse con cautela. Aunque no hay evidencia textual antigua que lo confirme de forma rotunda, el simbolismo del festival como punto de ruptura y renacimiento encaja bien con la idea de un fin de ciclo.

Samhain cerraba el año agrícola y marcaba el inicio del tiempo de oscuridad. En una cultura que, según algunas fuentes romanas, medía el tiempo por noches y no por días, comenzar el año en la oscuridad del invierno tenía un poderoso sentido ritual. Como el día que empieza al anochecer, el año podía nacer del silencio y el frío, esperando a renacer en primavera.

La cristianización de un festival ancestral

Con la llegada del cristianismo, muchos festivales paganos fueron absorbidos y transformados. A partir del siglo IX, la Iglesia fijó el Día de Todos los Santos el 1 de noviembre, y al día siguiente, el Día de los Difuntos. Esta decisión no fue casual. Al solaparse con Samhain, se buscaba suavizar sus componentes paganos y encauzar la veneración de los muertos hacia el dogma cristiano.

En Irlanda, sin embargo, ambas festividades coexistieron durante siglos. Los rituales de Samhain, rebautizados o suavizados, sobrevivieron en forma de costumbres populares. Algunas tradiciones —como el uso de máscaras o la práctica de pedir alimentos de casa en casa— dieron lugar a las actuales costumbres de Halloween. Las primeras calabazas talladas no eran calabazas, sino nabos huecos con luces dentro, utilizados para ahuyentar a los malos espíritus.

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Con la emigración masiva de irlandeses a América durante el siglo XIX, estas costumbres cruzaron el Atlántico. En suelo estadounidense, se mezclaron con otras tradiciones europeas y adquirieron una forma nueva y comercial, convirtiéndose finalmente en el Halloween global que hoy conocemos. Pero en su núcleo sigue latiendo, aunque desdibujado, el eco antiguo de Samhain.

El legado oculto de Samhain

Hoy en día, el interés por Samhain ha resurgido, especialmente entre los estudiosos de religiones antiguas, grupos neopaganos y entusiastas del folclore. La festividad sigue celebrándose en algunos entornos como una oportunidad para conectar con la naturaleza, la memoria ancestral y los ciclos del tiempo. En muchos lugares de Irlanda y Escocia, se están recuperando antiguos rituales, despojándolos de la carga comercial de Halloween para volver a un enfoque más espiritual.

Este redescubrimiento no solo busca reconstruir el pasado, sino entender cómo aquellas antiguas creencias siguen hablando al presente. Samhain no fue una fiesta del terror, sino del umbral. En ella, los vivos y los muertos compartían la misma noche, el mismo fuego, la misma historia.

Porque al final, más allá de calaveras y disfraces, lo que Halloween celebra —aunque ya no lo sepa— es esa antigua necesidad humana de rendir homenaje a los ciclos de la vida, enfrentarse al misterio de la muerte y encontrar sentido en la oscuridad.