En el imaginario colectivo, Vlad el Empalador ocupa un lugar reservado para los tiranos más despiadados de la historia. Rodeado por bosques de cadáveres y montañas de estacas, su figura ha sobrevivido a los siglos entre mitos, terror y literatura. Pero ahora, una nueva investigación histórica pone en duda todo lo que creíamos saber sobre su supuesta sed de sangre.
Vlad III, príncipe de Valaquia y figura central de una de las épocas más convulsas del sudeste europeo, fue durante siglos retratado como un gobernante que empaló a decenas de miles de personas. Los relatos más extremos le atribuyen hasta 100.000 ejecuciones, una cifra descomunal incluso para los estándares brutales de la Edad Media. Sin embargo, un estudio reciente firmado por el historiador Dénes Harai propone una revisión completa y documentada del mito. El resultado: la realidad, aunque violenta, estuvo muy lejos de los números legendarios.
Una figura moldeada por la guerra y la propaganda
Para entender cómo se construyó la imagen aterradora de Vlad, hay que volver a su contexto. Nacido en 1431 en Transilvania, en el seno de la casa Drăculești, Vlad creció en una región marcada por la tensión permanente entre el Reino de Hungría y el Imperio Otomano. Valaquia, su patria, era una tierra de frontera, y su gobierno se desenvolvía en un equilibrio precario entre las lealtades cristianas y las presiones turcas.
Vlad pasó su adolescencia como rehén en la corte otomana, donde aprendió no solo su lengua, sino también sus códigos de poder. De regreso a Valaquia, aplicó ese conocimiento con eficacia y brutalidad. Pero fue precisamente ese estilo de gobernar, implacable y espectacular, el que acabaría alimentando una leyenda negra que cruzó fronteras.
Sus enemigos, sobre todo sajones de Transilvania y cronistas otomanos, contribuyeron a inflar su figura hasta convertirlo en un símbolo del horror. Al otro lado, sus aliados húngaros también supieron sacar partido de su fama, usándola como propaganda cristiana contra el enemigo musulmán. Vlad, sin pretenderlo, se convirtió en la pieza central de un relato funcional para todos… menos para la verdad.
El famoso bosque de estacas: ¿ficción o exageración?
Uno de los episodios más citados sobre Vlad el Empalador es el del “bosque de los empalados”, supuestamente levantado a las puertas de su capital, Târgoviște, para disuadir al ejército del sultán Mehmed II en 1462. Se habla de 20.000 cadáveres empalados, hombres, mujeres e incluso niños. Una imagen tan potente como poco verosímil.
Harai ha puesto esa cifra a prueba. Analizando fuentes contemporáneas, cartas oficiales, crónicas de diferentes orígenes y hasta censos regionales, el investigador concluye que el número real de víctimas fue probablemente unas diez veces menor. Un cálculo más razonable, según los registros y la logística necesaria para ejecutar y empalar a tanta gente, apunta a unos 1.600 o 1.700 cadáveres en ese suceso concreto.
Lo que se mantiene como cierto es la intención: Vlad buscaba aterrorizar, no tanto con la cantidad, sino con el impacto visual. El empalamiento no era algo nuevo en Europa del Este. Se practicaba tanto en los territorios otomanos como en el Reino de Hungría, donde formaba parte del aparato judicial en determinados casos. Vlad simplemente elevó esa práctica a un nivel performativo, convirtiéndola en su marca personal.

Cifras infladas, ejecuciones reales
Uno de los puntos fuertes del estudio es su análisis comparativo. Harai confronta los relatos legendarios con documentos más cercanos a los hechos, utilizando para su análisis actas notariales, informes diplomáticos y cartas que recogen datos precisos. El resultado es llamativo. Por ejemplo, en 1459, se asegura que Vlad ejecutó a 600 comerciantes sajones. Sin embargo, un registro contemporáneo apunta que fueron 41. En la famosa cena de Pascua con los boyardos, se menciona medio millar de víctimas, pero las evidencias arqueológicas sugieren entre 40 y 50.
Al aplicar ese mismo criterio a otros episodios atribuidos a Vlad, el autor calcula que la cifra total de víctimas por empalamiento a lo largo de sus tres periodos de gobierno estaría en torno a las 2.000 personas. Una cifra brutal, sí, pero alejada del carácter apocalíptico que la leyenda ha sostenido durante más de cinco siglos.
Más allá del número de muertos, lo que distingue a Vlad no es tanto la cantidad de ejecuciones, sino la forma en que las utilizó como herramienta política. Para él, el empalamiento no era solo un castigo; era un mensaje. Una declaración pública de autoridad que hablaba tanto a sus enemigos como a su propio pueblo.
Sus escenificaciones del terror eran deliberadas. Y si bien otros gobernantes europeos recurrían a castigos ejemplares, Vlad lo hizo con una frecuencia y una intensidad que impresionaron incluso a sus contemporáneos. No era un loco sádico, sino un estratega del miedo.
Un relato reescrito con datos
El trabajo de Harai, publicado por la Royal Historical Society, no busca limpiar la imagen de Vlad ni convertirlo en víctima. Su reinado sigue estando marcado por la violencia extrema. Pero sí propone una lectura más crítica y rigurosa de las fuentes, desmontando la repetición acrítica de cifras imposibles y aportando un enfoque más humano, en el sentido histórico del término.
Vlad fue un producto de su tiempo: un gobernante de frontera en una Europa desgarrada por las guerras de religión, el expansionismo otomano y las luchas por el poder local. Su brutalidad existió, pero fue amplificada por enemigos que necesitaban un monstruo que encajara en sus propios discursos.
Y lo consiguieron.
¿Y qué pasa con Drácula?
El salto del Vlad histórico al Drácula literario es una historia aparte, tejida en el siglo XIX por autores como Bram Stoker, que encontraron en su figura el molde perfecto para proyectar los temores victorianos. La conexión entre el empalador valaco y el vampiro aristocrático es, en gran parte, una ficción moderna. Pero sin esa leyenda exagerada que se construyó durante siglos, tal vez nunca habríamos oído hablar de Vlad.
Hoy, gracias a investigaciones como esta, podemos separar mejor al hombre del mito. Ni demonio insaciable ni héroe incomprendido: simplemente un príncipe medieval que utilizó el terror como táctica de gobierno… y cuya fama acabó devorando su propia historia.
Referencias
- Harai D. Counting the Stakes: A Reassessment of Vlad III Dracula’s Practice of Collective Impalements in Fifteenth-Century South-eastern Europe. Transactions of the Royal Historical Society. Published online 2025:1-16. doi:10.1017/S008044012510042X