Un nuevo estudio revela que cerrar escuelas por COVID-19 en 2020 fue la medida menos rentable en EE. UU.: otras más baratas evitaron más muertes con menos impacto económico

Millones de estudiantes perdieron meses de aprendizaje por una medida que, según los datos, fue cara e ineficaz frente a la pandemia de COVID-19. Los investigadores advierten que repetir errores como el cierre escolar podría amplificar los costes sociales en futuras pandemias.
Escuela cerrada por COVID-19 Escuela cerrada por COVID-19
Un estudio revela que EE. UU. gastó demasiado en cerrar escuelas por COVID-19 mientras ignoraba medidas más rentables y eficaces. Foto: Istock

Durante el primer año de la pandemia, cuando aún no existían vacunas ni tratamientos eficaces, los gobiernos del mundo se enfrentaron a una disyuntiva dramática: cómo frenar la propagación del virus sin hundir la economía ni desintegrar el tejido social. Mascarillas, confinamientos, cierre de negocios, restricciones de movilidad… y también, una de las más polémicas: el cierre prolongado de centros escolares.

Ahora, un estudio liderado por la Universidad de Oxford junto con la Universidad de Washington ha analizado con lupa las medidas aplicadas en Estados Unidos durante 2020. El resultado es contundente: cerrar las escuelas fue, con diferencia, una de las estrategias más costosas en términos económicos y sociales, y no fue la más eficaz para reducir la transmisión del virus.

¿Salvar vidas… o hipotecar el futuro?

El informe, publicado en la revista BMC Global and Public Health, se centra en el análisis de 11 intervenciones no farmacológicas (NPIs, por sus siglas en inglés), como las mascarillas, el rastreo de contactos, los test masivos o las limitaciones a la movilidad. A través de modelos matemáticos y análisis económicos, los investigadores calcularon tanto el impacto en la reducción de contagios como el coste total para la sociedad.

Uno de los hallazgos más llamativos del estudio es que los cierres escolares evitaron unas 77.000 muertes por COVID-19 en Estados Unidos, reduciendo la transmisión en aproximadamente un 8%. Sin embargo, esa decisión tuvo un coste futuro estimado en más de 2 billones de dólares debido a la pérdida de aprendizaje, el impacto en el desarrollo educativo y las consecuencias económicas a largo plazo.

Los estudiantes estadounidenses perdieron, en promedio, 0,35 años completos de formación, con diferencias marcadas entre estados. Algunos territorios mantuvieron las escuelas cerradas durante prácticamente todo el curso académico 2020-2021, afectando de manera desproporcionada a los niños de entornos más vulnerables.

¿Y si hubiera otra forma?

Lo más revelador del análisis es que otras medidas, mucho menos disruptivas, resultaron ser más eficaces y con un coste notablemente inferior. Las mascarillas, por ejemplo, redujeron la transmisión en un 19% y fueron extremadamente baratas de implementar. Lo mismo ocurrió con los programas de testeo masivo y rastreo de contactos, que demostraron tener una excelente relación coste-beneficio.

De hecho, los autores del estudio calculan que una combinación óptima de medidas podría haber reducido el impacto total de la pandemia en EE. UU. desde 4,6 billones de dólares hasta 1,9 billones, al tiempo que se habrían salvado más de 100.000 vidas adicionales.

Este enfoque equilibrado habría permitido evitar cierres generalizados, incluyendo los escolares, sin renunciar a la eficacia sanitaria. Habría implicado, eso sí, una capacidad de respuesta mucho más ágil, con test rápidos accesibles, sistemas de rastreo digitales robustos y una comunicación clara entre autoridades y población.

Una lección de cara al futuro

El estudio no pretende señalar culpables. La situación en 2020 era inédita, los datos escasos y las decisiones urgentes. Pero sí lanza un mensaje claro para futuros brotes o pandemias: es posible controlar la propagación de un virus sin arrasar con pilares fundamentales de la sociedad como la educación.

De acuerdo a los autores, cerrar las escuelas fue una medida instintiva, comprensible desde la incertidumbre, pero cuyos efectos negativos se extenderán durante décadas. El coste no se limita a la pérdida de clases. Afecta al desarrollo emocional, la socialización, la brecha educativa y, por extensión, a la productividad futura de toda una generación.

Por eso, los investigadores insisten en la necesidad de contar con sistemas de vigilancia sanitaria modernos, capaces de detectar brotes en tiempo real y activar respuestas proporcionales. Las herramientas tecnológicas existen. Lo que falta es la voluntad política y la infraestructura necesaria para desplegarlas a tiempo.

El precio invisible de una pandemia

Uno de los méritos del estudio es que pone cifras concretas a un debate que durante mucho tiempo fue puramente ideológico. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar la normalidad por la seguridad? ¿Qué coste aceptamos pagar por una vida salvada? ¿Y qué valor le damos a un año perdido en la educación de un niño?

No hay respuestas simples, pero sí una conclusión ineludible: no todas las medidas aplicadas durante la pandemia fueron igual de eficaces ni igual de necesarias. Algunas, como las mascarillas o el rastreo, ofrecieron una gran protección con muy poco coste. Otras, como el cierre de escuelas, salvaron vidas, pero a un precio económico y social desorbitado.

Quizás lo más inquietante del estudio es la pregunta contrafactual: ¿y si se hubieran aplicado otras medidas, más racionales, más equilibradas? ¿Y si en lugar de cerrar aulas se hubiera invertido masivamente en test rápidos, ventilación y seguimiento de casos?

Las respuestas no cambiarán el pasado, pero pueden moldear el futuro. Porque vendrán nuevas pandemias, nuevos virus, y nuevas decisiones difíciles. Esta vez, tendremos la ventaja de saber más, de haber aprendido. Pero solo será útil si tenemos la humildad de mirar atrás y reconocer qué hicimos bien… y qué no.