El planeta está alcanzando un punto de no retorno. Según el informe más reciente de indicadores climáticos globales, publicado por más de 60 de los científicos más reconocidos en la materia, la humanidad podría agotar el presupuesto de carbono restante para evitar un calentamiento global de 1,5 °C en menos de tres años. Es decir, antes de que termine esta década, podríamos haber sellado nuestro destino climático.
Este informe, publicado en Earth System Science Data y liderado por el climatólogo británico Piers Forster, es una actualización anual de los principales marcadores del cambio climático. Entre ellos se incluyen las emisiones netas de gases de efecto invernadero, el desequilibrio energético de la Tierra, las concentraciones de gases en la atmósfera, la subida del nivel del mar, las temperaturas extremas y, lo más preocupante, el presupuesto de carbono que aún queda por emitir sin sobrepasar los límites acordados en el Acuerdo de París.
Los resultados no solo confirman lo que se venía temiendo, sino que añaden una nueva capa de urgencia. Desde 2015, los países firmantes del Acuerdo de París se comprometieron a intentar mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 °C respecto a niveles preindustriales, y preferiblemente por debajo de 1,5 °C. Pero al ritmo actual de emisiones, ese límite simbólico podría ser superado de manera irreversible alrededor de 2028.
Una carrera contra el tiempo (y el dióxido de carbono)
La cifra es alarmante: al mundo solo le quedan 130.000 millones de toneladas de CO₂ por emitir antes de sobrepasar el umbral de 1,5 °C. Actualmente estamos emitiendo más de 42.000 millones de toneladas al año. Las cuentas son sencillas, y el margen es mínimo.
Los autores del informe señalan que, aunque 2024 fue el primer año completo en el que la temperatura media global superó los 1,5 °C, este dato puntual no implica aún haber incumplido el objetivo del Acuerdo. Sin embargo, si se mantiene esta tendencia durante varias décadas, las consecuencias serán más extremas, frecuentes y difíciles de revertir.
El ritmo de calentamiento actual —de aproximadamente 0,27 °C por década— es el más rápido en la historia del planeta desde que existen registros. Y no solo eso: la Tierra está acumulando calor a un ritmo un 25% más rápido que hace apenas una década. Este desequilibrio energético, causado por los gases de efecto invernadero y potenciado por la disminución de aerosoles contaminantes que anteriormente reflejaban parte de la radiación solar, está teniendo efectos inmediatos en el clima global.
El mar como espejo del desastre
Uno de los indicadores más ilustrativos del cambio climático es la subida del nivel del mar. Desde 1900, el nivel medio ha aumentado unos 23 centímetros. Pero lo más preocupante es que esa velocidad se ha duplicado desde los años 90. Las consecuencias ya están aquí: tormentas más destructivas, erosión costera acelerada y millones de personas en riesgo de inundación permanente.
Más del 90% del calor adicional atrapado por el sistema climático está siendo absorbido por los océanos. Esto no solo altera los ecosistemas marinos, sino que contribuye al derretimiento de glaciares y capas de hielo, especialmente en Groenlandia y la Antártida Occidental, alimentando aún más la subida del mar.
La agricultura mundial en jaque
Pero la crisis no termina en los océanos. Otro estudio clave, publicado este mes en la revista Nature y elaborado por un equipo internacional liderado por Andrew Hultgren, ha evaluado cómo el cambio climático, incluso teniendo en cuenta las adaptaciones humanas, ya está afectando la producción agrícola global.
El análisis, basado en datos de más de 12.000 regiones agrícolas en todo el mundo, muestra que, por cada grado adicional de calentamiento, la producción mundial de alimentos básicos como el trigo, el maíz o la soja disminuye de forma significativa. Incluso considerando que los agricultores están adaptando sus cultivos —cambiando variedades, ajustando calendarios y mejorando técnicas—, se estima que solo se logra mitigar un 23% de las pérdidas proyectadas para 2050.
La investigación también revela un hallazgo sorprendente: las mayores pérdidas no ocurrirán necesariamente en los países más pobres, sino en regiones tradicionalmente fértiles como Estados Unidos, Europa del Este y partes de China, donde el clima actual es óptimo pero la capacidad de adaptación ya ha alcanzado sus límites.
¿Y ahora qué?
Ambos estudios, publicados con apenas días de diferencia, ofrecen un retrato contundente del momento en que nos encontramos. Mientras el informe sobre indicadores climáticos nos muestra con números el agotamiento acelerado del planeta, el estudio agrícola nos recuerda que el cambio climático no es solo una cuestión de temperaturas o hielo que se derrite, sino de comida, salud y estabilidad social.
La buena noticia —si puede llamarse así— es que aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Los expertos coinciden en que las emisiones están creciendo a un ritmo más lento que en décadas pasadas, lo cual es un indicio de que las tecnologías limpias, como la solar y la eólica, están comenzando a marcar una diferencia. Pero ese cambio debe acelerarse. No basta con estabilizar las emisiones; hay que reducirlas drásticamente.
Lo que ocurra entre 2025 y 2030 determinará si la humanidad tiene una posibilidad realista de evitar las consecuencias más catastróficas del calentamiento global. A medida que el presupuesto de carbono se evapora, cada tonelada de CO₂ emitida cuenta. Y cada fracción de grado que logremos evitar supondrá menos dolor, menos desplazamientos forzados y más tiempo para adaptarnos.
La ciencia ya ha hecho su parte: ha encendido todas las alarmas. Ahora, el resto depende de nosotros.