El 30 de abril de 1945, Adolf Hitler se quitó la vida con un disparo en la sien, después de haber ingerido una cápsula de cianuro junto con su esposa Eva Braun, en el búnker subterráneo de la Cancillería del Reich en Berlín. Así lo confirmaron varios testigos que presenciaron o participaron en los últimos momentos del dictador nazi, como su secretaria personal Traudl Junge, su ayudante de cámara Heinz Linge, su médico personal Ludwig Stumpfegger o el jefe de las SS Martin Bormann. Sin embargo, la verdad sobre el suicidio de Hitler no se supo con certeza hasta muchos años después, debido al secretismo y la manipulación de la Unión Soviética, que fue la primera en llegar al búnker y encontrar los restos de Hitler y Braun.
La búsqueda del cadáver
El 2 de mayo de 1945, el Ejército Rojo tomó el control de Berlín, tras una sangrienta batalla que duró más de dos semanas. Una de las prioridades de los soviéticos era encontrar el búnker donde se suponía que se escondía Hitler y capturarlo vivo o muerto. El mariscal Gueorgui Zhúkov, comandante del frente oriental, ordenó a sus tropas que peinaran la zona de la Cancillería y que interrogaran a cualquier prisionero que pudiera tener información sobre el paradero del Führer.
Los soviéticos encontraron el búnker el mismo día 2 de mayo, pero estaba vacío y lleno de escombros. No había rastro de Hitler ni de sus colaboradores más cercanos. Los soldados rusos empezaron a buscar en los alrededores, hasta que dieron con una pista crucial: un perro muerto que se parecía mucho a Blondi, la mascota de Hitler. El perro estaba en un cráter cerca de la entrada del búnker, junto con otros cadáveres calcinados. Los soviéticos sospecharon que se trataba de los restos de Hitler y Braun, pero no estaban seguros.
Los soviéticos interrogaron a todo el mundo sobre el paradero del cadáver. El vicealmirante Voss les dijo que, cuando él intentaba huir de Berlín, había oído que Hitler se había suicidado y que su cuerpo había sido quemado en el jardín de la Cancillería. El coronel Hans Rattenhuber, jefe de la guardia personal de Hitler, confirmó esta versión y añadió que él mismo había ayudado a quemar el cuerpo. El general Helmuth Weidling, comandante de la defensa de Berlín, también corroboró el relato y dio detalles sobre cómo Hitler se había disparado y cómo Braun se había envenenado.
Con estas declaraciones, los soviéticos estaban convencidos de que habían encontrado los restos de Hitler y Braun. Sin embargo, no querían anunciarlo al mundo sin tener pruebas irrefutables. Por eso, decidieron trasladar los restos a un lugar secreto y someterlos a un exhaustivo análisis forense.
La identificación del cadáver
El 4 de mayo de 1945, los restos quemados fueron llevados a una escuela abandonada en Buch, un suburbio al norte de Berlín. Allí, un equipo de médicos soviéticos realizó una autopsia bajo la supervisión del coronel Iván Klimenko, jefe del servicio secreto militar (SMERSH) en Berlín. Los médicos examinaron los restos con rayos X y tomaron muestras dentales. También compararon las medidas corporales con las fotografías disponibles de Hitler y Braun.
Los médicos concluyeron que los restos pertenecían a una pareja: un hombre y una mujer. El hombre tenía unos 50 años, medía unos 173 centímetros y pesaba unos 77 kilos. La mujer tenía unos 30 años, medía unos 165 centímetros y pesaba unos 50 kilos. Estas características coincidían con las de Hitler y Braun. Además, el hombre tenía una herida de bala en la sien derecha y la mujer tenía restos de cianuro en la boca. Estos datos también coincidían con los testimonios de los testigos.
Sin embargo, la prueba más concluyente fue la dental. Los médicos soviéticos lograron contactar con el dentista personal de Hitler, Hugo Blaschke, y con su asistente, Käthe Heusermann, que habían sido capturados por los estadounidenses. Los soviéticos les mostraron las radiografías y las piezas dentales extraídas de los restos, y les pidieron que las identificaran. Blaschke y Heusermann reconocieron sin duda que se trataba de los dientes de Hitler y Braun, ya que ellos mismos les habían hecho varios tratamientos y prótesis.
Con estas evidencias, los soviéticos estaban seguros de que habían identificado los cadáveres de Hitler y Braun. Sin embargo, no lo comunicaron al mundo ni a sus aliados occidentales. Al contrario, mantuvieron el secreto y siguieron alimentando la incertidumbre y la confusión sobre el destino del dictador nazi.
Referencias bibliográficas:
- Beevor, A. (2002). Berlín: la caída, 1945. Barcelona: Crítica
- Brisard, J.-C., & Parshina, L. (2019). La muerte de Hitler: La investigación de la KGB publicada después de 70 años. Barcelona: Diana
- Kershaw, I. (2001). Hitler: 1936-1945. Barcelona: Península
- Trevor-Roper, H. (2005). Los últimos días de Hitler. Barcelona: Crítica