En los Andes colombianos, a más de 2.500 metros de altitud, cuatro cuerpos momificados ocultaban un secreto. Bajo sus máscaras funerarias de arcilla, cera, maíz y resina, permanecían los rostros de personas que vivieron —y murieron— entre los siglos XIII y XVIII. Hasta ahora, nadie los había visto.
Las momias, conservadas por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, no eran reyes ni figuras legendarias. Se trataba de un niño de unos seis años, una mujer anciana y dos hombres jóvenes. Pero lo que las hacía únicas era la forma en que fueron enterradas: con máscaras moldeadas directamente sobre sus rostros, como una segunda piel, como un intento de retener la identidad incluso después de la muerte.
Aunque la práctica de enmascarar a los muertos es conocida en otras culturas andinas, estos cuatro ejemplos son los únicos documentados hasta hoy en Colombia. Y gracias a una colaboración internacional entre arqueólogos colombianos y británicos, esas caras acaban de ser reveladas.
Una cirugía digital sobre cráneos centenarios
El proyecto fue liderado por Face Lab, un equipo especializado de la Liverpool John Moores University. Financiado por la British Academy, el equipo utilizó escáneres por tomografía computarizada (CT) para ver más allá de las máscaras sin alterar físicamente los restos.
Las imágenes tridimensionales permitieron «desenmascarar» digitalmente a los cuatro individuos. Se eliminaron capas virtuales hasta dejar al descubierto la estructura ósea, y sobre esa base comenzó la reconstrucción facial. Como si se tratara de escultores digitales, los investigadores añadieron músculos, grasa, piel y detalles externos como el color de ojos, cabello, cejas o textura de la piel.
En el caso de los adultos varones, se usaron promedios anatómicos actuales de hombres colombianos para definir el grosor de los tejidos. Para el niño y la mujer, sin bases científicas equivalentes, se aplicaron estimaciones morfológicas basadas en las proporciones de los huesos.
Los resultados son impactantes: rostros serenos, sin emociones forzadas, que reflejan la humanidad de sus protagonistas sin caer en dramatismos. Son reconstrucciones, no retratos, pero están hechas con tal precisión y respeto, que uno puede imaginar a esas personas caminando por las laderas del altiplano siglos atrás.
Máscaras rituales con técnica y simbolismo
Las máscaras en sí mismas son obras de arte funerario. Fabricadas con materiales orgánicos y moldeadas con precisión sobre la cara del difunto, cumplen una función más compleja que la simple cobertura o adorno.
El hecho de que se integren completamente con el rostro —cubriendo cejas, nariz, boca y mandíbula— sugiere una concepción del cuerpo momificado como algo más que restos: era una figura activa en la vida ritual de la comunidad, quizás incluso venerada.
Algunas de estas máscaras conservan decoraciones, como cuentas alrededor de los ojos. Y aunque todas están hoy fragmentadas por el tiempo o el saqueo, muestran una elaboración cuidadosa que revela el nivel técnico y simbólico alcanzado por estas culturas prehispánicas de la cordillera oriental.
Este tipo de hallazgo permite ampliar lo que se sabe sobre las prácticas mortuorias en Colombia antes de la llegada de los europeos. Mientras en otras zonas de los Andes la momificación era parte de una cosmovisión extendida, en Colombia los registros eran escasos. Hasta ahora.
Una ventana abierta al pasado andino
Los rostros fueron revelados por primera vez en el Congreso Mundial de Estudios sobre Momias, celebrado este verano en Cuzco. Las reacciones no tardaron: sorpresa, emoción, y sobre todo, una sensación de cercanía.
Porque cuando uno mira esas caras, no ve estatuas ni fósiles. Ve a personas. Y aunque no sepamos sus nombres, ni los detalles de sus vidas, sabemos que vivieron, que murieron, y que sus comunidades los despidieron con un ritual tan preciso como conmovedor.
El trabajo de desenmascarar sus rostros no solo devuelve imágenes. Devuelve memoria. Y confirma, una vez más, que la arqueología del futuro no solo escarba en el suelo, sino también en los píxeles.