En el corazón rocoso de Cerdeña, un descubrimiento reciente ha devuelto a la vida un capítulo olvidado de la prehistoria mediterránea. Tres pequeñas estructuras excavadas en la roca, conocidas como domus de janas o “casas de las hadas”, han salido a la luz tras permanecer inadvertidas durante milenios. Aunque el nombre evoca leyendas de seres diminutos y telar de oro, la realidad es aún más fascinante: se trata de complejas tumbas talladas hace más de cinco milenios, auténticas obras maestras de arquitectura ritual subterránea.
El hallazgo se produjo en la necrópolis de Sant’Andrea Priu, un extenso complejo funerario que ha sido investigado durante casi dos siglos, pero que todavía guarda rincones inexplorados. Los arqueólogos, al estudiar un tramo del terreno entre dos tumbas ya conocidas, detectaron indicios de una estructura oculta bajo la roca. La excavación confirmó las sospechas: aparecieron tres nuevas tumbas, identificadas como XVIII, XIX y XX, cada una con un diseño y decoración únicos.
Tumbas diminutas y cámaras laberínticas conviven en este trío singular. Una presenta un acceso en forma de pasillo que conduce a varias estancias, con un hogar central representado mediante círculos concéntricos y restos de herramientas y adornos. Otra, más pequeña, alberga vasijas en miniatura. La tercera, la más compleja, conserva pintura en sus paredes y un ajuar de más de treinta objetos de época romana, lo que revela que, miles de años después de su construcción, estos espacios continuaban siendo reutilizados.
Arquitectura para cruzar al otro lado
Más allá de la belleza de las piezas halladas, la verdadera importancia de estas tumbas radica en su diseño. Un estudio académico dirigido por Guillaume Robin, publicado en 2016 en Cambridge Archaeological Journal, analizó minuciosamente más de 250 domus de janas decoradas en la isla. Su investigación revela que no eran simples lugares de enterramiento, sino escenarios cuidadosamente planificados para rituales de tránsito hacia el más allá.
Estas construcciones combinan varios espacios encadenados —un pasillo de acceso (dromos), una antecámara y una cámara principal— dispuestos a lo largo de un eje central que guía el recorrido hasta el muro del fondo, donde a menudo se representa una “puerta falsa”. Este elemento, tallado o pintado, no llevaba a ninguna parte física, pero actuaba como umbral simbólico hacia el mundo de los muertos.
La disposición no es casual: las decoraciones, desde las representaciones de cuernos de buey (bucrania) hasta motivos geométricos y colores como el rojo o el negro, estaban estratégicamente colocadas para marcar puntos clave del recorrido. Algunas entradas a la cámara principal, por ejemplo, aparecen enmarcadas por grandes cuernos tallados, lo que sugiere que atravesarlas era un momento culminante del ritual.
Símbolos que hablan de dioses y ancestros
Los motivos más comunes son los bucrania, cabezas de toro estilizadas que, según la interpretación dominante, evocaban la fuerza protectora de una divinidad masculina vinculada a la fertilidad y a la protección de los difuntos. En algunos casos, se colocaban enfrentados a ambos lados de un pasillo o sobre pilares en el interior de la cámara, como si formaran una puerta invisible por la que debía pasar el participante en la ceremonia.
Otros símbolos, como zigzags, triángulos o espirales, se asocian a límites y transiciones. No es casual que aparezcan en los marcos de las puertas o en los techos, marcando el paso entre el mundo de los vivos y el de los muertos. El uso del color, especialmente el rojo, refuerza esta idea: además de su posible significado simbólico relacionado con la vida y la sangre, su efecto visual atrae la atención y advierte de la importancia del umbral que se está cruzando.
Este lenguaje visual, repetido en cientos de tumbas a lo largo y ancho de Cerdeña, sugiere que existía un sistema ritual estandarizado, transmitido durante generaciones y adaptado a las necesidades de cada comunidad.
Un viaje gradual hacia lo profundo
Las investigaciones muestran que el recorrido desde el exterior hasta el fondo de la tumba no era solo físico, sino también ceremonial. Cada tramo implicaba un cambio en el estatus del visitante: la antecámara pudo servir para ritos preparatorios o reuniones limitadas, mientras que la cámara principal se destinaba a acciones más íntimas, probablemente relacionadas con la manipulación de restos humanos o la deposición final en pequeñas celdas laterales.
En muchos casos, estas celdas carecen de decoración, lo que sugiere un uso más funcional como receptáculo final, en contraste con la fuerte carga simbólica del eje central de la tumba. Así, el espacio se organizaba en función del papel que cada área desempeñaba dentro de un proceso más amplio de despedida y transformación.
El hallazgo de las tumbas XVIII, XIX y XX encaja perfectamente en este patrón, pero también aporta matices: la reutilización en época romana muestra que, incluso en contextos culturales diferentes, estas estructuras mantenían un valor especial. Quizá el aura sagrada del lugar, reforzada por siglos de uso y memoria colectiva, fue suficiente para que nuevas comunidades las incorporaran a sus propios rituales.
Entre mito y arqueología
La denominación de “casas de las hadas” proviene de la tradición popular sarda, que imaginaba a estos seres diminutos tejiendo en telares de oro y cuidando del sueño de los niños. Aunque la arqueología ha revelado que eran tumbas comunitarias, el vínculo con lo sobrenatural no deja de ser significativo: para las comunidades que las construyeron, estos espacios eran portales hacia otra dimensión, poblada por ancestros y fuerzas protectoras.
Hoy, las tres nuevas domus de janas ya pueden visitarse en Sant’Andrea Priu, junto a otras tumbas excavadas que muestran la extraordinaria diversidad de formas y decoraciones desarrolladas entre el Neolítico y la Edad del Bronce. Pasear por sus pasillos y cámaras, con la luz filtrándose sobre las paredes talladas, es asomarse a un mundo donde la muerte no era un final abrupto, sino un tránsito cuidadosamente guiado por símbolos, arquitectura y memoria.