El 6 de octubre de 1973, coincidiendo con el día más sagrado del calendario judío, el Yom Kipur, una coalición de países árabes liderada por Egipto y Siria lanzó un ataque sorpresa contra Israel, con el objetivo de recuperar los territorios perdidos en la Guerra de los Seis Días de 1967. La ofensiva, que contó con el apoyo político y militar de la Unión Soviética, puso en jaque al Estado judío, que se vio superado por la superioridad numérica y la determinación de sus enemigos. La guerra, que duró 19 días, tuvo consecuencias políticas, económicas y sociales tanto a nivel regional como global, y marcó un punto de inflexión en la historia del conflicto árabe-israelí.
El contexto de la guerra
La Guerra de Octubre fue el resultado de una serie de factores que se fueron acumulando desde el final de la Guerra de los Seis Días, en la que Israel derrotó a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania, y se anexionó la península del Sinaí, la Franja de Gaza, los Altos del Golán, Jerusalén Este y Cisjordania. Estos territorios, además de tener un valor estratégico y económico, eran considerados como parte del patrimonio histórico y religioso de los pueblos árabes y musulmanes. Por ello, su pérdida supuso una humillación nacional y una herida en el orgullo árabe.
El presidente egipcio Anwar Sadat, que asumió el poder tras la muerte de Gamal Abdel Nasser en 1970, tenía como prioridad recuperar el Sinaí y restablecer la soberanía egipcia sobre el Canal de Suez, que era vital para su economía. Sadat intentó negociar con Israel una retirada parcial o total del territorio ocupado, pero se encontró con la negativa del gobierno israelí, encabezado por la primera ministra Golda Meir. Israel se sentía seguro de su superioridad militar y diplomática, respaldado por Estados Unidos y confiado en su capacidad disuasoria frente a cualquier amenaza árabe.
Sadat se dio cuenta entonces de que la única forma de forzar a Israel a negociar era mediante la acción militar. Para ello, buscó el apoyo de Siria, cuyo presidente Hafez al Asad también quería recuperar los Altos del Golán. Ambos líderes acordaron coordinar un ataque simultáneo por dos frentes: el Sinaí y el Golán. Además, contaron con la ayuda de otros países árabes, como Irak, Jordania, Arabia Saudita o Argelia, que enviaron tropas o recursos a Egipto y Siria. También recibieron el respaldo político y material de la Unión Soviética, que les suministró armas modernas y sofisticadas.
El plan egipcio-sirio consistía en aprovechar el factor sorpresa y romper las líneas defensivas israelíes en ambos frentes. En el Sinaí, los egipcios pretendían cruzar el Canal de Suez y establecer una cabeza de puente en la orilla oriental. En el Golán, los sirios querían avanzar hacia las alturas dominantes y amenazar las poblaciones israelíes del norte. El objetivo no era conquistar todo el territorio ocupado por Israel, sino infligirle suficientes bajas y daños para obligarlo a aceptar un alto el fuego auspiciado por las Naciones Unidas y abrir así un proceso diplomático.
El desarrollo de la guerra
La guerra comenzó a las 14:00 horas (hora local) del 6 de octubre de 1973, cuando unos 200 aviones egipcios bombardearon las posiciones israelíes a lo largo del Canal de Suez. Al mismo tiempo, unos 80.000 soldados egipcios cruzaron el canal en botes inflables o puentes improvisados. Los israelíes, que solo contaban con unos 450 soldados y 290 tanques en la llamada Línea Bar Lev, una cadena de fortificaciones construida tras la Guerra de los Seis Días, no pudieron resistir el embate egipcio. En pocas horas, los egipcios habían establecido una franja de unos 15 kilómetros de profundidad en la orilla oriental del canal.
A las 14:55 horas, los sirios iniciaron su ataque en el Golán, con unos 1.400 tanques y 1.000 piezas de artillería. Los israelíes, que solo disponían de unos 170 tanques y 60 piezas de artillería en la zona, se vieron desbordados por la ofensiva siria. Los sirios lograron penetrar en las defensas israelíes y avanzar hacia el interior del Golán, llegando a estar a solo 10 kilómetros de la ciudad de Katzrin.
La reacción israelí no se hizo esperar. El mismo día 6, Israel movilizó a sus reservistas y envió refuerzos a ambos frentes. En el Sinaí, el general Ariel Sharon, al mando de la división 143, ideó un plan audaz para rodear al ejército egipcio y cruzar el canal por el sur, amenazando la retaguardia egipcia y la ciudad de Suez. El plan se puso en marcha el 15 de octubre, tras varios días de intensos combates en los que los israelíes lograron abrir una brecha en las líneas egipcias. El 16 de octubre, una fuerza israelí compuesta por unos 600 soldados y 200 tanques cruzó el canal y estableció una cabeza de puente en la orilla occidental. El avance israelí provocó el pánico entre los egipcios, que se vieron atrapados entre dos fuegos.
En el Golán, los israelíes consiguieron frenar el avance sirio gracias a la heroica resistencia de algunas unidades, como la brigada blindada del coronel Avigdor Kahalani, que detuvo a una columna de 150 tanques sirios en el valle de las Lágrimas. A partir del 9 de octubre, los israelíes pasaron a la ofensiva y recuperaron el terreno perdido. El 11 de octubre, entraron en territorio sirio y se dirigieron hacia Damasco. Los sirios se vieron obligados a retirarse y a pedir ayuda a sus aliados árabes.
La intervención internacional
La guerra no solo afectó a los países directamente implicados, sino que tuvo repercusiones a nivel internacional. Por un lado, la guerra provocó una crisis energética mundial, al desencadenar un embargo petrolero por parte de los países árabes productores de petróleo contra los países que apoyaban a Israel, especialmente Estados Unidos y sus aliados europeos. El precio del petróleo se cuadruplicó en pocos meses, lo que causó una recesión económica y social en Occidente.
Por otro lado, la guerra aumentó la tensión entre las dos superpotencias de la Guerra Fría: Estados Unidos y la Unión Soviética. Estados Unidos apoyó decididamente a Israel, enviándole armas y suministros para reponer sus pérdidas. La Unión Soviética hizo lo mismo con Egipto y Siria, e incluso amenazó con intervenir directamente si Israel no cesaba su ofensiva. El 24 de octubre, el presidente estadounidense Richard Nixon ordenó poner en alerta máxima a las fuerzas nucleares estadounidenses, ante el temor de una escalada bélica.
El fin de la guerra
La guerra terminó el 25 de octubre de 1973, cuando se impuso un alto el fuego negociado por las Naciones Unidas, con la mediación del secretario general Kurt Waldheim. El alto el fuego fue aceptado por ambas partes, aunque hubo algunos incidentes esporádicos hasta que se establecieron las líneas de separación entre los ejércitos. La guerra dejó un saldo de unos 18.000 muertos (8.000 egipcios, 6.000 israelíes, 3.500 sirios y 500 iraquíes) y unos 35.000 heridos.
El balance de la guerra fue ambiguo para ambos bandos. Por un lado, Egipto y Siria lograron romper el mito de la invencibilidad israelí y recuperar parte de su prestigio y dignidad nacional. Además, abrieron la puerta a un proceso diplomático que les permitiría recuperar sus territorios ocupados. Por otro lado, Israel demostró su capacidad de resistencia y recuperación frente a una situación adversa y mantuvo su control sobre los territorios disputados. Además, fortaleció su alianza con Estados Unidos y debilitó la influencia soviética en la región.
La guerra tuvo consecuencias políticas importantes para los líderes implicados. En Israel, la primera ministra Golda Meir dimitió en abril de 1974, asumiendo la responsabilidad por las deficiencias militares y de inteligencia que llevaron al ataque sorpresa árabe. En Egipto, el presidente Anwar Sadat inició una política de acercamiento a Estados Unidos y a Israel, que culminaría con los acuerdos de paz de Camp David de 1978 y el tratado de paz egipcio-israelí de 1979. En Siria, el presidente Hafez al Asad mantuvo su poder y su hostilidad hacia Israel, rechazando cualquier negociación.
La guerra también tuvo un impacto social y cultural en la región. Generó un sentimiento de solidaridad entre los pueblos árabes y musulmanes, que se identificaron con la causa palestina y con la resistencia frente a Israel. Además, impulsó el surgimiento de movimientos islamistas radicales, que criticaban el fracaso de los regímenes árabes seculares y proponían una alternativa basada en la religión y la violencia.