Robert F. Kennedy Jr. proclama el ‘fin’ del timerosal en vacunas… que ya no lo llevaban: un movimiento para ganar titulares y avivar temores

El anuncio viral de RFK Jr. revive el miedo al mercurio en vacunas, pero este conservante llevaba más de 20 años retirado de la inmunización infantil y la evidencia científica confirma que nunca supuso un riesgo para la salud. Su retirada responde más a la política que a la evidencia científica.
Robert F. Kennedy Jr. Robert F. Kennedy Jr.
Robert F. Kennedy Jr. reaviva el debate sobre el timerosal, un conservante eliminado de las vacunas infantiles hace más de 20 años, en medio de nuevos temores infundados sobre su seguridad. Foto: Istock/Christian Pérez

Robert F. Kennedy Jr. apareció recientemente en un video difundido en su cuenta de X como Secretario de Salud de Estados Unidos (antes Twitter) con un mensaje que parecía cerrar un capítulo histórico. Declaró con orgullo que, tras más de dos décadas de intentos, había logrado eliminar el timerosal (o tiomersal) de todas las vacunas en Estados Unidos, calificando esta decisión como una victoria para la salud pública y una medida para proteger a los más vulnerables. En su discurso, Kennedy retrató al timerosal —un conservante que contiene etilmercurio y que se ha utilizado durante décadas en algunas vacunas multidosis— como una amenaza neurotóxica que nunca debió llegar a las inyecciones infantiles. Su intervención, grabada con la solemnidad de un anuncio gubernamental, fue recibida con entusiasmo en ciertos círculos, pero también con alarma entre la comunidad científica y las autoridades de salud pública, que ven en esta narrativa el regreso de viejos fantasmas.

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El video no solo celebraba la supuesta “derrota” del timerosal, sino que reavivaba un debate que la ciencia parecía haber resuelto hace ya años. En sus palabras, las agencias regulatorias y la industria farmacéutica habrían ignorado durante décadas evidencias de toxicidad, manteniendo la exposición a una sustancia peligrosa para bebés y embarazadas. Su relato, cargado de referencias a estudios y advertencias históricas, parece diseñado para reforzar una idea que lleva más de veinte años circulando en el imaginario antivacunas: que el mercurio en las vacunas es el enemigo oculto detrás de problemas neurológicos o de condiciones como el autismo.

Sin embargo, la historia real del timerosal es mucho más compleja y revela cómo la percepción del riesgo, la política y la desinformación han tejido una narrativa que dista de la evidencia científica disponible. Para entender por qué el discurso de Kennedy resuena en ciertos sectores y preocupa tanto a los expertos, es necesario regresar a los orígenes de esta controversia.

El conservante que se convirtió en villano

El timerosal no es un ingrediente nuevo ni secreto. Se introdujo en la década de 1930 como un conservante que permitía mantener la seguridad de las vacunas multidosis, evitando que bacterias o hongos contaminaran los viales una vez abiertos. Su principio activo, el etilmercurio, es un compuesto orgánico de mercurio que el cuerpo elimina rápidamente a través de la orina y las heces. Su perfil toxicológico es muy diferente al del metilmercurio, el tipo presente en ciertos pescados grandes que puede acumularse en el organismo y dañar el desarrollo neurológico. Esta distinción, sin embargo, se perdió en el ruido mediático de los años noventa.

La controversia comenzó a finales de esa década, cuando la ley de Modernización de la FDA de 1997 obligó a evaluar el contenido total de mercurio en los productos médicos. Paralelamente, el debate sobre el autismo estaba en auge, con un aumento de diagnósticos que, para muchos, requería una explicación urgente. En 1998, el médico británico Andrew Wakefield publicó en The Lancet un estudio ya desacreditado que vinculaba la vacuna triple vírica (MMR) con el autismo. Aunque esa vacuna nunca tuvo timerosal, la coincidencia temporal con los debates sobre el mercurio sembró la semilla de una asociación peligrosa: vacunas y autismo.

Movimientos críticos con la vacunación tomaron esa conexión difusa y la amplificaron. El hecho de que el timerosal fuera un derivado del mercurio bastó para convertirlo en un enemigo público, incluso cuando las evidencias toxicológicas no respaldaban esa alarma. Por precaución y para reducir la percepción de riesgo, la Academia Americana de Pediatría (AAP) y el Servicio Público de Salud de EE. UU. recomendaron en 1999 que se eliminara de las vacunas infantiles; aunque la propia AAP ha recordado que “varios estudios científicos rigurosos han demostrado que no existe vínculo entre el timerosal y trastornos del desarrollo neurológico, incluido el autismo”. Sea como fuere, para 2001, las formulaciones pediátricas ya eran prácticamente libres de timerosal. Paradójicamente, esa decisión —tomada por precaución— fue interpretada como una confirmación de peligro, alimentando el mito de que se había “ocultado” un riesgo real.

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Qué dice la ciencia sobre el timerosal

En las décadas siguientes, la ciencia se encargó de poner a prueba la hipótesis de que el timerosal era responsable de daños neurológicos en niños. Los estudios fueron abundantes y consistentes. Investigaciones en Dinamarca y Suecia, donde el conservante se retiró de las vacunas infantiles en 1992, mostraron que las tasas de autismo siguieron aumentando tras su eliminación. Un análisis danés que incluyó a más de 460.000 niños tampoco encontró diferencias en la incidencia de autismo entre quienes recibieron vacunas con y sin timerosal.

Revisiones sistemáticas y estudios de gran escala han reforzado esta conclusión. Una de las más citadas, publicada por Cochrane, evaluó datos de más de 23 millones de niños y no halló ninguna evidencia de que las vacunas —con o sin timerosal— estén relacionadas con el autismo. Otros trabajos, como los liderados por Thomas Verstraeten y publicados en Pediatrics, analizaron cohortes de más de 140.000 menores y tampoco encontraron efectos adversos en el desarrollo neurológico. Más recientemente, un estudio de seguimiento de 1,2 millones de niños publicado en Annals of Internal Medicine descartó que componentes como el aluminio o el propio timerosal estén implicados en autismo, asma, TDAH o enfermedades autoinmunes.

La Organización Mundial de la Salud, la FDA y el CDC han reiterado que el timerosal no representa un riesgo para la salud humana. Es más, el propio Centro de Control de las Enfermedades y Prevencion de los Estados Unidos es claro: «El timerosal contiene etilmercurio, que se elimina del cuerpo humano más rápidamente que el metilmercurio y, por lo tanto, es menos probable que cause daño.»

La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) también ha revisado la seguridad del timerosal y sus conclusiones son contundentes. Según sus evaluaciones, no existe ninguna relación entre las vacunas con este conservante y trastornos del neurodesarrollo como el autismo, y los beneficios de la inmunización superan con creces cualquier riesgo hipotético. Aunque en su evaluación promovió reducir su uso por razones medioambientales, la agencia enfatizó que cuando se necesita en viales multidosis, su utilización sigue siendo segura y eficaz.

Por tanto, la eliminación de este compuesto en gran parte de las vacunas ha sido una decisión política y social, más que una exigencia toxicológica.

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El video de Kennedy y el nuevo capítulo de la controversia

Aun así, el video de Robert F. Kennedy Jr. ha logrado reactivar el debate. En él, el ahora secretario de Salud presenta la eliminación del timerosal como una victoria largamente esperada. Su discurso cita estudios, menciona advertencias históricas y plantea la narrativa de que, durante veinte años, los reguladores habrían ignorado una amenaza conocida. Incluso llega a describir al timerosal como un neurotóxico que nunca debió ser inyectado en embarazadas ni bebés, pese a la ausencia de evidencia clínica que respalde esa afirmación.

Su intervención se da en un contexto peculiar. Kennedy reorganizó el Comité Asesor de Vacunación de los CDC (ACIP), reemplazando a sus 17 miembros tradicionales por un grupo reducido de asesores con antecedentes de escepticismo hacia las vacunas. Este nuevo comité recomendó eliminar cualquier uso de timerosal en la vacuna antigripal, incluso cuando el 96% de las dosis distribuidas ya eran libres de este conservante. Para expertos en salud pública como el Dr. Jason Goldman, citado por Factico, la decisión parece más política que científica, y plantea riesgos reales: alimentar la desconfianza hacia las vacunas y dificultar el acceso en clínicas rurales que dependen de viales multidosis.

En los últimos años, la gripe ha demostrado ser más que un simple mal estacional, causando miles de hospitalizaciones y muertes cada temporada. Los viales multidosis con timerosal han permitido campañas de vacunación masivas y económicas. Forzar el uso exclusivo de dosis individuales puede incrementar costos, reducir disponibilidad en entornos con menos recursos y, paradójicamente, disminuir la cobertura de vacunación, generando un riesgo mayor que el supuesto peligro que se busca evitar.

Cómo se perpetúan los mitos

El caso del timerosal ilustra cómo la desinformación persiste incluso ante montañas de evidencia científica. Factico ha documentado cómo figuras públicas como Kennedy han utilizado narrativas de encubrimiento y referencias a estudios inexistentes o malinterpretados para reforzar el miedo. Un ejemplo reciente fue la cita de un supuesto estudio titulado “Low-level neonatal thimerosal exposure: Long-term consequences in the brain”, que nunca se publicó. El investigador al que se atribuía, Robert Berman, desmintió su existencia y aclaró que sus estudios reales no encontraron efectos neurotóxicos relevantes.

La fuerza de estas narrativas radica en que conectan con emociones profundas: la protección de los niños, la desconfianza hacia la industria farmacéutica y el deseo de encontrar explicaciones claras para condiciones complejas como el autismo. Sin embargo, los datos epidemiológicos muestran una realidad incómoda para quienes sostienen estas teorías. La prevalencia del autismo ha seguido creciendo pese a la eliminación del timerosal en vacunas infantiles desde hace más de veinte años. Los estudios genéticos y neurobiológicos publicados en Nature y otras revistas apuntan a un origen prenatal con fuerte componente genético, alejando cada vez más la idea de una causa ambiental como las vacunas.

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Riesgos reales de decisiones políticas

Aunque la eliminación total del timerosal en Estados Unidos no representa un riesgo toxicológico —puesto que la gran mayoría de dosis ya eran libres de este compuesto—, la forma en que se ha comunicado la medida puede tener efectos adversos. Cada anuncio que sugiere que un ingrediente fue retirado por ser “peligroso” refuerza la percepción de que las vacunas esconden amenazas ocultas. En un contexto global donde la confianza en la ciencia enfrenta desafíos crecientes, decisiones tomadas por motivos políticos pueden abrir la puerta a nuevas olas de desinformación.

Expertos en vacunología advierten que la reducción de opciones logísticas, como los viales multidosis, podría afectar campañas de vacunación en regiones rurales o países en desarrollo. La Organización Mundial de la Salud sigue recomendando el uso de timerosal en ciertos entornos donde los recursos limitados hacen inviable depender exclusivamente de dosis individuales. La verdadera amenaza para la salud pública no es el conservante, sino la erosión de la confianza y la caída en las coberturas vacunales.

La cruzada de Robert F. Kennedy Jr. contra el timerosal no solo tiene un componente político y emocional, sino también económico. Durante años, el ahora secretario de Salud ha utilizado su organización Children’s Health Defense, emblema del movimiento antivacunas, para sostener su narrativa de miedo en torno a las vacunas. Aunque en público insistió en que su labor era “altruista”, documentos oficiales revelan que ingresó más de 2,2 millones de dólares entre 2017 y 2023 procedentes de su propia organización. Según su declaración corregida ante la Oficina de Ética Gubernamental de EE. UU., solo en 2022 y 2023 ganó más de 1,16 millones de dólares, un dato que pone en evidencia que su campaña contra el timerosal y las vacunas también le ha generado un importante rédito personal.

En lo que a Children’s Health Defense se refiere, hay que mencionar que según una investigación publicada por el proyecto EDMO Belux, la organización lleva años intentando expandir su influencia en Europa, creando una estructura legal en Bélgica, organizando eventos en Bruselas y estableciendo vínculos con eurodiputados sin estar inscrita en el registro de transparencia de la UE.

Una lección de historia sanitaria

El episodio del timerosal es un recordatorio de cómo los mitos pueden sobrevivir a la evidencia y cómo la percepción pública puede condicionar decisiones de salud. La retirada inicial del conservante en 2001 fue una medida de precaución que buscaba tranquilizar a la población, no una admisión de riesgo (de hecho, el Comité Consultivo Mundial sobre Seguridad de las Vacunas determinó que no existen razones para retirar aquellas vacunas que contienen timerosal). Dos décadas después, ese gesto se ha transformado en la base de una narrativa que sigue alimentando dudas y titulares alarmistas.

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La ciencia ha sido consistente: el timerosal no causa autismo ni otros daños neurológicos en las dosis utilizadas en vacunas. Su eliminación completa en Estados Unidos es, en gran medida, simbólica. El verdadero desafío ahora es que la ciudadanía comprenda que esta medida no implica un reconocimiento de peligro oculto, sino la culminación de una historia donde la percepción pública ha pesado tanto como la evidencia.

Mientras figuras como Kennedy celebran una “victoria” que la ciencia no respalda, los profesionales de la salud miran con preocupación el efecto que estos mensajes puedan tener en la próxima temporada de gripe. Porque, al final, el riesgo más tangible no proviene de un conservante que la evidencia ha absuelto, sino de la desconfianza que puede llevar a miles de personas a no vacunarse.

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