Durante décadas, el debate sobre la seguridad de las vacunas ha generado intensas discusiones entre expertos, responsables políticos y una parte cada vez más activa de la opinión pública. En el centro de esta nueva controversia se encuentra un estudio danés de gran envergadura publicado en julio de 2025 que examinó los posibles efectos del aluminio presente en las vacunas infantiles. El hallazgo, sobre el que ya hablamos en este artículo, fue rotundo: no se encontraron pruebas que relacionen estos componentes con un mayor riesgo de enfermedades autoinmunes, alérgicas o del desarrollo neurológico en niños. Sin embargo, la reacción del actual secretario de Salud de Estados Unidos, Robert F. Kennedy Jr., ha sido igualmente tajante: exige su retirada inmediata.
La respuesta de la comunidad científica, no obstante, ha sido firme. El editor jefe de la influyente revista médica Annals of Internal Medicine, donde se publicó el estudio, ha confirmado que no hay razones que justifiquen una retractación. Las acusaciones del secretario han sido calificadas como infundadas y motivadas políticamente, en un momento en el que el debate sobre la vacunación vuelve a tensarse.
El estudio, dirigido por Anders Hviid, investigador jefe del Statens Serum Institut en Dinamarca, analizó los datos de salud de más de 1,2 millones de niños daneses durante más de 20 años. Su objetivo era evaluar si la exposición al aluminio —un adyuvante común en varias vacunas— podría estar relacionada con enfermedades crónicas. Los resultados fueron concluyentes: no se observaron aumentos de riesgo atribuibles al aluminio.
La polémica surgió cuando Kennedy calificó el estudio de “maniobra propagandística cuidadosamente diseñada por la industria farmacéutica” y acusó a sus autores de evitar deliberadamente encontrar efectos negativos. En una columna publicada el 1 de agosto en un sitio independiente de investigación clínica (pero conocido por difundir desinformación científica y sanitaria), arremetió contra la metodología, los criterios de inclusión y la falta de acceso a los datos crudos.
La revista, sin embargo, no ha tardado en respaldar a sus autores. Según su editora, no hay pruebas de que se haya cometido ningún tipo de mala praxis científica. La crítica de Kennedy, además, no fue presentada como una réplica formal a la revista, sino como un artículo de opinión publicado externamente. A pesar de ello, la Annals of Internal Medicine ha confirmado que responderá a los comentarios y críticas publicadas en su propia plataforma, pero no directamente a Kennedy.
Anders Hviid, autor principal del estudio, respondió públicamente en el mismo portal donde se publicó la crítica. Aunque reconoció que el tema de la seguridad de las vacunas genera debates encendidos, rechazó cualquier insinuación de manipulación deliberada de los datos. Afirmó que es la primera vez que un político de alto nivel lo ataca personalmente, y defendió con convicción la integridad de su trabajo.
Este nuevo episodio cobra mayor relevancia al enmarcarse en una polémica previa: un estudio publicado en 2023 por investigadores estadounidenses, incluido Matthew Daley, del Instituto de Investigación de Kaiser Permanente Colorado, encontró una asociación entre la exposición acumulada al aluminio en vacunas antes de los dos años de edad y un mayor riesgo de desarrollar asma persistente entre los dos y cinco años. Aunque los propios autores matizaron que la relación era modesta y que se requerían más estudios, el hallazgo ha sido ampliamente citado por los sectores que cuestionan la seguridad vacunal.
Kennedy utiliza ese estudio como referencia para argumentar que sí existen pruebas de daño potencial. Sin embargo, la comparación entre ambos trabajos revela diferencias significativas: el estudio estadounidense, aunque robusto, se centró en una única condición —el asma persistente— y reconoció posibles factores de confusión. Por el contrario, el análisis danés abarca múltiples tipos de trastornos y una cohorte mucho más amplia, con datos nacionales centralizados y seguimiento a largo plazo.
Una de las críticas más señaladas por Kennedy es la supuesta ausencia de un grupo de control, es decir, de niños no vacunados. Pero como explicó Hviid, esa opción era inviable en Dinamarca, donde más del 98% de los niños están vacunados. Ese nivel de cobertura hace imposible establecer comparaciones estadísticas significativas con una población no inmunizada.
Otra objeción fue que no se publicaron los datos individuales. Esta crítica, sin embargo, choca con la legislación danesa sobre privacidad, que prohíbe divulgar datos a nivel individual. Aun así, los investigadores han dejado abierta la posibilidad de que otros científicos analicen los datos bajo los protocolos legales del país.
La postura de Kennedy también ha sido cuestionada por expertos independientes. El pediatra británico Adam Finn, especialista en inmunización infantil y profesor en la Universidad de Bristol, aseguró que se trata del estudio más sólido disponible hasta la fecha sobre este tema. Valoró especialmente el tamaño de la muestra y la calidad de los datos recogidos a lo largo de más de dos décadas.
Desde la propia revista también se reconoce que el estudio, como cualquier otro, tiene limitaciones. Sin embargo, insisten en que dichas limitaciones no invalidan sus conclusiones. La falta de un control “perfecto” o la exclusión de ciertos subgrupos no representan, por sí solas, motivos suficientes para rechazar la validez de la investigación.
Por su parte, la organización que Kennedy lideró antes de asumir el cargo, Children’s Health Defense, también ha cuestionado el estudio desde su publicación. Pero incluso desde el mismo portal donde se difundió su artículo crítico, algunos analistas reconocieron la transparencia de los datos y la solidez del diseño, a pesar de las limitaciones mencionadas.
La controversia se produce en un momento crítico para la política de salud pública en Estados Unidos. Desde que asumió el cargo, Kennedy ha desafiado el consenso científico sobre la vacunación, modificando el proceso mediante el cual el gobierno federal recomienda vacunas infantiles. Además, según varios medios, estaría considerando una revisión general de todas las vacunas que contienen aluminio, con el argumento de que podrían estar relacionadas con enfermedades autoinmunes.
El enfrentamiento entre un alto cargo político y una de las publicaciones médicas más prestigiosas del mundo plantea interrogantes sobre la relación entre ciencia y poder. La exigencia de retirar un estudio revisado por pares y realizado con fondos públicos daneses representa un choque frontal con los estándares de revisión científica, donde las críticas deben seguir canales formales y sustentarse en evidencias rigurosas.
La diferencia clave entre el estudio estadounidense de 2023 y el danés de 2025 no es sólo geográfica. Mientras que el primero identificó una correlación entre aluminio vacunal y asma persistente en una cohorte de más de 300.000 niños, el segundo extendió su análisis a más de 1,2 millones y evaluó múltiples tipos de trastornos. El contexto regulatorio también influye: en Estados Unidos, las tasas de vacunación y los calendarios pueden variar entre estados, mientras que en Dinamarca existe un programa nacional unificado, lo que mejora la calidad del análisis estadístico.
Aun así, es importante destacar que ambos estudios coinciden en un punto esencial: la necesidad de seguir investigando. Ninguno de los dos niega la posibilidad de efectos secundarios en un pequeño porcentaje de la población, pero insisten en que los beneficios de la vacunación superan ampliamente los riesgos. De hecho, los autores del estudio de 2023 pidieron expresamente que no se interpretara su hallazgo como una prueba definitiva de causalidad, sino como una señal para seguir explorando.
En ese sentido, lo que parece más preocupante no es la existencia de debate científico —algo inherente al progreso del conocimiento— sino la politización del mismo. Cuando una figura pública con poder institucional denuncia sin pruebas a investigadores independientes y exige la retirada de estudios, se pone en riesgo la credibilidad del sistema científico y la salud pública en general.
La ciencia no avanza a golpe de titulares ni de columnas incendiarias. Su fortaleza reside en la transparencia, la revisión por pares y la capacidad de autocorrección. Si hay errores metodológicos en un estudio, existen mecanismos establecidos para señalarlos, revisarlos y, en caso necesario, corregirlos. Pero desacreditar investigaciones enteras por no ajustarse a una agenda política socava la base misma de la medicina basada en evidencias.
Kennedy ha dicho en varias ocasiones que su prioridad es proteger la salud de los niños. Pero para ello, es indispensable confiar en estudios bien diseñados, realizados por equipos independientes y evaluados por expertos del más alto nivel. Si la ciencia se convierte en rehén del debate ideológico, los perjudicados serán precisamente aquellos que más necesitan protección: los más pequeños.