Durante décadas, los científicos han intentado desentrañar el misterio de cuándo y cómo surgió la vida animal en nuestro planeta. Ahora, un nuevo estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences ha arrojado una pista sorprendente y reveladora: ciertas esponjas marinas, muy parecidas a las que aún habitan los océanos actuales, podrían haber sido los primeros animales en existir sobre la Tierra, hace al menos 541 millones de años.
Este descubrimiento no se basa en fósiles visibles al ojo humano, sino en lo que los investigadores llaman «fósiles químicos»: restos moleculares de antiguas formas de vida conservados en rocas milenarias. Estas moléculas, llamadas esteranos, son derivados estables de los esteroles, un tipo de lípido que forma parte esencial de las membranas celulares de organismos complejos. En este caso, se ha detectado un tipo de esterano de 30 y 31 carbonos que, según el equipo, solo podría proceder de un grupo específico de esponjas marinas conocidas como demospongias.
Y aunque el hallazgo en sí ya resulta impactante, lo verdaderamente extraordinario es lo que representa: una ventana química al pasado más remoto de los animales. Hasta ahora, las pruebas más sólidas de vida animal databan de tiempos cercanos a la explosión cámbrica, ese periodo hace unos 540 millones de años en el que la vida animal floreció de forma vertiginosa. Pero si estas esponjas ya estaban presentes antes de esa etapa, podría significar que la historia de los animales comenzó mucho antes de lo que pensábamos.
Una señal escondida en las rocas
El estudio se basa en muestras geológicas recogidas en tres regiones muy distintas del planeta: Omán, India y Siberia. Estas zonas contienen formaciones rocosas que se remontan al periodo Ediacárico, justo antes de la explosión cámbrica. En su interior, los científicos hallaron trazas de estas moléculas orgánicas específicas, estrechamente vinculadas a los lípidos que aún producen algunas esponjas marinas modernas.
Pero no se han quedado ahí. Para reforzar su hipótesis, los investigadores replicaron en laboratorio las condiciones necesarias para sintetizar estos compuestos a partir de enzimas presentes en las esponjas actuales. El resultado fue concluyente: los mismos esteranos podían producirse a través de rutas metabólicas propias de estos animales marinos, no de algas ni de procesos geológicos.
Así, al combinar lo que está en las rocas, lo que se encuentra en las esponjas actuales y lo que se puede reproducir químicamente, el estudio ha tejido una red de pruebas coherente y robusta. Todo apunta a que esos fragmentos moleculares encontrados en las entrañas de la Tierra son, efectivamente, los ecos de los primeros animales que vivieron en el planeta.
Esponjas de mar: los pioneros olvidados
A simple vista, las esponjas no parecen animales. No tienen cerebro, ni sistema nervioso, ni corazón. No se mueven, no cazan. Pero a nivel biológico cumplen todos los criterios: están formadas por células animales, se alimentan filtrando partículas del agua, se reproducen sexual y asexualmente, y responden —de forma simple— a su entorno.
En cierto modo, podrían verse como una suerte de «prototipo» del reino animal. No son las formas de vida más espectaculares, pero sí las más resistentes y longevas. De hecho, su simplicidad podría haber sido su mayor ventaja evolutiva. En un mundo marino primitivo, sin predadores, sin competencia y sin grandes cambios ambientales, una esponja era todo lo que se necesitaba para sobrevivir.
Si esta teoría se confirma, estaríamos hablando de animales que vivieron cientos de millones de años antes de los dinosaurios, antes de los insectos, antes de cualquier criatura con esqueleto. En un planeta cubierto por océanos oscuros y profundos, ellas fueron las primeras en colonizar el espacio animal. Y su legado persiste hasta hoy.
Una historia que se reescribe molécula a molécula
Este tipo de investigaciones demuestra cómo los avances tecnológicos en geoquímica están revolucionando nuestra forma de entender el pasado. Donde antes solo se podía trabajar con fósiles visibles —huesos, conchas, huellas—, ahora se puede rastrear la vida a través de firmas moleculares casi invisibles. Y lo que revelan estas moléculas es un mundo mucho más antiguo y complejo de lo que creíamos.
Por supuesto, no faltan las voces escépticas. Desde que se detectaron por primera vez estos compuestos en 2009, ha habido debates sobre su origen. Algunos propusieron que podrían haberse generado por algas o incluso por procesos abióticos. Pero con esta nueva investigación, que va más allá del análisis químico e incluye biología evolutiva y experimentación de laboratorio, las dudas empiezan a despejarse.
Lo fascinante es que, con cada nuevo hallazgo, no solo estamos descubriendo especies o fósiles: estamos reescribiendo la historia de la vida en la Tierra. Una historia donde las protagonistas no son las criaturas más grandes, rápidas o espectaculares, sino unas modestas esponjas marinas que habitaron los mares cuando aún no existía la tierra firme tal como la conocemos.
Y quizás, entre las rocas que pisamos hoy, aún quede mucho por desenterrar. No huesos, ni dientes, sino moléculas. Las huellas invisibles de un pasado que apenas comenzamos a comprender.