

En las próximas décadas, lo que antes se consideraban eventos extremos —inundaciones que solo ocurren una vez cada cien años— podrían convertirse en parte de la rutina anual para millones de personas que viven en la costa noreste de Estados Unidos. Así lo revela un nuevo estudio científico que utiliza una innovadora combinación de modelos climáticos y simulaciones de huracanes para predecir los riesgos de inundación bajo diferentes escenarios de emisiones.
El trabajo, liderado por investigadores de la Universidad de Princeton y publicado en la revista Earth’s Future, alerta de una transformación radical en la frecuencia y magnitud de las inundaciones costeras en estados como Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut y Virginia. Bajo el impacto combinado del aumento del nivel del mar y los cambios en la trayectoria e intensidad de los ciclones tropicales, los investigadores predicen que eventos históricos de inundación —como los registrados durante el huracán Sandy en 2012— podrían repetirse cada año hacia finales de siglo.
Una simulación del futuro más húmedo
Para llegar a estas conclusiones, el equipo científico generó miles de ciclones sintéticos a partir de datos históricos y proyecciones climáticas, alimentando un modelo hidrodinámico avanzado capaz de simular las marejadas ciclónicas con gran precisión. Lo más novedoso de esta metodología es que, por primera vez, se corrige el ángulo de impacto de las tormentas en la costa —un factor clave en la magnitud de las inundaciones— además de su frecuencia e intensidad.
Los resultados son tan impactantes como contundentes. En el escenario de emisiones moderadas, lo que hoy se considera una “inundación de 100 años” podría suceder cada 1 a 5 años en buena parte de la región. Bajo un escenario de emisiones altas, este tipo de eventos se volverían prácticamente anuales. Y no es todo: las llamadas “inundaciones de 500 años” —aún más excepcionales— podrían repetirse cada 1 a 60 años, o incluso cada 1 a 20 años en el peor de los casos.
No es solo el cambio climático: también importa cómo golpean los huracanes
Una de las aportaciones más originales del estudio es el análisis del ángulo de llegada de los ciclones tropicales. Las tormentas que impactan perpendicularmente la costa, aunque poco frecuentes, provocan inundaciones mucho más graves que aquellas que se deslizan paralelas a la línea costera. El huracán Sandy es el ejemplo paradigmático: aunque llegó como una tormenta de categoría baja, su ángulo casi frontal desencadenó una catástrofe sin precedentes en Nueva York y Nueva Jersey.
Este nuevo enfoque permite estimar con mayor precisión los niveles extremos de agua (EWLs, por sus siglas en inglés) en diferentes zonas de la costa. En latitudes más altas —como Connecticut o el área metropolitana de Nueva York— el aumento del nivel del mar es el principal motor del riesgo de inundación. En cambio, en regiones más al sur, como Nueva Jersey y Virginia, el cambio en la climatología de los ciclones también juega un papel significativo.
Lo que antes era impensable, ahora es probable
Estos hallazgos cuestionan profundamente la forma en que las ciudades costeras planifican su infraestructura, construyen defensas frente al mar o diseñan códigos de edificación. Durante décadas, muchas políticas de gestión de riesgos se han basado en el concepto de eventos «centenarios». Pero si esos eventos ahora ocurren cada uno o dos años, ese enfoque queda obsoleto.
De hecho, el estudio pone de relieve que el principal factor de incertidumbre ya no es científico, sino político. La evolución futura de las emisiones de carbono —y con ello del cambio climático— depende de decisiones humanas, no de modelos numéricos. El futuro podría ser radicalmente distinto si se adoptan medidas de mitigación ambiciosas hoy, o mucho más catastrófico si se mantiene el curso actual.
Ante esta realidad, los expertos apuntan que muchas comunidades costeras tendrán que tomar decisiones difíciles. En algunas zonas, elevar diques y reforzar infraestructuras puede ser una solución viable. En otras, simplemente habrá que considerar la retirada planificada, desplazando viviendas, servicios y edificios hacia terrenos más altos y alejados de la costa.
Sin embargo, esta opción choca con barreras económicas, sociales y culturales. ¿Qué ocurre con los barrios históricos, los puertos, las zonas turísticas o las comunidades que viven del mar? ¿Estarán los gobiernos dispuestos a financiar esos traslados? ¿Cómo se gestionará la desigualdad entre quienes pueden permitirse reubicarse y quienes no?
Aunque centrado en la costa noreste de Estados Unidos, el modelo utilizado en el estudio es aplicable a cualquier región del mundo expuesta a ciclones tropicales. Esto incluye áreas vulnerables como el Caribe, el sudeste asiático o partes de América Latina. Gracias a su enfoque físico-probabilístico, que incorpora datos climáticos globales y escenarios futuros, la herramienta podría convertirse en una referencia para diseñar estrategias de adaptación frente a inundaciones costeras en el siglo XXI.
Sin duda alguna, este estudio no solo anticipa un escenario preocupante para millones de personas que viven en la costa noreste de EE.UU., sino que redefine lo que entendemos por riesgo de inundación. El cambio climático no solo sube el nivel del mar: también cambia la naturaleza de las tormentas, la forma en que golpean la tierra y la frecuencia con la que lo hacen.
Lo que antes era extraordinario, ahora es probable. Y lo que era probable, puede volverse cotidiano.