¿Y si nuestros antepasados no bajaron del árbol para caminar? Nueva investigación plantea un giro radical en la evolución humana

Una investigación revolucionaria con chimpancés plantea que nuestros primeros pasos como bípedos no se dieron en la sabana, sino entre hojas, ramas y copas de árboles.
Nueva investigación plantea un giro radical en la evolución humana Nueva investigación plantea un giro radical en la evolución humana

Durante más de un siglo, la imagen del primer ser humano erguido ha sido la misma: una figura simiesca bajando de un árbol para adentrarse, temerosa pero decidida, en una sabana infinita salpicada de depredadores. Esa imagen ha cimentado nuestra idea del origen del bipedalismo. Pero ahora, un estudio reciente llevado a cabo en Tanzania podría dinamitar esa narrativa. ¿Y si nuestros antepasados aprendieron a caminar erguidos no al bajar al suelo, sino precisamente porque se mantenían en los árboles?

En las tierras áridas de Issa Valley, al oeste de Tanzania, vive una comunidad de chimpancés que se enfrenta a un entorno muy distinto al que solemos imaginar como su hábitat típico. Nada de frondosos bosques húmedos. En su lugar: un mosaico de sabana y bosque seco, donde los árboles son escasos, el suelo se calienta bajo el sol africano, y los recursos alimenticios están dispersos. Lo lógico sería pensar que estos chimpancés pasarían más tiempo en tierra firme. Pero lo que descubrieron los científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva fue exactamente lo contrario.

La vida entre las ramas en plena sabana

Lejos de volverse más terrestres, los chimpancés del Valle de Issa parecen haber intensificado su vida entre las ramas. Durante meses, los investigadores observaron más de 300 sesiones de alimentación en árboles, documentando no solo qué comían, sino cómo lo hacían y qué tipo de árboles preferían. Los resultados, publicados en la revista Frontiers in Ecology and Evolution, muestran que los chimpancés pasaban tanto tiempo en los árboles como sus primos que habitan bosques cerrados. Pero no solo eso: además, adoptaban comportamientos llamativos, como moverse de manera suspendida bajo las ramas o caminar erguidos mientras se sujetaban a ramitas laterales.

Estos comportamientos, conocidos como locomoción suspensoria y bipedalismo asistido, son clave en esta historia. Porque no hablamos de chimpancés caminando por el suelo como los humanos, sino de individuos que usaban sus extremidades para mantener el equilibrio mientras se desplazaban sobre las ramas más finas, aquellas en donde se encuentra la fruta más nutritiva o las semillas más difíciles de alcanzar.

Una estrategia de supervivencia… y quizás de evolución

¿Por qué insistir en permanecer en los árboles cuando el entorno parece empujar hacia el suelo? La respuesta está en la comida. En un paisaje donde los alimentos son escasos y esporádicos, cada árbol que ofrece frutos o semillas se convierte en un tesoro. Y no se trata de frutas maduras fáciles de masticar: muchas veces los chimpancés de Issa deben forzar su dieta con frutos duros, semillas encerradas en vainas resistentes o incluso pequeños parásitos vegetales que requieren un largo tiempo para ser recolectados.

Cuanto más difícil es obtener el alimento, más tiempo pasan en el mismo árbol. Y cuanto más se demoran en recolectarlo, más deben desplazarse entre ramas frágiles, adaptando sus movimientos a un entorno inestable. La consecuencia directa es una mayor frecuencia de desplazamientos suspendidos y, sorprendentemente, posturas erguidas que se sostienen gracias al uso simultáneo de las manos. Como si estuvieran entrenando, sin saberlo, el tipo de locomoción que siglos después caracterizaría al ser humano.

Reescribiendo el origen del bipedalismo

La idea de que caminar sobre dos piernas nació como respuesta a la apertura del paisaje, cuando los antiguos homínidos se vieron obligados a cruzar largas distancias entre árboles, ha sido predominante durante décadas. Pero este nuevo estudio plantea un matiz esencial: el bipedalismo pudo haber comenzado dentro del árbol, como una adaptación para moverse por las ramas, antes de ser útil en tierra firme.

Esto no quiere decir que el entorno abierto no jugase un papel. El ecosistema de Issa es precisamente un entorno de transición, parecido a aquellos donde vivieron los primeros homínidos conocidos hace entre 4 y 7 millones de años. Es un paisaje mixto, con parches de bosque denso cerca de los ríos, pero también amplias zonas de bosque seco o sabana. En estos lugares, moverse de árbol en árbol implica riesgo, cálculo energético, y eficiencia. La solución evolutiva podría haber sido invertir más tiempo en un solo árbol con abundante comida, desplazándose por sus ramas delgadas mediante técnicas sofisticadas… como caminar erguido apoyándose en los brazos.

El valor del estudio no solo reside en su planteamiento teórico, sino en que ofrece un modelo viviente que ilustra cómo pudo haber sido la vida de nuestros ancestros. Los chimpancés del Valle de Issa actúan como una ventana al pasado. A pesar de la falta de fósiles del período crítico entre el Mioceno y el Plioceno, sus comportamientos permiten imaginar cómo un primate grande, semi-terrestre, con alimentación frugívora, pudo haberse adaptado a un entorno en transformación sin renunciar a su vida arbórea.

Incluso la forma de los árboles importa: los más usados por los chimpancés tienen copas abiertas y ramas terminales finas, obligando a adoptar posturas erguidas para alcanzar los alimentos. Estas condiciones favorecen el uso repetido de movimientos ortógrados (es decir, con el torso erguido), como la suspensión y el caminar apoyándose en las manos. Con el tiempo, estos movimientos habrían fortalecido estructuras musculares y óseas compatibles con la marcha bípeda.

Una historia aún por completar

El estudio se limita a la estación seca. Falta saber si los mismos patrones se repiten en la época de lluvias, cuando los recursos se distribuyen de forma diferente. También se requiere comparar con otras comunidades de chimpancés en hábitats similares para confirmar que no se trata de una excepción. Pero lo que es seguro es que la hipótesis del bipedalismo arbóreo ha ganado un poderoso aliado.

Lo que parecía una historia simple –bajar del árbol y caminar por la sabana– ahora se revela mucho más rica. Tal vez aprendimos a caminar erguidos no para explorar el mundo, sino para quedarnos un poco más en lo alto, entre ramas, mientras buscábamos con paciencia el alimento más valioso. Si eso es cierto, la próxima vez que veas a un chimpancé colgado de una rama, piensa en ello como el eco de un pasado que todavía camina dentro de nosotros.