Tuvalu inicia su éxodo climático: 8.750 personas se apuntan para migrar antes de que el mar engulla su país mientras Australia emite los primeros visados para refugiados climáticos

Tuvalu, una diminuta nación del Pacífico, ha activado un plan sin precedentes para evacuar a su población por la subida del nivel del mar. La historia del primer país que huye del cambio climático.
Tuvalu Tuvalu
Tuvalu, el país más amenazado por el cambio climático, ha iniciado la evacuación de sus ciudadanos. Foto: Istock

En mitad del Pacífico Sur, a más de mil kilómetros del país más cercano, se encuentra Tuvalu: un pequeño archipiélago de atolones coralinos, apenas visible en los mapas y aún menos en las portadas de los periódicos. Con poco más de 11.000 habitantes repartidos en nueve islas, esta nación podría convertirse en la primera del mundo en desaparecer por completo a causa del cambio climático. Y ya ha comenzado su evacuación.

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Lejos de ser una metáfora o una exageración retórica, lo de Tuvalu es literal. Dos de sus atolones ya están completamente sumergidos, tragados por la lenta pero implacable subida del mar. Las proyecciones científicas más optimistas estiman que para 2050 gran parte del territorio estará por debajo del nivel de la marea alta. No hay muros que lo detengan, ni planes urbanísticos que lo mitiguen. Solo queda una opción: salir.

Australia abre la puerta, pero no a todos

En noviembre de 2023, Australia y Tuvalu firmaron el Tratado de la Unión Falepili, un pacto sin precedentes que ofrece visados especiales a los habitantes del archipiélago para migrar legalmente al continente. Son los primeros visados del mundo reconocidos explícitamente como respuesta a la crisis climática. Un giro histórico en la forma en la que los estados abordan el desplazamiento forzado por causas ambientales.

Sin embargo, el programa solo permite el ingreso de 280 personas por año. Eso significa que, si todos los ciudadanos quisieran acogerse a este plan, harían falta casi cuatro décadas para completar la migración. Y Tuvalu no tiene tanto tiempo. Según datos oficiales, más del 80% de la población ya ha solicitado entrar en el sorteo de estos visados. Un sorteo donde el premio no es una oportunidad laboral, sino la supervivencia.

Los primeros evacuados ya viven en Australia, muchos de ellos en comunidades como Melton South, en Melbourne, donde se empieza a formar una pequeña diáspora tuvaluana. Allí, la adaptación está siendo todo menos sencilla. Pasar de una vida comunal, sin coches, sin grandes infraestructuras ni el ruido de las sirenas, a una urbe moderna con todas sus complejidades, no es un proceso inmediato.

Las familias traen consigo abanicos hechos a mano, canciones tradicionales y una fuerte voluntad de mantener viva su cultura. Organizan bailes, encuentros comunitarios y enseñan a sus hijos a hablar el idioma de sus abuelos. Saben que, cuando Tuvalu desaparezca físicamente, su identidad solo sobrevivirá si logran conservarla en tierra ajena.

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La paradoja australiana: refugio y amenaza

Mientras ofrece refugio a las víctimas del cambio climático, Australia sigue siendo uno de los grandes exportadores de carbón del mundo. Activistas y expertos han señalado la contradicción de abrir las puertas a los refugiados climáticos sin cerrar las compuertas que alimentan el calentamiento global. Es un parche en una presa resquebrajada: útil a corto plazo, pero inútil si no se repara el problema de fondo.

El tratado firmado también incluye compromisos de ayuda económica y cooperación en seguridad, pero no obliga a Australia a reducir su huella de carbono. Una omisión que, para muchos, convierte el gesto en algo más simbólico que transformador.

Uno de los aspectos más innovadores del tratado entre Tuvalu y Australia es el reconocimiento explícito de la soberanía de Tuvalu, incluso si su territorio físico desaparece. Esto implica que, aunque el país se hunda, su estatus como nación seguirá existiendo legalmente. Es un experimento jurídico sin precedentes que podría marcar el camino para otras naciones insulares amenazadas, como Kiribati o las Maldivas.

Pero mantener la soberanía sin un territorio plantea muchas preguntas. ¿Dónde se ubicará la administración del país? ¿Qué pasará con sus derechos marítimos, como las zonas económicas exclusivas? ¿Qué significa ser un país si no se tiene suelo que pisar?

No es ciencia ficción, es el futuro

El caso de Tuvalu es un espejo adelantado en el tiempo. Hoy es una isla diminuta y lejana la que enfrenta la desaparición. Pero en unas décadas, ciudades enteras como Nueva York, Shanghái o Ámsterdam podrían vivir situaciones similares si no se reduce drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero.

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El éxodo climático no es una profecía distópica. Ya ha comenzado. Lo que hoy ocurre en Tuvalu puede ser mañana la historia de miles de otras comunidades costeras en todo el planeta. Y su experiencia nos obliga a pensar en soluciones, no solo para mitigar el daño ambiental, sino para gestionar las migraciones, preservar las culturas y repensar lo que significa pertenecer a un lugar que ya no existe.

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