Cuando la realidad se alinea inquietantemente con la ficción, el cine cobra una nueva dimensión. Eso es precisamente lo que ha ocurrido con Cónclave, la película dirigida por Edward Berger que, tras su estreno en cines a finales de 2024, ha recuperado una segunda vida gracias a una coincidencia escalofriante: la muerte del Papa Francisco.
El filme, protagonizado por un Ralph Fiennes en estado de gracia, narra los entresijos del proceso de elección del nuevo líder de la Iglesia Católica. Lo hace desde la perspectiva de un cardenal británico que es designado como «camarlengo», la figura encargada de dirigir el periodo de sede vacante en el Vaticano. Lo que comienza como un ritual solemne se convierte rápidamente en un thriller tenso, donde nada es lo que parece y donde las maniobras en la sombra y las intrigas palaciegas pueden alterar no solo el resultado del cónclave, sino la estructura misma del poder eclesiástico.
La película, basada en la novela homónima de Robert Harris, ha sido redescubierta por miles de espectadores en las últimas horas. Desde el 27 de junio puede verse en Movistar Plus+, y también está disponible en alquiler en plataformas como Prime Video, Apple TV+ y Filmin. El renovado interés por Cónclave no solo se explica por su excelencia cinematográfica, sino por cómo ha conseguido anticipar, con inquietante precisión, un momento histórico que estamos viviendo en tiempo real.
No es habitual que una película que entra por la puerta del thriller político acabe irrumpiendo en la conversación social y mediática por su relevancia inmediata. Pero Cónclave no es una película cualquiera. A pesar de su tono contenido y su ritmo pausado, el guion —galardonado con el Oscar a mejor adaptación— disecciona con bisturí quirúrgico las tensiones internas que subyacen en la jerarquía eclesiástica. La cinta plantea una pregunta que, más allá del Vaticano, resuena con fuerza: ¿qué ocurre cuando la institución más antigua del mundo se enfrenta a su propio espejo?
Parte del impacto de la película reside en su atmósfera claustrofóbica. Rodada en escenarios inspirados en la arquitectura real del Vaticano, pero sin contar con acceso directo al Estado Pontificio, Berger consigue recrear con fidelidad una sensación de encierro y vigilancia constante. A medida que los cardenales comienzan sus deliberaciones, la tensión se palpa en el aire. Y como espectador, uno no puede evitar sentir que está asistiendo a algo prohibido, algo que no debía ver.
El casting también ha sido objeto de elogios. Ralph Fiennes interpreta al cardenal Lawrence con una mezcla de serenidad británica y sospecha contenida. Junto a él, nombres como Stanley Tucci, Isabella Rossellini y John Lithgow conforman un reparto coral que da vida a una red de personajes cargados de secretos, ambiciones y culpas. No hay figuras completamente santas ni completamente corruptas: todos parecen moverse en una gama de grises donde el bien y el mal son conceptos más políticos que espirituales.
Lo más sorprendente es cómo el guion no cae en clichés sobre conspiraciones oscuras o herejías ocultas. En lugar de eso, apuesta por una trama más verosímil, donde los giros de guion no buscan el efectismo sino la inquietud. El espectador no se asusta: se incomoda. Y esa incomodidad perdura después del visionado, como un eco que vuelve cada vez que se enciende el telediario.
El éxito reciente de Cónclave plantea también una reflexión sobre el papel del cine en la actualidad. ¿Puede una película de ficción convertirse en una especie de documento anticipatorio? ¿Hasta qué punto las narrativas fílmicas influyen en nuestra interpretación de los eventos reales? En un contexto donde el Vaticano vuelve a ser epicentro de debates, la cinta de Berger ofrece una ventana —imaginaria, pero plausible— a los rituales, protocolos y pulsos de poder que están ahora mismo en marcha, más allá de los muros que ocultan la Capilla Sixtina.
No es la primera vez que el cine aborda la figura del Papa. Títulos como Habemus Papam lo hicieron desde la comedia o el drama existencial. Sin embargo, Cónclave apuesta por una vía distinta: la del suspense político. Una elección que, a la luz de los acontecimientos, no solo ha resultado eficaz narrativamente, sino también profundamente reveladora.
Mientras los canales de noticias ofrecen imágenes de miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, y los analistas intentan adivinar el perfil del próximo Pontífice, hay quienes encuentran en Cónclave más respuestas —o más preguntas— que en cualquier editorial. Porque, al fin y al cabo, esta película no trata solo de la elección de un Papa. Trata del poder. De sus mecanismos ocultos. Y de lo poco que, a veces, sabemos realmente sobre quién toma las decisiones que marcan el curso de la historia.