Durante siglos, el altiplano boliviano ha guardado celosamente los vestigios de una de las civilizaciones más enigmáticas de América del Sur: Tiwanaku. Considerada precursora del Imperio incaico y una de las culturas más influyentes de los Andes, Tiwanaku floreció en torno al lago Titicaca hasta colapsar en torno al año 1000 d.C. Su desaparición sigue siendo un misterio, pero un reciente descubrimiento arqueológico está arrojando nueva luz sobre el alcance de su poder y la complejidad de su estructura social y económica.
En una colina aparentemente anodina, a más de 200 kilómetros al sureste de Tiwanaku, un equipo de arqueólogos ha identificado un monumental templo ceremonial que confirma que la influencia de esta cultura se extendía mucho más allá de lo que se pensaba. El complejo, denominado Palaspata, ha sido detalladamente descrito en un artículo publicado en la revista científica Antiquity por José M. Capriles y su equipo. Su hallazgo no solo aporta una pieza clave al rompecabezas tiwanakota, sino que también cambia nuestra percepción sobre cómo se organizaba su expansión territorial.
Un templo en el corazón de las rutas comerciales
Lo que a simple vista parecía un terreno estéril, conocido por los habitantes locales pero ignorado por la arqueología formal, resultó ser el punto de intersección de tres ecosistemas andinos fundamentales: las tierras altas productivas alrededor del lago Titicaca, el Altiplano árido al oeste y los valles fértiles de Cochabamba al este. Esta localización no es casual. En tiempos de Tiwanaku, esta colina representaba un nudo logístico crucial, un punto estratégico en las rutas comerciales que conectaban regiones con recursos diversos.
Las investigaciones, llevadas a cabo con tecnología de punta como fotogrametría, imágenes satelitales y vuelos de drones, permitieron a los arqueólogos trazar los contornos de un complejo arquitectónico impresionante: 15 recintos modulares organizados en torno a un patio central hundido, característico de los templos en plataforma escalonada que Tiwanaku construía en su núcleo ceremonial. El conjunto mide unos 125 por 145 metros, dimensiones comparables a una manzana urbana moderna.
Pero más allá de su arquitectura, lo relevante del Palaspata es su funcionalidad. No se trataba únicamente de un espacio sagrado, sino de un verdadero centro de interacción política, económica y ceremonial. Los vestigios encontrados en su superficie —fragmentos de copas ceremoniales conocidas como keru, utensilios de almacenamiento y restos óseos de camélidos— sugieren un flujo constante de bienes, personas y creencias. La presencia de cerámica procedente de otras regiones andinas refuerza la idea de que este lugar era un punto de convergencia cultural.
La chicha como símbolo de poder
Uno de los indicios más reveladores sobre el carácter de este centro ceremonial es el hallazgo de vasijas utilizadas para beber chicha, una bebida fermentada a base de maíz. Lo curioso es que el maíz no se cultiva a esa altitud, lo que implica que debía ser importado desde las zonas agrícolas de Cochabamba. Esto apunta a un sistema organizado de transporte de bienes, probablemente mediante caravanas de llamas, y a la existencia de una economía redistributiva que incluía prácticas rituales.
En la cosmovisión andina, lo económico y lo religioso estaban profundamente entrelazados. Las transacciones materiales no solo requerían acuerdos humanos, sino también la bendición de las divinidades. Por ello, los templos como Palaspata no solo eran lugares de culto, sino también centros de gestión y control. Las ceremonias realizadas allí no eran meros actos de fe, sino mecanismos para legitimar alianzas, redistribuir recursos y garantizar la cohesión de una sociedad multiétnica y jerarquizada.
La alineación del templo con el solsticio sugiere también que sus rituales estaban ligados a los ciclos astronómicos, reforzando su papel como lugar sagrado dentro de un calendario ceremonial más amplio.
El Tiwanaku más allá del lago Titicaca
Hasta ahora, la mayoría de los templos tiwanakotas conocidos estaban ubicados en las inmediaciones del lago Titicaca. El descubrimiento de Palaspata, en cambio, confirma que Tiwanaku tuvo una presencia directa en regiones lejanas a su núcleo. Esto desafía la visión tradicional de que su influencia en áreas como Cochabamba era meramente indirecta o mediada por élites locales.
La magnitud de la inversión constructiva, la calidad de los materiales utilizados y la precisión en el diseño arquitectónico indican que no se trató de una iniciativa espontánea de comunidades locales, sino de un proyecto promovido desde el centro del poder tiwanakota. Palaspata fue, sin duda, una extensión de la autoridad estatal, una suerte de puesto de avanzada que garantizaba el control del flujo de bienes y personas entre las regiones.
Este modelo de expansión —basado no en la conquista militar, sino en la edificación de infraestructuras simbólicas y funcionales— refleja una sofisticada estrategia geopolítica. Tiwanaku no solo exportaba productos, sino también ideología, arquitectura y rituales. Sus templos eran tanto centros religiosos como herramientas de integración política.
Lo que queda por descubrir
Aunque el descubrimiento de Palaspata es ya de por sí un hito, los investigadores creen que aún queda mucho por desenterrar. Solo una mínima parte del complejo ha sido excavada, y las posibilidades de hallar nuevos objetos, estructuras o restos humanos son altas. Además, este hallazgo podría conducir a la identificación de otros templos o asentamientos similares en las rutas que unían las distintas regiones del mundo andino.
El sitio también tiene un importante valor simbólico y turístico para las comunidades locales, que ven en él una oportunidad para reconectar con su pasado y dinamizar la economía de la zona. El municipio de Caracollo, donde se ubica el templo, ya trabaja junto a autoridades nacionales para proteger y poner en valor el complejo.
Palaspata no solo reescribe parte de la historia de Tiwanaku, sino que invita a replantear cómo entendemos la expansión de las civilizaciones preincaicas en los Andes. A veces, lo que parecía un terreno baldío puede ser la puerta a un pasado olvidado, un umbral ritual que conecta mundos, culturas y épocas.
Referencias
- Capriles JM, Calla Maldonado S, Calero JP, Delaere C. Gateway to the east: the Palaspata temple and the south-eastern expansion of the Tiwanaku state. Antiquity. 2025;99(405):831-849. doi:10.15184/aqy.2025.59