En 2002, el mundo vivió la primera epidemia global y grave causada por un coronavirus emergente. El brote de SARS, originado en la provincia china de Guangdong, marcó un antes y un después en la vigilancia de virus emergentes, afectando a más de 8.000 personas en 26 países, con un total de 774 muertes confirmadas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Diecisiete años después, otra enfermedad respiratoria, mucho más contagiosa y devastadora, sacudía al planeta. La historia se repetía, pero esta vez con consecuencias globales. ¿Qué conecta estos dos eventos? Un nuevo estudio científico acaba de arrojar luz sobre una conexión que parecía olvidada: la ruta oculta que siguieron los virus desde cuevas de murciélagos hasta los centros urbanos donde infectaron a los humanos.
Publicado en la prestigiosa revista Cell, este trabajo internacional ha analizado con precisión la evolución de los coronavirus relacionados con el SARS y la COVID-19, descubriendo patrones sorprendentes que apuntan directamente al papel del comercio de animales salvajes en la aparición de ambas enfermedades. Lo que revela este estudio no solo desafía muchas ideas preconcebidas sobre el origen de la pandemia, sino que también ofrece una advertencia clara sobre futuras amenazas zoonóticas.
Del corazón del sudeste asiático al epicentro del brote
Durante años, los científicos han sabido que los murciélagos de herradura, abundantes en el sudeste asiático, albergan una amplia variedad de coronavirus. Estos animales, pese a su fama reciente, no suelen enfermarse por estas infecciones. Su sistema parece tolerar sin problemas virus que serían letales para otros mamíferos. Pero ese equilibrio natural se rompe cuando los virus saltan a otras especies.
Los investigadores del nuevo estudio rastrearon los fragmentos genéticos del SARS-CoV-1 y del SARS-CoV-2 a lo largo del tiempo y el espacio, separando cuidadosamente las regiones del genoma que no han sufrido recombinaciones. Esto permitió reconstruir de forma más precisa cómo evolucionaron estos virus antes de emerger en humanos.
Lo que descubrieron fue impactante: en ambos casos, los virus ancestrales se encontraban en murciélagos que habitaban zonas montañosas y remotas del suroeste de China o del norte de Laos, a más de 1.500 kilómetros de los lugares donde finalmente surgieron los brotes. En el caso del SARS-CoV-1, el salto se produjo en Cantón apenas uno o dos años después de su última recombinación. Para el SARS-CoV-2, el salto a los humanos se produjo en Wuhan entre cinco y siete años después de su aparición en los murciélagos.
Este dato es crucial: la velocidad y la distancia recorrida por estos virus en tan poco tiempo no puede explicarse por la dispersión natural de los murciélagos, que suelen moverse en rangos de apenas unos kilómetros. Algo o alguien tuvo que haber acelerado ese viaje.
Un viejo sospechoso: el mercado de animales vivos
La hipótesis que los investigadores consideran más probable es que estos virus no llegaron a los humanos por medio de vuelos nocturnos de murciélagos, sino en jaulas, camiones y cajas de cartón. El comercio de animales salvajes en China, aunque ahora más regulado, ha sido durante décadas una industria multimillonaria y apenas controlada. Animales como perros mapache, civetas, tejones o pangolines eran capturados, transportados y vendidos vivos en mercados urbanos, donde el contacto con humanos era constante.
En el caso del SARS original, se sabe que las civetas actuaron como huéspedes intermedios. Estos pequeños carnívoros fueron infectados por el virus en el sur de China y luego transportados a mercados de Cantón, donde finalmente infectaron a humanos. Los estudios posteriores encontraron rastros del virus en ejemplares vivos a la venta.
Ahora, todo apunta a que un patrón casi idéntico se repitió en Wuhan en 2019. Animales susceptibles al coronavirus, como los perros mapache, se vendían en el mercado mayorista de Huanan justo antes del inicio del brote. La aparición de múltiples variantes tempranas del virus en ese mismo mercado sugiere que hubo más de un evento de transmisión zoonótica, lo que refuerza la idea de que el contagio ocurrió allí y no en otro lugar.
¿Y la teoría del laboratorio?
Uno de los argumentos más utilizados por quienes defienden un origen artificial del virus ha sido la distancia geográfica entre Wuhan y los hábitats conocidos de los murciélagos portadores del SARS-CoV-2. Pero el nuevo estudio desmonta esa idea mostrando que el SARS-CoV-1 también recorrió cientos de kilómetros en muy poco tiempo. En ambos casos, el comercio humano —y no los murciélagos— parece haber sido el vehículo real del virus.
Además, aunque algunos laboratorios han sido criticados por prácticas de bioseguridad laxas, no existe evidencia directa de que el SARS-CoV-2 haya estado presente en el Instituto de Virología de Wuhan antes del brote. Por el contrario, las secuencias publicadas por la propia viróloga Shi Zhengli mostraron que ningún virus almacenado allí era lo suficientemente cercano como para ser el origen del SARS-CoV-2.
A esto se suma que varios estudios publicados entre 2021 y 2023 apuntan en la misma dirección: el mercado de Huanan fue el epicentro del brote. Algunos identificaron al menos dos saltos del virus desde animales al ser humano con apenas una semana de diferencia. Otros han cuestionado la solidez de la teoría del escape de laboratorio y criticado la desinformación en torno a las investigaciones sobre ganancia de función.
Una historia que se repite… y puede volver a ocurrir
Lo más preocupante no es solo el origen de esta pandemia, sino el hecho de que el mismo patrón podría repetirse. Si el SARS-CoV-2 y el SARS-CoV-1 surgieron de forma similar, y ambos estuvieron precedidos por siglos de circulación viral silenciosa en murciélagos, la pregunta no es si volverá a ocurrir, sino cuándo.
Los virus que infectan a humanos no aparecen de la nada. Son el resultado de complejas cadenas evolutivas que, en muchos casos, se ven aceleradas por nuestras propias acciones. El transporte de animales salvajes, la destrucción de hábitats, la urbanización descontrolada y la falta de regulación en los mercados crean un entorno ideal para los «saltos zoonóticos».
Este nuevo estudio no solo traza con claridad la ruta del virus desde las montañas del sudeste asiático hasta Wuhan, sino que también demuestra que los humanos, no los murciélagos, facilitaron ese salto. Mientras el comercio de fauna salvaje siga operando con poca supervisión, las pandemias seguirán siendo una amenaza constante.
El futuro de la prevención
Una de las lecciones más claras de esta investigación es la necesidad urgente de vigilancia activa. No basta con cerrar mercados o culpar a laboratorios. Es esencial monitorizar las poblaciones de murciélagos, estudiar los virus que circulan en ellas y, sobre todo, controlar el transporte de animales salvajes.
Si el SARS-CoV-2 llegó a Wuhan desde el norte de Laos en apenas unos años, ¿cuántos otros virus están ahora mismo recorriendo rutas similares, sin que nadie lo sepa? La próxima pandemia podría estar en camino, y el mejor antídoto es la prevención basada en la ciencia.
Referencias
- Pekar JE. 2025. The recency and geographical origins of the bat viruses ancestral to SARS-CoV and SARS-CoV-2. Cell. DOI: 10.1016/j.cell.2025.03.035, https://www.cell.com/cell/fulltext/S0092-8674(25)00353-8