En diciembre de 2014 surgió un brote de sarampión en el Disneyland Resort de California. El primer caso fue informado el 5 de enero de 2015 en un niño residente de California de 11 años que no estaba vacunado. Se encontró que, entre diciembre de 2014 y marzo de 2015, un total de 131 individuos se infectaron.
Se extendió en otros seis estados de Estados Unidos (16 casos), Canadá (159 casos se registraron en un grupo religioso en Québec), y México (1 caso).
Aunque el movimiento antivacunas generó teorías de conspiración y desconfianza en el Estado, lo que aumentó la tasa de rechazo de vacunas, el brote de sarampión en realidad desencadenó un debate internacional sobre la vacilación de la vacuna. Principalmente cuando se descubrió que, en realidad, se había extendido mayoritariamente en las personas que habían rechazado vacunarse intencionalmente y pusieron en riesgo a las personas vulnerables que no podían vacunarse.
De hecho, el brote recibió un alto nivel de cobertura mediática que se centró en la vacilación y reticencia a las de vacunas como principal impulsor del brote, ya que su propagación se produjo principalmente entre las poblaciones no vacunadas.
Y puso de relieve el desconocimiento, por parte de la población, de cómo funcionan realmente las vacunas. Pero pongamos un ejemplo. Si tienes un grupo de 1.000 personas concentradas en un parque de atracciones, alrededor del 90% estarán vacunados (con suerte). Una persona, tal vez alguien que contrajo sarampión en un viaje reciente a otro país, se mueve y propaga el virus. El sarampión es increíblemente contagioso, por lo que de las 100 personas que no están vacunadas, unas 90 se infectarán. Luego, de las 900 personas vacunadas, el 3% (27 personas), se infectan porque no tienen inmunidad completa.
Si comparamos esto con los números de Disneyland, los datos comienzan a tener más sentido: 6 infecciones entre vacunados de los 34 casos con registros conocidos. Una vez que los niveles de vacunación caen por debajo del 90 o 95%, no hay suficientes personas protegidas para controlar la enfermedad. Y si los niveles de vacunación bajan un poco, nos encontramos ante una situación como la de Disneyland Resort. Entonces, el modelo escalonado de respuesta de anticuerpos deja un pequeño porcentaje de personas vacunadas susceptibles. Esta es también la razón por la que es mejor vacunarse, incluso aunque nos infectemos.
En este sentido, es posible que nuestros niveles de anticuerpos no sean lo suficientemente elevados como para protegernos por completo, pero aún ayudarán. De hecho, para las personas más vulnerables (como octogenarios o bebés), es mucho menos probable que los pacientes vacunados transmitan la enfermedad a otras personas.
No en vano, 2014 fue un año excepcional para el sarampión en el país, ya que 635 residentes de EEUU se infectaron (una cifra más elevada que los últimos cuatro años combinados). Aunque en 2019 se confirmaron 1274 casos en 31 estados.
Volviendo al brote de Disneyland, a pesar del esfuerzo de los grupos antivacunas, el brote y la polémica motivó la aparición del Proyecto de Ley 277 del Senado de California, que revirtió la exención de vacunas por creencias personales. Así, a partir de 2015, California pasó a exigir que los niños en edad escolar fueran vacunados a menos que hubiera razones médicas para no hacerlo, cerrando así un vacío legal que otorgaba exenciones por motivos personales o religiosos.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. Y la ley de California de 2015 también estimuló la triplicación de las exenciones médicas en el estado (especialmente por la aparición de exenciones médicas falsas autorizadas por médicos sin escrúpulos). Por lo que, posteriormente, se realizó un cambio en la normativa. Así, a partir de enero de 2019, los padres que busquen una exención médica para sus hijos necesitarán la aprobación del departamento de salud del estado.
Antes de que las vacunas contra el sarampión se generalizaran en 1963, en EEUU, cada año:
👉Entre 3-4 millones de personas contraían la enfermedad
👉 48000 personas eran hospitalizadas
👉 4000 sufrían encefalitis
👉 +400 fallecían
Tras la introducción de la vacuna (1963) y la MMR (1971), para 1981:
👉 -80% casos (1980)
👉 Se declaró eliminado en 2000
Y, como no podría ser menos, en 2015 los mismos grupos de antivacunas también hicieron algo muy común: malinterpretar las cifras y datos de sistemas como VAERS.
Malinterpretando las cifras y datos de VAERS
En 2015 empezó a hacerse viral esta imagen en Estados Unidos. ¿El tema? Las muertes por sarampión y las causadas supuestamente por la vacuna. Muy pronto, empezó a recorrer foros y redes sociales.
En ella vemos dos números: un 0 (muertes por sarampión en EEUU entre 2004-2015) y 108 (muertes supuestamente causadas por la vacuna), utilizando VAERS como fuente. Según esta imagen, la cosa estaba bastante clara: “las vacunas matan, el sarampión no”. El primer número era correcto (proviene de los CDC de Estados Unidos).
Gracias a los avances en la medicina moderna, la tasa de mortalidad por sarampión en Estados Unidos es excepcionalmente baja. En promedio, alrededor del 0,3 por ciento entre 1987 y 2000, según la OMS. Pero no es así en todos los países. En los países en desarrollo, por ejemplo, en el año 2000, en Etiopía causó el 22% de las muertes en niños menores de 5 años.
Dicho de otra forma, aunque el sarampión continúa siendo una enfermedad letal en otras partes del mundo, es cierto que, entre 2004-2015, no había matado a ningún estadounidense. Pero luego nos encontramos con el otro número: más de 100 muertes supuestamente, como resultado directo de haber recibido una vacuna contra el sarampión desde 2004. Esto es lo que debería ser sorprendente.
Pero esta cifra no proviene de los CDC, sino del National Vaccine Information Center, una organización sin fines de lucro, fundada en 1982 para padres cuyos hijos —supuestamente— sufrieron una lesión cerebral o fallecieron como resultado de haber recibido las vacunas. También participan en campañas contra leyes de vacunación obligatoria, incluidas aquellas que exigen que los niños se vacunen contra el sarampión para asistir a la escuela pública.
Con el sugerente lema «tu salud, tu familia, tu elección», como no podría ser menos, también disponen de una completa sección dedicada a difundir desinformaciones sobre las vacunas COVID-19 en niños. Lo cierto es que el CDC también mantiene su base de datos de eventos adversos. Según la misma, se habrían producido 69 muertes después de recibir las vacunas contra el sarampión desde 2004.
Pero la realidad es que ninguno de esos números (108 o 69) cuenta la verdadera historia. Esto se debe a que el protocolo para informar las reacciones adversas a las vacunas (VAERS), no establece relaciones causales entre vacunas y efectos adversos, sino solo correlaciones.
En resumidas cuentas, 108 o 69 personas (dependiendo de a quién preguntes) murieron en algún momento luego de haber sido vacunadas contra el sarampión desde 2004, pero no necesariamente porque fueran vacunadas contra el sarampión. En algunos casos, como se descubrió después, las muertes no tenían ninguna relación, o el paciente tenía alguna enfermedad congénita no diagnosticada que significaba que nunca debería haber sido vacunado en primer lugar. Sí, todos estos datos están disponibles en VAERS.
Pero hay una forma más en la que los antivacunas malinterpretan —intencionadamente— esta estadísticas. Si bien es cierto que algunas personas pueden haber muerto como resultado de la vacuna contra el sarampión, muchas más habrían muerto sin ellas.
Según la OMS, la vacuna contra el sarampión evitó alrededor de 15,6 millones de muertes entre 2000-2013. No debemos olvidarnos que el sarampión infantil continúa siendo una de las principales causas de ceguera en países de desarrollo. En lugares como África Subsahariana, Haití y Bangladesh, la vacuna contra el sarampión ayudó a reducir la mortalidad entre el 30% y el 86% a partir de 1970.
Y, como ocurre con las vacunas COVID-19, en aquellos momentos resultó evidente que quienes promovían este número —108— parecían no estar interesados en hechos ampliamente aceptados; y la mayoría no pareció entender la diferencia entre correlación y causalidad. Como ahora.