En la tarde del 3 de enero de 2020, una pequeña caja de metal era entregada en el Centro Clínico de Salud Pública e Shanghái. ¿Su destino? El profesor Zhang Yongzhen. En su interior había muestras de un paciente que padecía una nueva enfermedad respiratoria.
A partir de ese momento, Zhang y sus colegas se pusieron inmediatamente a trabajar. Prácticamente sin parar, durante las siguientes 48 horas, él y su equipo utilizaron máquinas de secuenciación avanzadas para desentrañar el ARN del virus. Y lo consiguió: completaron su tarea en la madrugada del 5 de enero de 2020.
Descubrieron que el virus era un coronavirus previamente desconocido, más estrechamente relacionado con uno que había causado brotes fatales de SARS en China varios años antes. En palabras de Zhang, “ciertamente, fue muy peligroso”.
Inmediatamente, la secuenciación del virus es enviada a una base de datos en EEUU (NCBI), pero la información aún no era pública al encontrarse en proceso de revisión. Es el mismo día en que la OMS publica en Twitter el primer mensaje sobre el brote.
On 31 December 2019, WHO was informed of cases of #pneumonia of unknown cause in Wuhan City, #China. A total of 44 cases have been reported: 11 patients are severely ill, while the remaining 33 are in stable condition.https://t.co/1n5mM3f4Nr pic.twitter.com/cKoj0CBpyT
— World Health Organization (WHO) (@WHO) January 5, 2020
A los pocos días de su avance, los resultados de Zhang fueron publicados en el sitio web ‘ virological.org‘. Y Zhang brinda una información vital para permitir al resto de científicos aislar y replicar partes individuales del virus.
Al publicar el genoma del SARS-CoV-2, Zhang proporciona a la ciencia la oportunidad de contraatacar. Y el resultado fue un esfuerzo internacional sin precedentes para desarrollar una vacuna eficaz contra la COVID-19.